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El apocalipsis de Putin como programa

¿Qué es Occidente para Putin? La respuesta solo puede ser una: es todo lo que impide la reconstrucción del imperio ruso

Un manifestante sostiene una pancarta de 'Stop Putin' durante una manifestación contra la invasión rusa de Ucrania frente al edificio del Parlamento suizo. Foto: EFE | Confidencial

Fernando Mires

9 de abril 2022

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Lo hemos repetido muchas veces. La guerra de Putin a Ucrania no es solo contra Ucrania pero comienza y pasa por Ucrania. La guerra de Putin es contra Occidente, lo ha dicho el mismo. Pero no en contra del Occidente geográfico sino en contra del Occidente Político. Así nos lo explicó el mandatario ruso en su mítico discurso del estadio Luzhniki de Moscú:

“Occidente está intentando dividir a nuestra sociedad, está especulando con nuestras bajas (en la guerra) y las consecuencias socioeconómicas de las sanciones, y está provocando una confrontación civil en Rusia y utilizando a esa quinta columna para conseguir ese objetivo. Y hay un solo objetivo, del que ya he hablado, la destrucción de Rusia”.

¿Qué es Occidente para Putin? La respuesta, después de revisar diversos textos, solo puede ser una: Occidente es todo lo que impide la reconstrucción del imperio ruso, núcleo de una visión pan- eslavista a la que su mentor ideológico del momento, Aleksandr Dugin, llama Eurasia. Occidente sería, mirada desde esa visión culturalista, la anti-Eurasia. ¿Y qué es Eurasia? Si nos atenemos a las palabras del corrupto ex-vicepresidente de Rusia, Dimitry Mevdevev, el objetivo de Putin es “construir una Eurasia abierta, desde Lisboa hasta Vladivostok”. Gracias a esa estupidez ya sabemos algo por lo menos: Eurasia, para Putin y su corte, es el objetivo de un proyecto de expansión geográfica y política: una anti-Europa. Nada menos. El problema es que para que ese proyecto tenga un final, deberá haber muchas ciudades mártires, como hoy lo es Bucha en Ucrania.

Así como Che Guevara en su delirio antimperialista llamó a “crear dos, tres Vietnams”, Putin, en su delirio imperialista deberá llamar a "crear cien, doscientas, trescientas Buchas". Ya lo está haciendo. Hay otras ciudades como Bucha en Ucrania.


Para Dugin, Occidente, más que un conjunto de países -todos democráticos pero con distinto formato político - es un régimen universal que se define por una supuesta ideología también universal. Dugin la llama “ideología de la democracia liberal”. En ese punto hay una plena coincidencia entre Dugin y el putinista presidente húngaro Viktor Orban quien ha iniciado una campaña política en contra de lo que él llama, democracia liberal.

Tanto en la versión de Dugin, de Orban y, por cierto, de Putin, el liberalismo es una ideología decadente que lleva al deterioro moral del ser humano, el que librado a su libre arbitrio, entregado al llamado de sus deseos, sobre todo los sexuales, medrará en un mundo sin tradiciones y sin autoridades. Y, por supuesto, sin Dios. En contra de ese mundo en permanente decadencia, Putin, convertido de la noche a la mañana de marxista- leninista en un beato besacruces, opone el ideal de una nación autoritaria, con un estado fuerte, sin rencillas partidarias, donde el parlamento deberá limitarse a dar forma a leyes que provienen de un ejecutivo cuyo poder ha de hacerse sentir con dureza sobre todos los que osen disentir del orden establecido.

Las ideas occidentales, como dijo Putin en su discurso del estadio, son destructivas para el orden ruso que él busca imponer y, por lo mismo, se encuentra obligado a defenderse, aventando a la corrupción occidental (ideas democráticas) dentro de Rusia y luego luchando en contra de los demonios que vienen de afuera, desde ese Occidente apoderado de su amada Ucrania rusificada. Ucrania debe ser liberada, purificada de ideas occidentales. En las palabras de Putin: “desnazificada”

De acuerdo a su descontrolada fantasía, Putin y otros integristas conciben la invasión a Ucrania como una guerra defensiva y liberadora en contra de lo que ellos llaman Occidente. Esa es la ideología que fue inculcada a Putin, entre otros, por el ideólogo Alekandr Dugin. Un autor intelectual –sí, lo es- de los asesinatos que en estos momentos están siendo cometidos en Ucrania.

