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Testimonio de un internacionalista: ¡Adiós, Nicaragüita!

La revolución sandinista ha sido traicionada por sus propios dirigentes y este proceso de transformación ha fracasado de forma definitiva

El presidente Daniel Ortega durante la toma de posesión de su cuarto mandato consecutivo. Foto: Presidencia

Gilberto López y Rivas

3 de abril 2022

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Es extraordinario el testimonio del internacionalista alemán Matthias Schindler, recientemente publicado con el significativo título de ¡Adiós, Nicaragüita! (https://vientosur.info/adios-nicaraguita/). Después de décadas de acompañamiento solidario, llega a la conclusión de que la revolución sandinista ha sido traicionada por sus propios dirigentes y que este proceso de transformación ha fracasado de forma definitiva e irreversible. Llama a reconocer errores y equivocaciones y, si fuera posible, esbozar alternativas que permitan que las revoluciones sociales se conviertan también en historias de éxito a largo plazo.

En la perspectiva histórica, la dirección colectiva del FSLN fue un acierto, así como la unión de sandinismo, marxismo y cristianismo. Había una profunda confianza en el liderazgo sandinista, aunque con visibles puntos débiles: el análisis del campesinado, el tratamiento de la cuestión étnico-nacional, así como un conflicto interno entre democracia versus autoritarismo y opresión.

Concluye que no se construyó ningún socialismo, y que de la dirección colectiva se pasó a un líder autocrático, mientras la denominada piñata, una privatización de los haberes públicos, creó un grupo en busca de riqueza y poder, una nueva oligarquía, al tiempo que la deshonestidad y la corrupción se profundizaron y se cerraron todos los medios de comunicación independientes.

Hoy día, los pocos internacionalistas que quedan, son acosados y boicoteados por el gobierno, y cuenta incluso el trato al cooperante de 43 años, como narcotraficante o espía imperialista en su último ingreso a Nicaragua, mientras dirigentes, intelectuales y artistas connotados y reconocidos son perseguidos, encarcelados y acusados de traición a la patria, como peligrosos delincuentes.


En 2018, el Ejército y la policía, que se pensó que nunca volverían sus armas contra su propio pueblo, cumplieron la orden de Ortega-Murillo de una sangrienta represión de las protestas populares. No queda nada de los objetivos liberadores originales de la revolución sandinista. El régimen está aislado. La autonomía de la Costa Atlántica, gran logro del proceso, es letra muerta.

La denuncia por violación de Zoilamérica Narváez, hijastra de Ortega, dividió al movimiento de solidaridad, ya que los derechos elementales a la integridad física y mental tienen que ser garantizados incondicionalmente y no deben ser subordinados a determinados intereses políticos, bajo ninguna circunstancia.

El pacto de 1999, entre Ortega y Arnoldo Alemán, para protegerse de los juicios respectivos, uno por violación y el otro por malversación de más de 100 millones de dólares, fue punto de inflexión en las posiciones de la solidaridad hacia el gobierno de Ortega-Murillo, al igual que la prohibición del aborto en 2006, por el Parlamento, con los votos en favor del FSLN, para ganarse a la iglesia oficial del cardenal Obando y Bravo, capellán de la contrarrevolución, y el uso cada vez más frecuente por parte de la pareja presidencial de un falso fundamentalismo religioso.

Recalca el manejo faccioso de órganos del Estado y los fraudes electorales en las elecciones de 2008, al igual que la manipulación constitucional para permitir la relección presidencial, y el manejo discrecional de la ayuda económica de Venezuela, a través de una empresa privada, bajo el control directo de Ortega-Murillo.

En la crítica desde la izquierda es central el proyecto del canal interoceánico, ya que cedió la soberanía nacional a través de una ley especial, pese a la oposición de científicos, ambientalistas, pueblos originarios y sectores afectados por este proyecto, la expedición de leyes para legalizar la represión: la ley de agentes extranjeros, contra ciberdelitos, contra el odio, y la llamada ley de soberanía, así como la clausura de universidades privadas, sin importar lo que ocurriese con sus estudiantes y profesores. Los contrargumentos a la crítica, basados en la obra pública, como carreteras y hospitales, y el de soberanía, para regular los asuntos internos del país, esgrimidos por los orteguistas, pierden validez cuando se trata de libertad y democracia.

Schindler termina su dramático e impactante relato confirmando: La traición al sacrificio, los ideales y las promesas de miles de los mejores hijos e hijas de Nicaragua que dieron su vida para liberarla de una dictadura y construir un país nuevo en el que nunca se encarcelaría o torturaría a nadie por razones políticas, en el que la policía sería guardiana de la alegría del pueblo y no agente del terror.

Ciertamente, desde una perspectiva de izquierda anticapitalista, antimperialista, antirracista y antipatriarcal, el régimen actual imperante en Nicaragua no puede ser considerado más que autoritario-represivo, autocrático y oligárquico, sostenido ideológicamente por la retórica de una revolución que fue –lastimosamente– defenestrada y secuestrada.

***Este texto se publicó inicialmente en La Jornada.


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Gilberto López y Rivas

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