11 de abril 2022
El obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio José Báez, cumplirá tres años de exilio el próximo 23 de abril, después que el papa Francisco le pidió que saliera del país en 2019, para protegerlo de las amenazas de muerte del régimen. “Han sido tres años de dolor y desierto, pero no me ha faltado el auxilio bondadoso de Dios, y el cariño y la fraternidad del pueblo de Dios”, explica, en una entrevista desde Miami, donde todos los domingos celebra la eucaristía en la iglesia Santa Agatha, convertida en un “santuario de peregrinación de los nicaragüenses exiliados”.
Al iniciarse las celebraciones religiosas de Semana Santa, el obispo recuerda la homilía que brindó en la iglesia de Esquipulas en Managua el domingo de Ramos de 2019, antes de partir al exilio, y mantiene la convicción de que “así como Jesucristo, crucificado por los poderes del mundo, fue resucitado por Dios a una vida que no termina, también los pueblos crucificados, tarde o temprano, resucitan”.
El obispo describe el sistema de gobierno en Nicaragua como un “régimen de crueldad”, y descarta que el discurso de odio contra la Iglesia que se practica desde el poder tenga alguna credibilidad, es “un discurso lleno de mentiras, que lo único que muestra es un signo de debilidad muy fuerte”, dice.
Monseñor Báez comparte en esta entrevista su “dolor, con mucha intensidad”, por la situación en que se encuentran los presos políticos de la dictadura, y alza su voz “exigiendo su liberación”, y revela que en noviembre del año pasado cuando se reunió con el papa Francisco a solas en su habitación, le habló sobre los reos de conciencia de Nicaragua. “El papa se sorprendió, mostró su dolor y su sorpresa también, porque creo que no estaba suficientemente informado. Y me pidió que le dejara el documento que le llevé. Estoy seguro de que algo hizo”, relató Báez.
Monseñor Silvio José Báez celebró la creación de una comisión de expertos independientes por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, para investigar las violaciones de derechos en Nicaragua desde 2018. La “Iglesia profética” debe apoyar el reclamo de justicia, afirmó, y “estoy seguro de que la Iglesia de Nicaragua, liderada por sus obispos, no va a doblegarse nunca ante la mentira, no va a encerrarse nunca por el temor, ni va a ser nunca cómplice de poderes injustos y crueles”.
Semana Santa y la esperanza de la resurrección
Un día como hoy, domingo de Ramos en 2019, en su homilía en la iglesia de Esquipulas en Managua, usted describió la situación del país como la de “un pueblo crucificado con la esperanza de la resurrección”. ¿Cómo lo ve ahora, tres años después, al iniciar esta nueva Semana Santa?
Lo que yo afirmé en mi homilía hace tres años, lo conservo en mi corazón, y a medida que la situación se vuelve más difícil y compleja, me afirmo mucho más en esa profesión de fe que quise compartir con el pueblo de Dios. La cruz en el cristianismo es el símbolo de la maldad humana sobre el inocente, es el símbolo de la crueldad sobre la víctima; y la resurrección de Jesús es la gran esperanza que a todos nos comunica la certeza de que Dios hace surgir la vida en medio de la muerte, y que Dios está de parte de la víctima, de quien es crucificado, de quien sufre en modo inocente.
Yo, más que nunca, estoy firme en esta convicción, y le puedo decir de corazón al pueblo de Nicaragua que así como Jesucristo, crucificado por los poderes del mundo, fue resucitado por Dios a una vida que no termina, también los pueblos crucificados, tarde o temprano, resucitan.
Algunos obispos y sacerdotes han denunciado en estos últimos días hostigamiento policial, incluso espionaje en sus parroquias. ¿Se podrán realizar las celebraciones religiosas de Semana Santa en libertad, ahora que ha disminuido la pandemia de la covid-19 en Nicaragua?
