30 de mayo 2022
*A las madres nicaragüenses que perdieron a sus hijos por violencia política a partir de abril de 2018
(…) y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron,
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Fragmento de Salutación al Optimista, Rubén Darío
El 30 de mayo de 2018 la realidad nicaragüense superó cualquier tragedia literaria de Esquilo, Sófocles y Shakespeare. En aquella fecha se organizó “la madre de todas las marchas”, en la cual se manifestaron las madres de los rebeldes de abril cuyas vidas juveniles habían sido cegadas por el uso desproporcionado y desigual de la fuerza, como reacción del régimen autocrático de Ortega Murillo al ser fuertemente cuestionado por la sociedad civil en protestas de calle.
La marcha de las madres de abril fue atacada con una sevicia característica de prácticas antihumanas de las dictaduras militares de derecha e izquierda del siglo XX; varios jóvenes en legítima protesta de calle en los alrededores de la Avenida Universitaria (zona céntrica de Managua) fueron masacrados por francotiradores en una escalada dantesca de odio, intolerancia y violencia política que se replicó en otras partes del país.
Según CONFIDENCIAL (2018), a nivel nacional el saldo al final del día fue de 19 víctimas fatales y más de 100 heridos. Las violaciones a los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad cometidos ese día siguen impunes y los responsables continúan gobernando; se trata de una estructura de mando vertical y piramidal con altos dirigentes de perfil psicótico. El fanatismo belicista es el gen predominante en la biología política de estos bárbaros Atilas.
La masacre del día de las madres contra una juventud en legítima protesta puso al descubierto una vez más la perversión de la (anti)lógica del poder por el poder mismo (sin límites éticos ni jurídicos), que lleva a soltarle las cadenas a verdugos de ideales e idealistas, descargando sus instintos bestiales contra el espíritu juvenil que empuja un cambio social cuando opera como fuerza insurgente de orden civil en una acción generalizada de resistencia pacífica.
En una entrevista para CNN, el periodista Andrés Oppenheimer ágilmente le dijo a Daniel Ortega: “(…) Pero presidente, usted fue un combatiente contra una dictadura. Usted fue un revolucionario. Usted fue lo que ahora usted llama un terrorista. Usted se alzó contra una dictadura. Entonces estos muchachos que están con palos y piedras en las calles demostrando contra su gobierno, no son menos terroristas de lo que usted fue en su gobierno…”. Cualquiera en su sano juicio se pregunta cómo es que vestir verde olivo y derrocar un gobierno por vía armada es ser revolucionario; pero vestirse de civil y protestar con mortero y tiradora es ser terrorista.
Ese 30 de mayo teñido de sangre exacerbaría un conflicto irresoluble entre clase gobernante y clase gobernada, sobre lo cual el tullido mandatario esgrimiría toda clase de mentiras en canales internacionales, adquiriendo vigencia el pensamiento mordaz del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “El Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos, es frío incluso cuando miente y esta es la principal mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’”.
Los envejecidos y envilecidos mandatarios, luego de vivir a expensas de los fondos públicos por más de 2 décadas sin haber estudiado carrera alguna, han llegado al ocaso de su vida convertidos en adictos patológicos al poder absoluto, sostenido sobre un tendal de muertos. Esta tragedia nicaragüense debería hacerle entender de una vez por todas al continente americano que los gobernantes deben cambiarse por la misma razón que se cambian los pañales. La frialdad y el cinismo de guardar las apariencias y fingir normalidad es el cuero de lagarto áspero y grueso que se mantuvo impenetrable ante el llanto desgarrador de madres desconsoladas que vieron los cuerpos de sus hijos que yacían inertes y ensangrentados.
Los adolescentes y jóvenes privados de su vida en circunstancias violentas no tenían planeado amenazar el poder absoluto de un gobierno aberrado y desquiciado. Ellos estudiaban, jugaban, soñaban, amaban y reían. Esos futuros profesionales, artistas o deportistas solamente se tomaron en serio sus sentimientos de indignación y rebeldía porque Indio Maíz pudo haberse protegido mejor y porque los abuelitos fueron irrespetados delante de las cámaras. Una secuencia de sucesos que no debían ocurrir los encarriló hacia un destino fatal. La falta de compasión por el dolor ajeno no parece atormentar la conciencia de los potentados, si sus hijos y nietos viven entre lujos y comodidades en el seno de un clan oligárquico con una fortuna que chorrea sangre.
Esta tiranía de la impunidad no será por siempre; la dinámica de las cosas, en sus ciclos de nacimiento y extinción, hace perecer más temprano que tarde a los déspotas que ofenden constantemente la naturaleza humana. Así como mayo se asocia simbólicamente con la lluvia y fertilidad de la tierra, lo ocurrido el penúltimo día de mayo de 2018 marca un antes y un después en la continuidad de una cadena de eventos socialmente disruptivos por las acciones impetuosas y audaces de juventudes que preñaron algo nuevo en el vientre de la historia nacional.
El plomo perfora el cráneo, pero no el ideal. Eran estudiantes, no eran delincuentes; los delincuentes son sus victimarios. Los gobiernos de facinerosos con sangre helada abusan del monopolio de la violencia estatal para detener el proceso de cambio social, como si se levantara un muro de contención en las aguas de un río para evitar que continúen en movimiento. Sin embargo, la intensificación de la política de represión sugiere el espanto de una estrepitosa caída, como una fiera herida que ruge y ataca porque inevitablemente morirá.
El espíritu de abril del movimiento autoconvocado debe pensarse e interpretarse para darle un significado a la transición democrática y para que la causa tenga sentido de largo plazo. El discurso azul y blanco debe hacer memoria histórica para que el continente y el mundo entero no olvide la masacre en perjuicio de las juventudes el día de las madres. Un centenar de padres y madres huérfilos no olvidan que sus hijos tuvieron nueve meses para nacer, pero –en circunstancias violentas– sólo un instante para morir. No cabe dudas que la Nicaragua del futuro será aquella que florezca de la fertilidad de la tierra producto de las lluvias de mayo, recuperándose y sobreponiéndose a las heridas de tantas desgracias y tantos dolores.
Nuestros jóvenes apagados no deben ser recordados desde el heroísmo martirológico, porque nuestras juventudes no son el eterno rebaño para un eterno matadero. En todo caso, su eros (su acto de amor) no estriba en su sacrificio mortal, sino en su indignación y protesta con visión de cambio. Los criterios de justicia, verdad, reparación y no repetición están orientados a juzgar a los responsables y a evitar que se reproduzcan hechos semejantes en el futuro.
El día después de mañana podría ser el resurgimiento épico y lírico de una nueva sociedad elevándose a otro nivel de conciencia sobre su porvenir. Las familias reunificándose en su país, reconstituyéndose de sus vínculos rotos y recuperándose del daño profundo en su fibra emocional exige un compromiso inexpugnable por la aplicación del valor universal de Justicia en favor de un ambiente de paz. Este es el colosal desafío de la futura clase dirigente. La fecundidad de una Nicaragua libre demanda una labor extraordinariamente triptolémica.
Como cantaba el uruguayo Eduardo Franco, mítica voz de Los Iracundos:
“Y la lluvia caerá…, luego vendrá el sereno … Cuántas veces nos han dicho riendo tristemente que las esperanzas jóvenes son sueños.”