27 de marzo 2022
La dimisión pública del embajador de Nicaragua ante la OEA, Arturo McFields, tuvo en estos tiempos, el impacto de las acciones guerrilleras armadas del pasado. Nos emocionó porque fue, sin duda alguna, un acto de coraje cívico que logró la atención que el mundo presta a las acciones heroicas a lo largo de su historia.
Este heroísmo, sin balas, basado en una decisión personal de principios, muestra que una sola persona puede debilitar y exponer a las dictaduras. El régimen nos amilana con sus actos de represión, trata de que nos sintamos impotentes, pero la acción de McFields abre un camino y enciende una luz de esperanza. El heroísmo personal es resistencia. No necesita ir acompañado de metrallas y armas de guerra. Alzarse contra un poder malvado y cruel como el que rige hoy en nuestro país, tiene un costo, pero el costo será menor y más corto en la medida en que mayor cantidad de personas participen.
Arturo McFields, que ha estado dentro de las esferas del régimen, dijo con claridad que hay cansancio en el Estado. Lo creo sin lugar a duda. Los actos de crueldad inmisericordes no han sido parte de nuestra idiosincrasia. El proceder que hemos visto desde 2018 para acá por parte del “amoroso sandinismo” que predica la Murillo y secunda su marido, no es propio de nuestra mentalidad. No lo fue negarles la atención a heridos en la revuelta de abril, ni ver morir a Alvarito Conrado porque no lo recibieron en el hospital Cruz Azul, o a Gerald Vásquez porque no dejaron pasar una ambulancia a la iglesia de la Divina Misericordia mientras él agonizaba. La saña de los francotiradores apuntando a matar en torso o cabeza, la violencia con la que el discurso oficial ha querido justificar una campaña armada del Estado con todos sus recursos contra gente desarmada, satanizando unas cuantas acciones censurables de chavalos enardecidos en los tranques. Ninguna protesta de las muchas que ha habido en América Latina en estos años: en Chile, Ecuador, Bolivia, incluso Venezuela, ha resultado en tantos muertos, tantos testimonios filmados de uso excesivo de fuerza y crueldad como los que se han visto en Nicaragua y ha expuesto críticamente la CIDH, el GIEI, Amnistía Internacional entre otros. Esas acciones le valieron el repudio al régimen Ortega-Murillo hasta el punto de llevarlos a pensar que perderían irremediablemente las elecciones de noviembre del 2021. Fraguaron entonces una malévola conspiración que achacarles a líderes de la oposición y candidatos electorales para sacarles del juego. Lo que hemos visto y sabido de la manera inicua, cruel y sádica con que han maltratado a los presos del Chipote, todo ellos inocentes ante el criterio de la mayoría de los nicaragüenses, ha colmado la copa de la iniquidad. El pueblo conoce a las personas que escuchó por meses expresar sus intenciones y críticas de forma abierta; conoce a los dirigentes gremiales, empresariales; conoce a Cristiana y Pedro J. Chamorro, a Violeta Granera, a Juan Sebastián, Felix, Arturo Cruz, a Dora María, Tamara, Ana Margarita. A todos ellos. Según una encuesta de Cid-Gallup, 78% de nicaragüenses se opone a que estén presos. ¿Pero qué ha hecho el régimen sin la más mínima vergüenza? Infringirles los peores castigos sicológicos imaginables: mantenerlos aislados en celdas de 2 x 2, o en lo oscuro o con luz todo el tiempo, sin cobijas, sin nada que leer, sin comunicación con sus familiares, desnutridos, acosados con interrogatorios día y noche. Hombres y mujeres de la tercera edad llevados al límite de sus fuerzas, encerrados peor que animales, flacos, famélicos. Tuvo que morir Hugo Torres secuestrado en algún hospital en secreto, peor que maleante, después de enfermarse en la cárcel, para que permitieran casa por cárcel a otros con la salud muy deteriorada. Tamara y Suyen, madres de niños pequeños prohibidas de comunicarse con ellos durante casi un año. Espantados, hemos conocido el régimen carcelario de les han diseñado desde El Carmen a personas que son inocentes, la saña e injusticia con que les inventaron ambiguas culpas y les impusieron largas condenas y por supuesto la prohibición a aspirar a cargos públicos, que es lo que al régimen más le preocupa.
Arturo Mc Fields ha sido uno de esos nicaragüenses que no ha podido callar ante este despliegue de crueldad malsana. Hay muchos nicaragüenses más que pueden hacerlo, alzar su voz, condenar los abusos de poder, la destrucción de nuestro espíritu nacional, demandar que cese un régimen que ofende nuestra idea de humanismo y justicia.
La dictadura está sostenida sobre flacas piernas. La cobardía cómplice debe terminarse. Necesitamos más héroes cívicos como Arturo McFields.