Yo espero que el pueblo de Dios siga las indicaciones de la Conferencia Episcopal, en cuanto a las medidas sanitarias para evitar nuevos contagios, y que se puedan realizar las celebraciones de Semana Santa con toda tranquilidad, porque alimentan el alma de nuestro pueblo, mayoritariamente cristiano.
El riesgo de asedio, e intimidaciones no lo podemos descartar, porque el régimen actual de Nicaragua, en todas sus versiones históricas desde el 79, se ha mostrado como enemigo de la Iglesia, hostil a la Iglesia, como instancia moral y ética de distintas maneras. Por lo tanto, lamentablemente, a estas alturas es algo que no podemos descartar.
En estos días también se acrecentó el discurso de odio de la vicepresidenta Rosario Murillo, sumamente agresivo, contra todas las personas que participaron en las marchas y en las protestas cívicas en 2018. Pero fue particularmente dura, contra los sacerdotes y obispos de la Iglesia católica. ¿Cuál es la razón de fondo de este ataque contra la Iglesia?
Yo creo que siempre en los ataques verbales, llenos de odio contra la Iglesia, lo que hay es una especie de resentimiento del poder de no sentir que la religión los justifica y los apoya ideológicamente. Y, en el fondo, es una expresión más de ese rechazo, ese visceral sentimiento de rechazo a la Iglesia que ha tenido este régimen a lo largo de los años. Yo creo que es un discurso que cada vez más se presenta con menos fortaleza, porque es un discurso lleno de mentiras, es un discurso que intenta negar la verdad con agresividad verbal, pero eso es insostenible, nadie se lo cree, y cada vez es un discurso más débil, y que lo único que hace es mostrar un signo de debilidad muy fuerte.
Al contrario de ese discurso oficial, esta semana más de cuatrocientas personas de fe en Estados Unidos, católicos, protestantes, judíos y personas de otras tradiciones religiosas enviaron una carta abierta al Gobierno de Nicaragua, motivados por lo que describen como “el sufrimiento de cientos de miles de nicaragüenses desde abril de 2018”, y cuestionan si este puede ser un gobierno cristiano y solidario, y cómo se puede proclamar la paz y la reconciliación sin justicia. ¿Estas reflexiones tienen algún eco en la Iglesia católica de Nicaragua?
No te sabría decir qué eco ha tenido en la Iglesia católica de Nicaragua, porque no he tenido ningún tipo de contacto hablando sobre este tema. Pero, a mí me llenó de mucha alegría ver que la fe en el único Dios verdadero, el Dios de la vida, el Dios de la libertad, el Dios de la justicia, el Dios que pone a la persona humana en el centro de sus preocupaciones, nos une a los creyentes de todas las religiones.
Así como el problema de Nicaragua no es un problema simplemente ideológico, ni siquiera social y político, es algo mucho más profundo, esto demuestra también que la sensibilidad internacional y mundial trasciende la confesiones religiosas, y estos hermanos de distintas confesiones que firmaron esta carta tienen toda la razón, hay una contradicción profunda entre un régimen de crueldad, como yo lo he definido, el que en este momento domina en Nicaragua, y el Dios verdadero, que es amor, es bondad, y quiere la libertad, la justicia y la vida para todos los seres humanos. Hay una contradicción de fondo que es posible porque el lenguaje religioso, al ser simbólico se puede prestar a manipulación; pero, yo doy gracias a Dios que haya personas de fe que desenmascaran esta contradicción. No es posible llamarse cristiano mientras actúo con crueldad, miento, intentando tergiversar la historia, y no me abro ni abro canales de entendimiento y de búsquedas de solución de un problema que está desbaratando a toda una sociedad.
Tres años de exilio
Esta semana usted ha cumplido trece años desde su ordenación como obispo auxiliar de Managua, una condición que ha sido ratificada por el papa Francisco. ¿Cómo ha vivido, estos últimos tres años, separado de Nicaragua?