“Occidente es antes que nada una ideología”, escribió Dugin en un reciente artículo orientado a justificar las crueldades cometidas en Ucrania (24.03.2022). Y luego despacha, así no más, solo porque se le ocurre, una definición: “las ideologías son imágenes (¿?) totalitarias de la realidad impuestas por sistema tecnológicos y psicología de masas”. Absurda definición construida solo para continuar caricaturizado a lo que él necesita que sea Occidente: “La única ideología oficial que existe en Occidente es el liberalismo (¡!) y la globalización no es sino la imposición del liberalismo a toda la humanidad”. Vale decir, en su imaginación afiebrada, Dugin ha convertido a Occidente en un orden totalitario e imperial del cual la Santa Rusia deberá liberarse.

En el marco de las post-verdades putinistas, la invasión a Ucrania deberá ser entendida como un medio para alcanzar la liberación nacional de Rusia frente al Occidente opresor aunque eso signifique poner a la realidad patas arriba y cabeza abajo.

El mismo Dugin ha confesado, y se nota, que todas sus concepciones ideológicas las ha tomado prestadas de pensadores europeos. En esos pensadores no hay nada que sea ruso. Tanto en su formación como en su estilo, Dugin es un escritor radicalmente occidental. El mismo ha declarado ser seguidor del tradicionalismo conservador de Julius Evola y de René Guenón. En su “Geopolítica” recurre a la teoría del espacio vital de Karl Hausofer. Posición occidentalista en la que, por lo demás, no se encuentra solo.

El anti-occidentalismo occidental es una de las particularidades de Occidente, el único orden político que genera e integra a sus propias contradicciones. Pues la occidentalidad no son solo los derechos humanos, el parlamentarismo, los debates, la pluralidad cultural, su arte o su literatura. También la negación a Occidente es occidental, venga ella de Marx, de Spengler, de Heidegger, de Dugin. El anti-occidentalismo pertenece, queramos o no, al patrimonio cultural de Occidente.

Occidente –es un punto que aterra a Dugin– supone el reconocimiento de la ambivalencia como forma de vida. A Occidente pertenecen los Médecis y Maquiavelo, Arendt y Mahler, el Louvre y Auschwitz, Churchill y Hitler. El fascismo, el anarquismo, el comunismo, y probablemente, hasta el putinismo, y muchas otras negaciones de Occidente, son producciones netamente occidentales. Occidente no es una sola ideología, como cree Dugin. Son muchísimas. Occidente es lo que ha llegado a ser Occidente. Occidente no es un “es”, es un “estar siendo en el tiempo". Occidente es su propia historia. Eso es lo que no puede aceptar Dugin.

Dugin es un intelectual muy deshonesto. Y lo es hasta el punto que necesita inventarse un Occidente personal para así obtener un meta-enemigo que sirva como justificación a la sangrienta expansión que en este momento comete Putin sobre tierra ucraniana. Y al final, como si estuviéramos frente a las aguas de Narciso, resulta que todo lo que para Dugin es Occidente no es más que la fiel copia de lo que ha llegado a ser la propia Rusia de Putin. Un enorme espacio totalitario, con una sola ideología, con un solo líder, con una sola religión.

La agresión a Occidente comenzada desde Ucrania ha liberado a Rusia de las ataduras que lo ligaban con Occidente, nos dice Dugin. Siguiendo esa tesis, escribe: “En realidad, Putin intentó por todos los medios que Rusia siguiera la ideología, la tecnología, los códigos, los algoritmos, las leyes y los principios occidentales (liberales); pero el aumento de las tensiones simplemente lo destruyó todo. Rusia se está alejando de Occidente como Idea y Occidente ha comenzado a desconectar a Rusia de todas sus redes de control global”.

Lamentablemente, lo último es cierto. Con su des-occidentalización forzada, Rusia está dejando de ser lo que ha sido: un enorme país con dos almas. El alma bárbara y el alma civilizada coexistían en su historia de un modo dramático a veces, de un modo armónico, otras. Pero después de Bucha, la atrayente ambivalencia cultural de Rusia parece haber llegado a su fin. La contradicción entre civilización y barbarie, para decirlo con el brillante columnista de ABC, Guy Sorman, ha sido resuelta. Entre la barbarie y la civilización, Putin ha elegido la barbarie. Dugin también.

