8 de julio 2022
Asesinó a casi 300 personas, apresó a muchas más y reprimió a miles con salvajismo. Manejó lo peor de la pandemia con total desdén por la vida. Atacó a las madres de los presos políticos, a periodistas y sacerdotes. Rodeó e invadió iglesias. Allanó y silenció medios independientes. Canceló cientos de organizaciones no gubernamentales, partidos políticos y hasta las academias de ciencias y de la lengua. Cerró universidades. Encarceló a los posibles candidatos presidenciales de oposición y se impuso en un proceso electoral sin legitimidad alguna. Generó oleadas de migrantes y exiliados. Tomó las oficinas de la OEA y forzó la salida de sus representantes. Abrió las puertas para el ingreso y permanencia de tropas rusas. Lo más reciente: asaltó y se apoderó de cinco alcaldías opositoras y expulsó a las misioneras de la caridad.
Esta es parte de la cadena de perversos hechos desatados desde abril del 2018 por el régimen de Daniel Ortega, convertido en paria internacional. Pero está a punto de ser “normalizado” por el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA).
¿Será posible detenerlo? Costa Rica podría lograrlo si el presidente Rodrigo Chaves lo decide. Sin embargo, parece difícil. Ya nuestro país se “sumó al consenso” decidido durante una reunión de cancilleres del área celebrada el 23 de julio, y recomendó a la próxima cumbre del organismo un candidato de Ortega para su Secretaría General.
El mejor momento para actuar y cerrarle el paso era antes; el camino, articular una acción conjunta con Panamá y República Dominicana, nuestros aliados en la Alianza para el Desarrollo en Democracia, y evitar que la dictadura se impusiera manipulando el principio de rotación. Sin embargo, nos faltó liderazgo asertivo y diplomacia preventiva para hacerlo.
Por esa omisión, desinterés o impericia, nos aproximamos a una decisión que nuestros ocho expresidentes, con razón, han calificado de contraria a los principios fundamentales de la política exterior nacional, entre ellos, el apoyo a la democracia y los derechos humanos.
Dado el “consenso” que avalamos, echarnos atrás ahora implicaría desautorizar tardíamente al canciller Arnoldo André. Nada conveniente, sin duda. Pero sería peor convertirnos en cómplices del peor dictador centroamericano en décadas. El presidente deberá escoger.
Texto original publicado en La Nación de Costa Rica