Como vos sabes, yo salí de Nicaragua no por propia decisión sino en obediencia al papa Francisco, debido a las amenazas de muerte que yo estaba sufriendo, y la explicación más paternal que él me dio fue – no quiero otro obispo mártir en Centroamérica-. Yo salí de Nicaragua llorando, y he pasado, estos ya tres años largos, en el exilio, con el sentimiento de nostalgia y de dolor por no estar presente físicamente en medio de mi pueblo.
Pero como lo he dicho en otras oportunidades, uno no está donde tiene los pies, sino donde tiene el corazón y la mente. Y he aprendido que estar lejos no es siempre estar ausente. Estar lejos muchas veces es otra forma de estar presente, y yo he estado presente siempre con mi cariño de pastor, con mi oración constante y con mi predicación profética intentando iluminar la historia y comunicando esperanza al pueblo de Nicaragua. Han sido tres años de dolor, han sido tres años de desierto, pero no me ha faltado el auxilio bondadoso de Dios, y el cariño y la fraternidad del pueblo de Dios.
Usted está en contacto con muchos sectores de la comunidad nicaragüense en Estados Unidos y en otros países. ¿Cómo se vive la Semana Santa en esta otra Nicaragua, la del exilio masivo, en Estados Unidos, en Costa Rica, en España, en Canadá y en otras partes?
Cada país y cada Iglesia tiene su modo peculiar de celebrar estos días santos. Aquí, por ejemplo, en los Estados Unidos, evidentemente no vivimos la riqueza de religiosidad popular y de manifestaciones externas como en Nicaragua y en América Latina, sin embargo, el pueblo sigue siendo creyente, y creo que espera estos días santos con ilusión, porque de lo que se trata es de renovar la fe en el Dios de la vida, es celebrar con esperanza y con certeza profunda que la muerte no tiene la última palabra, este es el gran mensaje de la Semana Santa. La resurrección de Jesús es, para nosotros los creyentes, la certeza de que la vida, el bien, la verdad, el amor, la justicia triunfa, tarde o temprano.
Yo invito a los nicaragüenses que están fuera del país a que vivamos esta Semana Santa con este espíritu; y sobre todo, sabiendo que aunque no estamos presentes en Nicaragua, lo podemos estar con la oración, con la solidaridad, con la cercanía, incluso, en el cariño, y esto nos hará vivir como Iglesia esta Semana Santa.
Los nicaragüenses, en el país lo siguen a usted todos los domingos en las homilías que hace en las misas en la iglesia de Santa Agatha en Miami. Esta es una iglesia que convoca, supongo, a los nicaragüenses, pero además de ese servicio religioso, ¿qué otro tipo de actividades está haciendo en Estados Unidos?
La parroquia Santa Agatha de Miami se ha convertido en un auténtico santuario de peregrinación de los nicaragüenses exiliados. Cada domingo son decenas de nicaragüenses los que llegan a Miami en situaciones emocionales desgarradoras, y en situaciones de pobreza extrema, y Santa Agatha se ha vuelto un lugar de acogida, de apoyo, de cariño, de oración, de orientación. Y al primero que la parroquia Santa Agatha acogió con amor fue a mí persona, cuando yo me encontré aquí atrapado por la pandemia.
Yo quisiera agradecer al párroco de Santa Agatha, al padre Marcos Somarriba, nicaragüense que ha vivido casi toda su vida acá, se vino en los años ochenta. Un hombre de un gran corazón, un gran pastor, y que ha abierto no solo la parroquia sino su corazón a los nicaragüenses. Él es originario de Chinandega, y yo creo que a él, los nicaragüenses le debemos tener una gran gratitud por la obra que está haciendo. Hace quince días él organizó un taller de información y apoyo a los exiliados sobre política migratoria y procesos de asilo en los Estados Unidos. Los nicaragüenses saben que la parroquia Santa Agatha del párroco, padre Marcos Somarriba al frente, y con su servidor, que los domingos celebra la eucaristía, está abierta para los nicaragüenses.