Me veo entonces en la necesidad de corregir un error. Cuando leía y estudiaba la Geopolítica de Dugin. me pareció ver a un autor epocalista pero erudito, con resabios nazis aunque culto y por momentos, fascinante. Sin embargo, al leer sus artículos escritos bajo las sombras de la guerra desatada por Putin, me encuentro frente a un ser arruinado, un energúmeno ilustrado que ha perdido toda compostura. En sus escritos ya no hay ningún hilo conductor, solo un catársico desenfreno. Y en donde antes me había parecido encontrar una cierta fundamentación filosófica, hoy solo veo charlatanería. En fin, un cerebro lleno de conocimientos, pero sin orden ni estructuras.

Claro está que Dugin ha declarado la guerra a Occidente (una guerra contra sí mismo, debo reiterar). Pero lo menos que uno podía esperar es que frente a ese Occidente, Dugin nos diera a conocer su alternativa, un mundo mejor o peor, una utopía o al menos una distopía. Mas de súbito, Dugin nos dice que no tiene nada que ofrecernos a cambio de las masacres de Putin. Lo suyo es una negación sin afirmación. Solo se contenta con decir que hay que construir una teoría anti-occidental. Y si no me creen, habrá que citarlo:

“Ahora que hemos entrado en una confrontación directa y dura con Occidente es necesario que creemos una ideología alternativa basada en nuestras propias ideas. Ya sabemos lo que rechazamos, pero no ha quedado claro qué es lo que afirmamos”.

Si no hubiera corrido tanta sangre, daría risa. Según Dugin, Putin invade a Ucrania sin saber todavía que es lo que opondrá en contra de la occidentalización. La filosofía destructiva de Dugin es el testimonio de un filósofo que se olvidó de pensar.

Al leer a Dugin no puedo sino concluir en que de verdad Kant tenía razón cuando nos habló del mal radical o de la radicalidad del mal. Siguiendo a Kant, Hannah Arendt describió la banalidad del mal. Para la filósofa, el mal banal era el mal banalizado, ya sea por un argumento, por una ideología, por una supuesta obligación profesional (“Yo solo cumplía órdenes” decían los asesinos nazis en el juicio de Nürenberg) El mal de Dugin, y por ende, de Putin, es en cambio el mal radical, un mal que no se ajusta a ningún derecho, pensamiento o deber. Es el mal por el mal. Es el mal de Thanatos, pero sin Eros. Es un mal que nace del amor a la muerte. Un mal hecho realidad en Bucha.

Dugin, como Putin, es un endemoniado. Pero a diferencias de los personajes de Dostoyevsky en cuya novela Los Demonios nos topamos con provincianos nihilistas, Putin es un endemoniado con todo el poder de un imperio a su disposición. Por ahora, seguirá matando, y Dugin, su criado intelectual, será reducido al penoso papel de legitimador de la muerte colectiva. Probablemente Dugin ya lo presiente. En el futuro de Rusia, o sea, en su futuro personal, ya ve, como lo vieron Goebbels y Hitler antes de matarse, el fin del mundo (su mundo) . El Apocalipsis es su programa. El mismo Dugin, para que no haya ninguna duda, lo anuncia

“Nuestro gran problema ahora es que hemos roto con Occidente y el liberalismo de una forma irreversible: o construimos un mundo diferente y un orden mundial alternativo dentro de los límites de nuestra civilización o … ya sabemos qué sucederá, aunque esto último hace parte de acontecimientos apocalípticos que aún están por venir”.

Hay que detener a esa maldad. Hay que salvar a Europa de Dugin, de Mevdevev, de Lavrov y otros criminales que rodean al asesino Putin. No podemos permitir que este mundo sea convertido en una inmensa Bucha. Para que eso no suceda hay que arrancar a Ucrania de la garras sangrientas de esa pandilla de monstruos. Ojalá los gobiernos de Europa entiendan de una vez lo que todavía, aún después de Bucha, no se atreven a entender. Hay que derrotar a Putin aquí, allí, y ahora.

Por lo menos el canciller alemán Olaf Scholz -aunque tardíamente – parece haberlo entendido. Cuando estaba a punto de terminar este artículo lo oí decir desde la pantalla del televisor: “Putin no debe ganar esta guerra”. Solo espero que Dios, o quien mejor lo represente, lo haya escuchado.

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Fernando Mires

Fernando Mires

Historiador y escritor chileno. Profesor emérito de la universidad de Oldenburg, Alemania. Se diplomó como profesor de Historia y tiene estudios de postgrado en Historia Moderna. En 1991 recibió el titulo de Privat Dozent, el más alto grado académico que confieren las universidades alemanas.

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