11 de junio 2022
Colombia celebró, el pasado domingo 29 de mayo, unas elecciones presidenciales cruciales. El país llegó a esta cita electoral en una coyuntura compleja, alta incertidumbre y volatilidad, máxima tensión y con todos los escenarios electorales abiertos.
En la primera vuelta, por primera vez en la historia de Colombia y tal como lo previeron las encuestas, el candidato de izquierda, Gustavo Petro, obtuvo el primer lugar con 40.34% de los votos (pero sin alcanzar el 50 más uno para definir la presidencia en primera ronda), mientras el outsider Rodolfo Hernández –la gran sorpresa–, con el 28.17% superó por cuatro puntos al candidato de la derecha tradicional, Federico Gutiérrez, y se metió de lleno en ballotage del próximo 19 de junio, para el que las encuestas marcan hoy un empate técnico.
En perspectiva comparada latinoamericana, las colombianas son las séptimas elecciones presidenciales del súper ciclo electoral latinoamericano 2021-2024: cinco tuvieron lugar el año pasado (Ecuador, Perú, Chile, Honduras y la farsa electoral nicaragüense) y una, en Costa Rica, a inicios de 2022.
En la primera vuelta colombiana se verificaron cuatro tendencias de este súper ciclo electoral.
1. Voto castigo al oficialismo. En trece de las catorce elecciones presidenciales celebradas en la región desde 2019 al 31 de mayo de 2022 –incluida la colombiana– perdió el partido en el gobierno. La excepción es la nicaragüense de noviembre de 2021.
2. La necesidad de definir la presidencia en segunda vuelta. En los últimos tres años y medio, los balotajes se han vuelto cada vez más frecuentes y las reversión de resultado, aún más. Once de las catorce elecciones celebradas durante este período contemplaban la segunda vuelta. En siete de estos once casos hubo necesidad de ir a un balotaje y en cinco de estos seis casos (excluyo a Colombia por que aún está por definirse) se produjo una reversión de resultado: Lacalle Pou en Uruguay y Giammattei en Guatemala (2019), Lasso en Ecuador y Boric en Chile (2021) y Chaves en Costa Rica (2022). La única excepción fue el triunfo de Castillo en primera y segunda vuelta en Perú (2021).
3. Irrupción de candidatos PAP. Un fenómeno que viene ganando fuerza en nuestra región es la emergencia de candidatos que denomino PAP: personalistas, con fuerte discurso antipolítica y antisistema y con propuestas populistas. Estos nuevos actores se presentan como outsiders e ingresan en la arena político-electoral aprovechándose del profundo malestar social y la falta de confianza ciudadana con las élites políticas tradicionales, los altos niveles de desigualdad y la ausencia de oportunidades (sobre todo para los jóvenes), el sentimiento de que se gobierna para beneficio de unos pocos grupos poderosos y no para las mayorías, y la insatisfacción con la falta de resultados de las democracias. Enfatizan la necesidad de mano dura contra la corrupción y la inseguridad, proponen la reducción del tamaño del Estado y expresan demoledoras críticas a las principales instituciones de la democracia representativa. Se valen de las redes sociales para despertar las emociones y movilizar a sus simpatizantes de manera directa y no vacilan en descalificar a sus oponentes y a la “casta” política tradicional. Rodolfo Hernández es un claro ejemplo para el caso colombiano, pero también lo son, entre otros, Nayib Bukele en El Salvador, Rodrigo Chaves en Costa Rica y Javier Milei en la Argentina.
4. Un nuevo escenario político regional. En seis de estas doce elecciones que tuvieron lugar entre 2019 y 2022 (excluyo la farsa electoral nicaragüense y Colombia, que está aún por definirse) ganó el candidato de izquierda o centroizquierda, si bien con diferencias importantes entre sí. En las otras seis ganaron candidatos de derecha o centroderecha o de centro.
El triunfo de los candidatos de izquierda o centroizquierda es más pronunciado en América del Sur que en América Central. De las seis elecciones presidenciales sudamericanas que se realizaron entre 2019 y 2022 (Colombia aún pendiente) en cuatro países ganó la izquierda o centroizquierda (la Argentina en 2019, Bolivia en 2020, Perú y Chile en 2021) y en dos países triunfó el centroderecha (Uruguay en 2019 y Ecuador en 2021).