El papa me pidió, en noviembre, que no dejara de predicar en Santa Agatha cada domingo, como lo estaba haciendo, y que no abandonara a mi pueblo, y eso es lo que hago.
Yo vengo a Miami solo los domingos a celebrar la eucaristía de la una de la tarde aquí, a las once, en este momento en Nicaragua. Yo vivo a hora y media de Miami, al norte, y ahí estoy desde hace casi un año, como catedrático de Sagrada Escritura, profesor de Antiguo Testamento en la facultad de Teología Saint Vicent de Paul de los obispos de la Florida, que me invitaron a integrarme al claustro de profesores, y estoy ahí dando clases y colaborando con la dirección espiritual. El papa estuvo de acuerdo, le pareció muy bien la propuesta y ha agradecido a los obispos de la Florida la acogida que me han dado. Particularmente yo agradezco a monseñor Thomas Wenski, aquí en Miami, que me ha acogido como hermano en esta iglesia local también.
Los presos políticos y el papa Francisco
En Nicaragua hay más de 170 presos políticos, casi todos ya condenados a distintas penas de cárcel, pero muchos de ellos siguen sometidos a un régimen de aislamiento y tortura en la cárcel del Chipote. ¿Cómo ve la Iglesia, o usted como obispo auxiliar de Managua, esta condena a los presos políticos?
Yo lo he sufrido personalmente con mucha intensidad, no hay un solo día de mi vida en que yo no los recuerde, en que no rece por ellos, y no alce mi voz exigiendo su liberación. Todos sabemos que son inocentes, que los procesos que se han llevado a cabo son una farsa total, y que la situación y las condiciones en las que se encuentran son inhumanas y crueles. Es algo que no tiene precedentes, no solo en la historia de Nicaragua sino creo que en la historia de toda América Latina. Yo, es algo que vivo con mucha intensidad, y sobre todo porque soy amigo de casi todos los que están dentro, y los conozco bastante y sé que son inocentes, incluidos tus hermanos, entonces lo vivo con mucho dolor.
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A finales de noviembre del año pasado que estuve con el papa Francisco en su habitación, platicando personalmente largo tiempo, casi dos horas, lo primero que le compartí al papa Francisco fue la situación de los presos políticos, le llevé los nombres de los últimos apresados y un resumen escrito de la situación injusta y cruel a la que estaban siendo sometidos. Se lo dije de palabra y le dejé por escrito también, un documento describiéndole toda la situación, y le rogué que por favor hiciera algo, aunque fuera de modo discreto y silencioso, pero que en su corazón de pastor misericordioso, nuestros presos políticos encontraran un lugar. Y estoy seguro que el papa hizo algo, y creo que continúa haciendo algo, quizá no de modo público, pero algo se está haciendo desde la Santa Sede.
Creo que el papa se sorprendió que lo primero de lo que yo le hablé cuando nos encontramos en noviembre, no fue sobre mi persona ni sobre mi futuro, ni sobre mi ministerio, sino que lo primero que hablé con él fue la situación cruel e injusta de los presos políticos en Nicaragua en este momento.
Pero ante esta crisis, que también es humanitaria, y como dice usted, conociendo que el papa Francisco está informado de manera directa, mucha gente pregunta, por qué no hay un mensaje directo de solidaridad del papa Francisco con esta condición de Nicaragua. La gente dice, el papa habla de la guerra de Ucrania y de otras situaciones en otros países, y hay una demanda de solidaridad con Nicaragua.
Yo lo que te puedo asegurar es que cuando hablé con él, en noviembre, el papa se sorprendió, mostró su dolor y su sorpresa también, porque creo que no estaba suficientemente informado. Y me pidió que le dejara el documento que le llevé, que lo puso aparte, y que se lo dejará a él. Estoy seguro que algo hizo. Yo, más de eso no te puedo decir. Aquí el problema es que se mezcla la dimensión diplomática de un Estado, del que él es cabeza, el Estado Vaticano, y su condición de pastor, y yo me imagino que no ha de ser fácil poder conciliar estas dos dimensiones.
