Guillermo Rothschuh Villanueva
5 de junio 2022
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Moronga, novela de la postguerra salvadoreña, (1981-1992), relata las torturas que martirizan a algunos de sus sobrevivientes
Moronga
“En el sitio donde vivieron… han debido abandonar
toda su historia de vida, construida por años”.
Leonardo Padura
I
El exilio ha sido el largo calvario padecido por millares de personas en América Latina. La mayoría de las veces por razones políticas. Entre los miembros de la diáspora, hay escritores que han sufrido las consecuencias de sus creaciones. El salvadoreño Horacio Castellanos Moya, salió huyendo de El Salvador, después de la publicación de su novela, El asco. Tomás Berhnard en San Salvador, (1997). Las controversias suscitadas provocaron oleadas de amenazas. Para preservar su vida, no tuvo otra opción que salir antes que verse muerto. Ha vivido en México, Canadá, Costa Rica, Guatemala, Alemania, España, Japón y Estados Unidos. Un judío errante. Su trashumancia lo califica para hacerse cargo del oprobio del exilio. La diáspora (1989) y Moronga (2018), exponen el destino que espera a quienes han vivido entre guerras, pobreza, desempleo y escuadrones de la muerte.
Moronga constituye un perfil humano y sicológico, de los sinsabores sufridos por quienes estuvieron involucrados en la guerra salvadoreña. Los personajes de Moronga recalaron en Estados Unidos, creían que a partir de ese momento se sentirían liberados para siempre de la persecución de sus verdugos. Pensaban que entre más largo se fueran, menos probabilidades de ser descubiertos y sufrir los embates por su participación político-militar. Ni mudándose lejos de los escenarios de combate, acaban por deshacerse de los traumas provocados por los enfrentamientos bélicos. Sufren delirio de persecución. Seres infelices. Temen por sus vidas. Atrapados en pesadillas permanentes, ni los años ni la distancia atenúan sus angustias. Los cambios de nombres tras los que se ocultan, no producen el sortilegio de mudar de mentalidad. El pasado no se va. Les acosa y persigue.
Moronga, novela de la postguerra salvadoreña, (1981-1992), relata las torturas que martirizan a algunos de sus sobrevivientes. Personas doloridas de su propia suerte. Temen ser objeto de venganzas. Las autoridades estadounidenses pueden enterarse de quiénes son y castigarles. Ocultan su procedencia. El recorte de la realidad que hace Castellanos Moya —un puñado de amigos, menos que los dedos de las manos— permite darnos cuenta que no pueden librarse de los demonios que atormentan sus días con sus noches. Un paso en falso podría delatarles. Moronga ilumina su tragedia. José Zeledón, Rudy o Esteban Ríos, adoptan nombres ficticios, seudónimos de guerra suplantados por otros seudónimos. Desconfían hasta de su sombra. El exilio no da sosiego. Si se enteran de sus acciones supondría a ser devueltos a El Salvador. Una tragedia irredimible.
¿Qué otras salidas tenían después de haber perdido la guerra? Irse al imperio constituía una opción. No comparten sus valores. Al menos pueden sobrevivir en trabajos extenuantes y mal remunerados. Algunos no sabían hacer otra cosa que jalar el gatillo y montar celadas. Ubicar a los personajes de Moronga en un contexto geográfico diferente, supone un reto para el novelista. Sus idas y venidas por calles, avenidas y restaurantes de distintas ciudades estadounidenses, muestran la madurez narrativa de Castellanos Moya. Arrojado al exilio desde sus inicios como escritor, lidia con los desafíos que supone instalar a sus personajes en Chicago, Milwaukee y Washington. Su exilio y estancia en Estados Unidos como profesor universitario, han sido provechosas. Aplaudo a escritores que salen de su entorno a recrear otros escenarios, como si fuese su lugar de origen.
II
Los recelos entre José Zeledón y Erasmo Aragón Mira, se deben a que ambos provienen de El Salvador. Trabajan para el Merlow College. Ejercen distintas funciones. Zeledón fue contratado para espiar los movimientos de los estudiantes latinoamericanos, a través de un programa de computadoras. La luz roja se enciende cuando le aparece en pantalla el acrónimo CIA. Se entera que Aragón Mira ejerce como profesor en el Departamento de Lenguas Romances. Su coterráneo solicitaba una beca para viajar a la capital estadounidense. Estaba interesado en revisar archivos desclasificados de la CIA (1963-1964), relacionados con la muerte de Roque Dalton. Necesitaba permiso del College para enviar su solicitud a concurso. El dato conocido es que el poeta salvadoreño fue asesinado por comandos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Moronga, escrita de tres maneras distintas, se corresponden con las tres partes que está dividido el thriller. En dos el narrador recurre a la primera persona y la tercera fue delineada de la mima manera como son presentados los informes policiales. En la primera, el lenguaje es conciso, directo. Son pequeñas digresiones sobre su acontecer cotidiano. Como se escriben las bitácoras. Zeledón alude los diferentes trabajos que ejerce para sobrevivir, sus nexos con el Viejo, antiguo compañero y radio-operador en el destacamento guerrillero bajo su mando y la relación amistosa que tiene con Rudy o Esteban, su ángel tutelar. Los diversos empleos obtenidos desde que llegó a Merlow City, se deben a la mediación de Esteban, generoso con su compañero de luchas. Zeledón asume perfil bajo. Desea pasar desapercibido. Un ser anodino con una hoja de vida gris.
