20 de enero 2022
El triunfo de Gabriel Boric alimenta esperanzas transformadoras en Chile, pero también podría ser una luz que alumbre una nueva izquierda en América Latina. Sus propuestas de terminar con el extractivismo e impulsar políticas sociales universales, junto a la defensa del feminismo, los pueblos originarios, el medioambiente y una reforma impositiva de envergadura, apuntan a un nuevo paradigma que podría sentar precedente en América Latina.
Los cambios que anuncia Boric para Chile se enfrentan al neoliberalismo, pero también se distancian de lo que fue la “ola progresista” que se inició a mediados del 2000 en la región, parte de la cual tuvo el atrevimiento de autodenominarse “socialismo del siglo XXI”.
El crecimiento con reducción de la pobreza, que impulsó la “ola progresista”, no se diferenció sustancialmente del neoliberalismo. No hizo mayor énfasis en reducir las desigualdades, manteniendo políticas impositivas conservadoras. Al mismo tiempo, descuidó, y en algunos casos se enfrentó, a los pueblos originarios en torno a la protección del medioambiente y los ecosistemas. Finalmente, ni el feminismo ni la diversidad sexual fueron referentes de esa “izquierda progresista”. Así las cosas, se reabrió el camino a la derecha y, en países como Venezuela y Nicaragua, se renunció a la democracia.
Los “gobiernos progresistas” aceptaron que sus economías fuesen proveedoras de materias primas y alimentos para la industrialización y urbanización china. En consecuencia, mantuvieron intocado el modelo productivo-exportador, impidiendo la diversificación económica, sin respuesta para los empleos precarios, bajos salarios y la persistencia del trabajo informal. Más allá de las naturales diferencias entre países, para atender lo social se asumió la tesis neoliberal de la focalización; o sea, reducir la pobreza por la vía del asistencialismo.
El auge y popularidad de los “gobiernos progresistas” estuvo muy determinado entonces por el precio internacional de las materias primas, antes que por modificaciones de políticas internas. Y, cuando cayeron los precios de esos productos, sus economías quedaron sin la locomotora que impulsaba el crecimiento, con impacto inmediato en lo social, lo que abrió el camino para el retorno de las derechas. Los casos de Brasil y Ecuador y, parcialmente, Argentina son elocuentes de esta realidad.
Por otra parte, el triunfo de los “gobiernos progresistas” tuvo un importante apoyo inicial de los movimientos indígenas, ecologistas y feministas. Sin embargo, con el correr del tiempo se desataron fuertes conflictos. Durante el periodo Lula-Rousseff, en Brasil, no se cumplieron los acuerdos programáticos con el mundo rural, y se renunció a la Reforma Agraria. Se postergó a los trabajadores sin tierra en favor de los productores de madera y soya, quienes expandieron sus negocios, con una política gubernamental que les entregó parte de la selva amazónica. En Bolivia existieron serios conflictos con sectores indígenas como consecuencia de la extensión de concesiones petroleras y agroindustriales. Y en Ecuador, la relación de Rafael Correa con indígenas y organizaciones feministas fue extremadamente conflictiva.
Finalmente, los “gobiernos progresistas” se caracterizaron por prácticas personalistas, clientelares, y que, en varios casos culminaron en actos corruptos, generando el rechazo de vastos sectores de la sociedad, lo que también fue capitalizado por la derecha. Hay que agregar que la concentración política, la utilización clientelar del Estado y partidos débiles afectaron el pluralismo y el respeto a las disidencias.
En efecto, el personalismo de Evo Morales facilitó el golpe blando en su contra. Derrotada la consulta plebiscitaria para aprobar la reelección, apeló al tribunal electoral, proclive a su candidatura, y así logró una controvertida reelección presidencial. La derecha se aprovechó de su pérdida de legitimidad para dar el golpe blanco contra Evo.
Por su parte, en Nicaragua, Daniel Ortega, después de apoderarse del Poder Legislativo, Judicial y Electoral, consiguió le otorgaran el derecho a la reelección (prohibido originalmente en la Constitución), lo que generó un manifiesto rechazo de la opinión pública, con grandes movilizaciones en su contra que culminaron con cientos de muertos y la detención de los candidatos presidenciales opositores. El sandinismo histórico, que tuvo en el pasado un masivo reconocimiento internacional, se ha visto desprestigiado por el actual régimen dictatorial de Ortega.
Más allá de las especificidades nacionales, la lucha contra el extractivismo y en favor de la diversificación productiva, junto a políticas sociales universales son las condiciones materiales para potenciar nuestras economías, favorecer el empleo decente y reducir las desigualdades. Al mismo tiempo, el feminismo y la defensa de la diversidad sexual son ineludibles para un nuevo proyecto de izquierda en los países de la región, como lo es también la defensa de los pueblos originarios, junto a la protección del medioambiente y los ecosistemas.
La propuesta transformadora de Boric en Chile -país paradigma del neoliberalismo- puede inaugurar una nueva izquierda en la región que supere la desgastada “ola progresista”, cuyo manifiesto deterioro político le permitió a la derecha neoliberal recuperar el poder en varios países. El nuevo presidente tiene el desafío de mostrar que su iniciativa igualitaria es el camino para terminar con el neoliberalismo, en democracia y con participación ciudadana.
Es de esperar que el actual ciclo de deterioro de las derechas y los probables triunfos electorales de Lula en Brasil y Petro en Colombia sean convergentes con las ideas que ha sostenido el proyecto transformador de Boric. Ello conformaría, junto a los presidentes de Perú, Bolivia y Argentina un poderoso bloque político para enfrentar los desafíos económicos y políticos de nuestra región. Y, si esta vez se hace bien, se podrá impulsar, de una vez, en Sudamérica un efectivo proceso de integración entre nuestros países.
Publicada originalmente en eldesconcierto.cl