¿Cómo valora la decisión del régimen de Nicaragua de expulsar al nuncio apostólico, Waldemar Sommertag, y las consecuencias que esto puede tener en la relación entre el régimen y el Vaticano, por un lado; y por el otro lado, en la relación del Gobierno con la
Iglesia católica en Nicaragua?
Lo valoro como una crisis diplomática, ha sido un problema entre dos Estados, el Estado Vaticano y el Estado de Nicaragua. ¿Y qué razones hubo, qué problemas se dieron, por qué se produjo la ruptura? Lo ignoro, porque del mundo diplomático no tengo ninguna información. Ignoro cuál haya sido la causa. ¿Cómo va a reaccionar el Vaticano? Tampoco puedo predecirlo.
Es importante que diferenciemos entre diplomacia y profecía. La diplomacia es propia de los Estados, es propia de los organismos internacionales; la profecía es propia del hombre de Dios, es propia del pastor de la comunidad cristiana. Son dos dimensiones que tienen sus diferencias, el diplomático busca, por una parte, encontrar armonía, lograr equilibrio entre fuerzas o personas que están en conflicto, y tiene que usar un lenguaje conciliador y muchas veces ambiguo y hasta hipócrita; en cambio, la profecía es propia del hombre de Dios, es propia del pastor y de la comunidad cristiana. El profeta dice la verdad, con claridad, sin temor a las consecuencias, el profeta enfrenta al poderoso injusto, denuncia los crímenes, y no es nunca neutral, se pone siempre de parte de la víctima y del pobre. Entonces, la diplomacia y la profecía son dos cosas distintas.
Ahora, yo creo que la profecía es propia de la Iglesia local y de los pastores que están caminando junto al pueblo; la diplomacia es propia de los Estados y de los organismos internacionales, incluido el Vaticano como Estado.
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Una Iglesia profética y la demanda de justicia
¿Puede la Iglesia católica de Nicaragua seguir cumpliendo con esta misión profética bajo las condiciones de cercenamiento de la libertad e incluso de persecución contra la propia Iglesia?
Yo creo que sí. Yo creo que sí, porque la Iglesia no es un simple organismo no gubernamental, no es una simple asociación de asistencia social. La Iglesia tiene una dimensión de ministerio que la sostiene y le hace ocupar un lugar en la historia. O sea, la Iglesia es sacramento de Cristo, es la comunidad de fe que hace presente en el mundo a Jesucristo, al evangelio y que anuncia con esperanza los caminos de Dios hacia una mayor humanización, libertad y vida, hasta la salvación final. Eso, la Iglesia lo llevará a cabo hasta el final de los tiempos. O sea, la Iglesia, según la promesa de Jesús, permanecerá siempre, las puertas del infierno no podrán contra ella.
Ahora, yo, como obispo, te puedo decir de la experiencia que tengo con mis hermanos obispos de Nicaragua, que entre ellos hay mucha sabiduría y mucha prudencia, y estoy seguro que podrán llevar adelante su misión como Iglesia, sin doblegarse nunca ante la mentira y ante el miedo.
Por otra parte, además de la sabiduría y la prudencia que caracteriza a mis hermanos obispos, me consta también que en todos hay un gran amor al pueblo de Dios, hay una gran cercanía a la gente y sienten su dolor. Hay que tener compresión en este momento que la situación del país, evidentemente, condiciona muchísimo la acción de la Iglesia. Pero, estoy seguro que la Iglesia de Nicaragua, liderada por sus obispos, no va a doblegarse nunca ante la mentira, no va a encerrarse nunca por el temor, ni va a ser nunca cómplice de poderes injustos y crueles.