Largos párrafos pueblan la segunda parte; densos circunloquios. Aragón Mira es acechado por las mismas obsesiones que asedian a Zeledón. Un poco más acentuadas. La esquizofrenia es mal común entre quienes creen ser espiados. Ni por casualidad desea encontrarse con alguno de sus paisanos. En Washington piensa haber encontrado pistas para esclarecer el asesinato de Dalton. Los recuerdos lo asaltan en momentos menos esperados. Su paso tangencial por la guerrilla muda en tormento. Sus movimientos son pasados por la técnica del chequeo y contrachequeo, mecanismo utilizado sutilmente por Zeledón. Les afligen los mismos males. Aragón Mira viajó a Washington para burlar la rutina y correr el velo a los intríngulis que enturbian la muerte del poeta. Creyó haber encontrado el secreto de su muerte. Una desgracia de última hora frustra el empeño.
El epílogo (un informe policial), está redactado para dar cuenta de hechos y circunstancias en los que antiguos guerrilleros, policías y mafiosos participan. Escrito para cautivarnos. Contiene una descripción rigurosa de los hechos, detalla nombres, estado civil, nacionalidades, ocupaciones, lugares de residencia dentro y fuera de Estados Unidos, partes del cuerpo donde impactaron las balas, su condición de integrantes o exintegrantes de bandas criminales, sitio donde ocurrió el tiroteo que terminó con sus vidas, condición de los heridos, resultados de la investigación, testigos y fuentes informativas, el caso de Amanda Packer, la presencia de un francotirador incógnito y la acusación injusta de Aragón Mira, condenado por las afirmaciones de una arpía de catorce años, más resabida que una puta cuartelaria. Nada deja fuera del cotejo.
III
Centroamérica posee una larga tradición relacionada con las novelas de denuncia e impugnación. Moronga aparece en un nuevo contexto. Cuando la United Fruit Company ponía y quitaba presidentes, imponiéndose a hierro y fuego, provocando golpes de Estado como fraguó en Guatemala, contra el coronel Jacobo Arbenz (1954) o sintiéndose a gusto con Tiburcio Carías, atornillado en el poder en Honduras (1932-1949), surgió una literatura vigorosa. Contestataria y desafiante. En Costa Rica apareció Mamita Yunai (1941) del escritor Carlos Luis Falla, reveladora y comprometida. En Nicaragua, Emilio Quintana no se quedaría atrás. Bananos (1942), con prólogo de Manolo Cuadra, compendia las tribulaciones de la peonada nicaragüense en las bananeras costarricenses. El Nobel Miguel Ángel Asturias, hizo lo propio con Week End en Guatemala, (1956).
Las novelas sobre las bananeras trascienden en el tiempo. Las satrapías cometidas por el dueño de Mamita Yunai, inescrupulosas y letales, dieron pábulo a una campaña de intoxicación informativa en Estados Unidos, para corromper a la opinión pública. Edward L. Bernays, especialista en relaciones públicas, cobró buena plata para hacerlo. Mario Vargas Llosa relata sus tropelías en Tiempos recios (Alfaguara 2019). Incluye un memorándum que describe la trama urdida por los sediciosos, con la intención de tumbar a Arbenz. Limitaba sus infamias. Los países sometidos a sus designios fueron llamadas repúblicas bananeras, absolviendo a quienes las convirtieron en apéndices suyos. Zemurray contó con la venia de altos funcionarios estadounidenses. Los hermanos John y Foster Dulles, dueños de un prontuario criminal en el istmo centroamericano y el Caribe.
Moronga ratifica la crueldad del exilio- ¿Existirán personas que logren asimilar el destierro? Cuando alguien regresa del exilio ya no es el mismo. Las guerras terminan desintegrando a las familias. Su separación se origina como resultado de desavenencias políticas y contiendas bélicas. Madres, padres, hermanas y hermanos, esposas, hijas e hijos se ven afectados. Nadie suple su cariño. El desarraigo provoca desolación. La metamorfosis experimentada por Zeledón y Aragón Mira, quebrantan sus defensas. Obligados a salir de su país, terminan convertidos en seres amputados. La incertidumbre se apodera de sus vidas. No existe sucedáneo para amortiguar el dolor. Tampoco un antídoto para asimilar la partida. Moronga ofrece una visión parcial no por eso menos significativa; las personas que padecen los rigores del exilio lo saben mejor.
¿Qué otro destino esperaba a los guerrilleros salvadoreños una vez terminada la contienda? Para quiénes no sienten escrúpulos, su futuro estaba en ponerse al servicio de intereses espurios. En El cielo llora por mí, (2009), la novela de Sergio Ramírez sobre policías y narcos, divide sus afectos. Algunos se mantienen fieles a sus principios, como el inspector Dolores Morales, mientras otros de sus compañeros se incorporan como gatilleros o guardaespaldas en el mundo de la narcoactividad. El mismo dilema enfrenta José Zeledón. Deseoso de mejorar sus condiciones de vida, establece correspondencia con el Viejo. Lo mantiene ilusionado. Refresca su oído manifestándole que todo va a cambiar, ganará mucha plata. El día que se ven en Chicago se percata que su antiguo compañero ha dado un paso en falso. Lo invita a integrarse como sicario de la mafia.
IV
El encanto y solidez de Moronga provienen de la belleza de su prosa, la estructuración del relato, los recursos estilísticos, el claroscuro de la trama, la maestría con que delinea a cada personaje, la claridad expositiva frente un cúmulo de eventos, el conocimiento de un contexto ajeno al suyo. Moronga es un thriller estremecedor. Así deben sentirlo quienes han seguido de cerca los entretelones del martirio del poeta Roque Dalton. Sin hacerse cargo del tema del sectarismo político, el novelista no deja dudas. La tragedia se debió al celo insano que profesan quienes creen ser dueños de la pureza revolucionaria. El destino del profesor Aragón Mira, enclaustrado en una clínica, echado del Merlow College, acusado criminalmente por acoso sexual, delito que no había cometido y la participación de un francotirador anónimo, dejan flotando en el misterio el desenlace final.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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