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El desafío de la Unión Europa: Bienvenidos a la jungla

Los líderes europeos tendrán que reconciliar el mundo en el que quieren vivir con aquel que Putin les ha impuesto

Un manifestante sostiene una pancarta de 'Stop Putin' durante una manifestación contra la invasión rusa de Ucrania frente al edificio del Parlamento suizo. Foto: EFE | Confidencial

Mark Leonard

24 de marzo 2022

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BERLÍN – En su libro publicado el año 1960, Masas y poder, Elias Cannetti observó que los autócratas paranoicos que se identifican como “supervivientes” se rodearán de un espacio vacío para tener la capacidad de ver cualquier peligro que se aproxime. Los únicos sujetos en los que se puede confiar son aquellos que permiten que se los mate. Con cada ejecución que ordena el dictador, acumula “la fuerza de la supervivencia”.

¿Qué mejor manera para describir a Vladimir Putin? El autócrata de Rusia que prefiere sentarse solo al final de una larga mesa blanca, emitiendo ultimátums, poniendo en marcha invasiones y ordenando el arresto (o asesinato) de sus opositores políticos. Putin ha construido su poder a través de sangrientas guerras en Chechenia, Georgia, Siria y Ucrania. Su supervivencia depende de acabar con la existencia de otros.

Pero hoy en día, Putin ha activado los propios instintos de supervivencia de otros. El actor convertido en presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, ha surgido como el héroe que encarna la lucha existencial de su nación. La OTAN ha resucitado de su progresiva “muerte cerebral”. Y la Unión Europea se ha transformado súbitamente, pasando de ser un proyecto de paz orientado hacia su propio interior a ser una comunidad de soberanía y seguridad. Como me dijo un diplomático europeo de alto rango esta semana: “Rusia es demasiado grande y está demasiado conectada a nosotros como para que se le permita comportarse como un matón que tiene toda la libertad para no cumplir con las normas. O nuestra respuesta a esta guerra pone un alto a este comportamiento o nuestro mundo se derrumbará”.

La crisis que Putin ha creado para Europa no es únicamente una crisis de seguridad. Es una crisis filosófica. El proyecto europeo se fundamentó en la idea de que los antiguos enemigos podían convertirse en amigos a través de la interdependencia económica, jurídica y (con el pasar del tiempo) política. Desde el exterior, la guerra en Ucrania se ve como si fuera una intervención militar del siglo XX. Pero este conflicto no se está llevando a cabo al otro lado de una cortina de hierro. Involucra a partes que están totalmente vinculadas entre sí, y se libra no sólo con aviones y tanques, sino también con sanciones, cadenas de suministro, flujos financieros, personas, información y bits digitales.


Esta hiperconectividad hace imposible una paz estable. Europa tendrá que estar preparada para perturbaciones y desordenes continuos, al menos mientras Putin permanezca en el poder. Al repensar el orden europeo, los encargados de la formulación de políticas deben enfrentarse a cuatro conjuntos de preguntas.

En primer lugar, ¿dónde deben estar las fronteras de Europa y de la OTAN? Durante años, a momento de pensar en fronteras los europeos lo han hecho en el contexto de eliminar las fronteras internas (o relajarlas para reconocer un Kosovo independiente). Los límites precisos de la Unión Europea y la OTAN eran algo ambiguos. Pero ahora habrá un gran debate sobre quién está dentro y quién está fuera.

La cristalización de estas distinciones dará lugar a un Occidente algo más pequeño pero más consolidado. Es posible que Suecia y Finlandia se unan a la OTAN, pero habrá menos tolerancia para los países que traten de estar indecisos o se desplacen de un lado al otro entre dos bandos: Hungría, Turquía y Serbia tendrán que elegir un bando. También habrá un gran debate sobre los países que quieren unirse a la UE pero no cumplen con los requisitos para ser miembros: Ucrania, Moldavia, Georgia y los Balcanes occidentales. Algunos diplomáticos europeos han empezado a hablar de una Europa con varias velocidades, en la cual estos países podrían obtener un acceso limitado al mercado único, la unión energética o el Pacto Verde.

La segunda interrogante es si Europa está lista para un orden regional basado en un equilibrio de poder, en lugar de en leyes e instituciones. La vieja visión de un orden con Rusia ha sido sustituida por una visión de un orden contra Rusia, sin instituciones comunes ni confianza. Habrá un gran impulso que lleve hacia el rearme, un proceso que ya ha comenzado en Alemania y Dinamarca. También habrá un nuevo debate sobre las bases militares y las armas nucleares, que desviará la atención europea (y probablemente los recursos europeos) del compromiso multilateral global.

En tercer lugar, ¿dispone Europa de una base política para construir la resiliencia económica y social? En las guerras de la conectividad (conflictos entre poderes interdependientes) las claves del éxito son la paciencia y la capacidad de soportar el dolor. Si bien actualmente existe mucho apoyo público para las sanciones contra Rusia, dicho apoyo puede no durar si los precios del petróleo y el gas continúan elevándose a las nubes, ya que se precipitaría una recesión.

Tras crear un enorme fondo de recuperación para evitar que el COVID-19 desgarrara a la UE, las instituciones europeas ahora están considerando nuevos mecanismos de solidaridad para ayudar a los consumidores a hacer frente al aumento de los precios de la energía y a otros efectos secundarios de las sanciones. De una forma u otra, Europa reestructurará sus mercados energéticos, sus cadenas de suministro y sus finanzas, lo que conlleva importantes implicaciones a nivel mundial.

La última gran pregunta es si Europa forma parte de un orden regional o global. Hasta hace unas semanas, Europa era vista como un espectáculo geopolítico que atraía la atención de manera secundaria dentro de la contienda decisiva del siglo XXI: la batalla por el control del Indo-Pacífico. Sin embargo, el resurgimiento de la guerra en el continente y el estrechamiento de la asociación entre China y Rusia han vuelto a situar a Europa y a “Eurasia” en el centro del escenario. Como afirma Jeremy Shapiro, miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, la OTAN ahora necesitará vincularse con las democracias asiáticas, coordinando políticas e incluso forzando posturas en los teatros europeos y del Pacífico..

Muchos observadores han señalado que Putin, con sus fantasías históricas y sus miedos a encontrarse cercado, vive en un mundo diferente. Pero esta metáfora desmiente el hecho de que nuestros destinos están entrelazados. No importa en qué mundo (o en qué período de tiempo) cree Putin que está viviendo. Mientras él esté en el Kremlin, Europa no está a salvo.

Los líderes europeos tendrán que reconciliar el mundo en el que quieren vivir con aquel que Putin les ha impuesto. Algunos dirán que los progresos realizados con dirección hacia un mundo basado en reglas y consciente del medio ambiente siempre fueron ilusorios. Pero sigo creyendo que la puesta en común de la soberanía entre los europeos, el desarrollo de regímenes regulatorios supranacionales y la cooperación en materia de tecnología, protección del medio ambiente y salud representan enormes avances para nuestra civilización.

La geopolítica en Eurasia se ha convertido en una competencia por la supervivencia. La pregunta final, por lo tanto, es: ¿cómo mantener los valores de la paz perpetua de Kant dentro de la UE y al mismo tiempo cómo defenderse de las amenazas que despliega la jungla exterior?

*Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict (Bantam Press, 2021). Copyright: Project Syndicate, 2022.

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Mark Leonard

Mark Leonard

Autor y politólogo británico. Fundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). Ha publicado: "¿Por qué Europa gobernará el siglo XXI?" (2005), "¿Qué piensa China?" (2008) y "La era sin paz" (2021).

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