La semana pasada en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU se aprobó la creación de una nueva Comisión de expertos independientes para investigar las violaciones a los derechos humanos, ocurridas en Nicaragua desde 2018. ¿Representa esto una esperanza para centenares de familias que siguen hoy reclamando justicia por asesinatos, por torturas, por violaciones, de hechos que se encuentran en la impunidad? ¿Cómo ve usted el rol que puede jugar esta Comisión?
Como Iglesia, nosotros anunciamos y predicamos el perdón como camino para encontrar auténticas reconciliaciones que puedan salvar a las personas; pero el perdón no se opone a la justicia, el perdón es algo personal que cada persona ofrece desde su corazón, pero esto no va en contra de la justicia y de la exigencia de que quien ha cometido un delito y un crimen, vaya a los tribunales y pague por lo que ha hecho. A veces confundimos las dos cosas.
A partir de esta premisa, como Iglesia debemos alegrarnos de que haya un nuevo organismo que pueda establecer la verdad, señalar a los responsables de los crímenes y, eventualmente, llevarlos ante los tribunales de justicia internacional, esto la Iglesia lo debe apoyar, sin renunciar a predicar el perdón; son dos cosas muy distintas, perdón no es impunidad. Entonces, yo me alegro de que exista esta nueva Comisión.
Ahora, no sé qué facilidades va a tener para poder realizar su trabajo en Nicaragua, lo más probable es que el régimen actual le ponga todas las dificultades posibles para que no vaya adelante en la misión que le han encargado, pero es importante constatar y dejar constancia de los crímenes que se han cometido desde el 2018, porque no ha sido un teatro, no ha sido un montaje, ahí están las víctimas, ahí están la madres que sufren, ahí están los presos políticos, aquí estamos lo exiliados sufriendo, ahí está un pueblo que todavía clama justicia. Esto no es teatro, esto es el drama más grande que Nicaragua ha vivido en su historia y, por lo menos, documentarlo es importante para que cuando sea posible, quien ha cometido un crimen, sea llevado a la justicia, y esto la Iglesia lo debe apoyar y lo debe decir claramente.
Una de las demandas que tiene mayor consenso entre la comunidad internacional es la necesidad de que regresen las Comisiones internacionales de derechos humanos de la OEA, de la ONU, y también los exiliados, y lo mencionan a usted, el retorno del obispo Silvio José Báez a Nicaragua. ¿Tiene usted esperanza de poder regresar a su patria?
Metafóricamente, te digo, yo siento que nunca me he ido de Nicaragua, yo estoy ahí cada día, desde que me levanto hasta que me voy a la cama, a pesar de mis actividades aquí en Estados Unidos, yo vivo en Nicaragua, pero mi sueño sería estar ahí físicamente.
Ahora, no depende de mí, como obispo estoy en comunión con el papa Francisco, y él me ha pedido que por ahora no vaya a Nicaragua. Él sabe que estoy aquí en los Estados Unidos y está de acuerdo con el trabajo académico y pastoral que yo estoy realizando aquí en Estados Unidos. Y me ha pedido, sin embargo, que no deje de llamarme obispo auxiliar de Managua, que conserve ese título, porque lo soy realmente, y parte de Conferencia Episcopal, miembro pleno de la Conferencia Episcopal de Nicaragua. Por eso digo que no siento que me haya ido del país.
Ahora, el momento en que yo, físicamente, pueda volver en medio del pueblo de Nicaragua, para mí será la alegría más grande de mi corazón como pastor. ¿Cuándo será? Se lo pregunté al papa, y me señaló con el dedo, y me dijo: Él nos lo dirá – señalando hacia arriba-. Dios lo dirá. Pero quiero que el pueblo sepa que mi mayor ilusión es poder volver a estar como pastor en Nicaragua, en medio de la gente, como hermano para caminar junto a los demás.