Una victoria de Petro en Colombia vendría a reforzar la ola de presidentes progresistas en América del Sur, anticipándose al probable triunfo de Lula en Brasil en el mes de octubre. De concretarse ambos, las seis principales economías latinoamericanas estarían en manos de gobiernos de izquierda o de centroizquierda. Por el contrario, un triunfo de Hernández ratificaría la excepcionalidad colombiana como el único país de América del Sur en el que nunca hubo un presidente de izquierda y continuaría formando parte del grupo de Gobiernos sudamericanos de centroderecha: Uruguay, Ecuador y Paraguay.
Colombia en la segunda vuelta
Estas son las octavas elecciones colombianas desde la adopción de la Constitución de 1991. En cinco de estas siete elecciones (excluyo la actual porque aún falta la segunda vuelta), hubo que disputar un balotaje para definir la presidencia. La única excepción fueron las dos elecciones ganadas por Uribe (2002 y 2006). Y de estos cinco balotajes, en dos hubo reversión de resultado (1998 y en 2014).
El próximo 19 de junio los colombianos deberán elegir en un balotaje inédito y altamente polarizado entre dos propuestas de “cambio” muy diferentes e
ntre sí: una de contenido progresista de izquierda (Petro) y otra sin una definición ideológica clara y con fuerte contenido antipolítica y antipartidos tradicionales (Hernández).
Ninguno de los dos logrará ser electo con su caudal actual de votos. Ambos deberán salir a la caza de nuevos electores de cara al balotaje. Petro intenta presentarse como el líder de un cambio seguro e institucional frente al peligro de un salto al vacío que representaría Hernández. Busca seducir al votante moderado y motivar que un número importante de electores (jóvenes y mujeres) que no votaron por él en la primera vuelta o que no participaron salgan masivamente a darle su apoyo.
Hernández, por su parte, busca mantener su condición de outsider, continua machacando con su mensaje antipolítica y de fuerte condena a la corrupción, e intenta sumar el mayor número de apoyos sacando provecho del sentimiento “anti-Petro”, pero sin formalizar alianzas con los partidos y líderes tradicionales que puedan comprometer su imagen de independiente.
Escenarios de incertidumbre
Colombia es el único país de la región donde el Congreso se elige tres meses antes de las presidenciales, diseño que fomenta la fragmentación y dificulta la gobernabilidad. Así, en las elecciones de marzo pasado, la Cámara de Representantes y el Senado terminaron fragmentadas con más de diez partidos políticos en cada una de ellas.
Como vemos, la incertidumbre y los riesgos de ingobernabilidad son altos, ya que el diseño institucional actual promueve un “presidencialismo coalicional”. Esto se torna aún más preocupante, porque existen importantes diferencias entre las propuestas de ambos candidatos sobre temas centrales –política macroeconómica, manejo del sector agrícola y petrolero, industria bancaria, sistema pensional, reforma tributaria, entre otros–, y por el hecho de que gane quien gane no tendrá mayoría propia en el Congreso. Para poder avanzar en todos estos frentes, el nuevo mandatario deberá adoptar políticas pragmáticas que le permitan alcanzar amplios acuerdos y respetar la institucionalidad.
El escenario económico que heredará el próximo presidente es agridulce: por un lado, el crecimiento de la economía (2022) ha superado las expectativas (5.4% según BM) y ha sido resiliente al aumento de las tasas de interés; por el otro, los conflictos geopolíticos acrecientan los riesgos inflacionarios y crean condiciones financieras más restrictivas para un país con una inflación de 9.2%, mayor deuda, menor espacio fiscal, altísima desigualdad y con el 40% de su población (22 millones) viviendo en la pobreza.
A partir de mañana queda solo una semana para el ballotage, y las encuestas muestran a Hernández y a Petro en zona de empate técnico, con una leve ventaja para este último. En este escenario, el nivel de participación electoral (incluido el voto en el exterior) y la capacidad de los candidatos para lograr movilizar apoyo será determinante: no solo cuántos saldrán a votar, sino quiénes y en qué lugar. Hay que tener presente que un número importante de electores –como viene ocurriendo en otras elecciones– decide su voto a última hora y que las encuestas muestran, de momento, un aumento del voto en blanco y de los indecisos. Estos últimos serán quienes definirán con su voto el próximo presidente de Colombia.
Se viene una última semana intensa y decisiva, caracterizada por un apagón demoscópico (la legislación prohíbe hacer y divulgar encuestas a partir de mañana) y un ballotage de infarto. En un proceso electoral que demostró que todo puede ocurrir, la moneda está en el aire en Colombia.