6 de enero 2022
Más de treinta años después de que la profesora universitaria Arlene Tickner conoció Nicaragua en 1987, cuando era una jovencita y Centroamérica era un territorio inmerso en guerras civiles, no encuentra dificultad para calificar como dictadura al gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
No ocurre lo mismo, sin embargo, cuando la profesora de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad de El Rosario, en Colombia, se refiere a Venezuela y Cuba, aliados ideológicos de Nicaragua y denunciados en el mundo por cometer abusos contra sus ciudadanos.
A esos países aliados de Ortega los describe como “modelos autoritarios estalinistas”, en referencia, sin embargo, a Iósif Stalin, el exdictador que gobernó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entre 1922 y 1953; quien es una referencia de crueldad en la historia.
“Esto (el estalinismo) es una vertiente particular del marxismo que implementó Stalin en su momento en la URSS. Estaba basada en una concentración fuerte del poder, y en el ejercicio de distintas estrategias de represión para acallar a los diferentes opositores al modelo”, explica Tickner.
Aunque cada país tiene sus peculiaridades, a Maduro el señalamiento de estalinista no le es indiferente y hasta bromea con el mismo en declaraciones públicas. "En el mundo hay gente que me ve como el Stalin del Caribe, y me parezco, miren el perfil, yo a veces me veo en el espejo y me parezco a Stalin", dijo, según una nota de la agencia rusa de noticias Sputnik en 2017.
¿Qué aspectos tienen en común el venezolano con Daniel Ortega o Miguel Díaz-Canel? Sus gestiones están marcadas por la represión, las denuncias de corrupción y la concentración del poder.
Ese 2017, cuando Maduro bromeó con su parecido con Stalin, el Estado venezolano reprimió las protestas de la oposición que pedían como en Nicaragua su salida del poder tras una decisión judicial que anuló las funciones del Parlamento en manos de la oposición. Miles de ciudadanos protestaron. La respuesta del chavismo fue represión.
Las víctimas se cuentan por centenares. La Organización de Estados Americanos (OEA) indicó que, entre principios de abril y julio de 2017, al menos 133 fueron asesinados, entre ellos 111 víctimas directas de las “fuerzas de seguridad y sus aliados paramilitares”. Esos grupos irregulares son conocidos como los “colectivos” y trabajan de manera coordinada con el Estado en un patrón que ha dejado miles de víctimas.
Otro informe del organismo regional, publicado en diciembre de 2020, detalló que, desde 2014, se identificaron 18 093 ejecuciones extrajudiciales; 15 501 casos de detención arbitraria, 724 casos de desaparición forzada, “decenas de millones de personas objeto de lesiones graves”, 653 casos documentados de tortura. El patrón de abusos, Ortega lo repitió un año después.
“Vamos con todo”: La respuesta violenta en Nicaragua
El gobernante sandinista bañó también de sangre a su país en abril de 2018, bajo el argumento de que las manifestaciones opositoras nicaragüenses fueron un intento de “golpe de Estado”, financiado por el ejecutivo estadounidense, aunque las protestas fueron pacíficas. Según una revelación de Ligia Gómez, la exsecretaria política del Banco Central a CONFIDENCIAL, la orden de la esposa de Ortega y vicepresidenta Rosario Murillo fue “vamos con todo”.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) indicó que fueron asesinadas 355 personas, 2000 resultaron heridos y 100 000 se fueron al exilio. Luego vino el control ciudadano a través de la implementación de un estado policial de facto y la represión judicial que mantiene actualmente a más de 160 personas encarceladas por motivos políticos. Al cierre de 2021, como si fuese un espejo nicaragüense, en Venezuela se reportaron 245 reos de conciencia, según Foro Penal.
A pesar de las denuncias en su contra, tanto Ortega como Maduro insisten en llamar “procesos revolucionarios” a sus regímenes. El primero dura ya 14 años y veintidós el chavismo desde el ascenso de Hugo Chávez en 1999. Cuba, el tercer país de este eje señalado de abuso de poder, ha ejercido una influencia enorme en ambos países y este año reprimió a una nueva generación que salió a las calles a protestar en julio pasado.
Los tres mantienen un mismo discurso de defensa de su soberanía, frente a las críticas realizadas en su contra. En noviembre pasado, Ortega y Murillo lograron un nuevo período presidencial en unas votaciones marcadas por irregularidades y el encarcelamiento de los principales líderes opositores, lo que hizo que la comunidad internacional denunciara la ilegitimidad del “resultado”. En tono desafiante, Maduro dijo que Nicaragua tiene “quien lo defienda” frente a las demandas de cambio que califican como “agresiones” y Díaz-Canel también respaldó a su aliado.
Los saberes represivos
Para Ewald Scharfenberg, director del portal Armando.Info, uno de los medios referentes de periodismo de investigación venezolano, las afinidades de Venezuela y Nicaragua los llevan a compartir intereses en el dinero y en otro tipo de intercambios.
“Esto es subjetivo, pero probablemente ha habido un cierto intercambio de Know-how (saber cómo) represivo y de control del aparato electoral. Y de control social, por ejemplo, la forma en que Ortega se ha adueñado de las elecciones con frecuencia se me parece mucho a lo de Venezuela”, compara Scharfenberg.
El editor venezolano dice que se han tenido que reinventar para contar mejor lo que viven y para documentar la situación. Scharfenberg se encuentra en el exilio desde enero de 2018, cuando él y sus colegas Alfredo Meza, Roberto Deniz y Joseph Poliszuk, debieron resguardarse ante una amenaza judicial del empresario Alex Saab, recientemente extraditado a Estados Unidos, señalado de ser testaferro de Maduro y de quien los periodistas han publicado al menos 300 notas.
Desde la represión de abril en Nicaragua, más de 100 periodistas han debido marcharse al exilio, 45 desde mayo pasado cuando inició una escalada represiva en el contexto electoral, según cifras de la organización Periodistas y Comunicadores de Nicaragua (PCIN).
Las oficinas del diario La Prensa, el más antiguo de Nicaragua con sus 95 años de historia, se encuentran tomadas por la Policía igual que las segundas oficinas temporales de CONFIDENCIAL, a las que las autoridades allanaron en mayo pasado.
David González, de la mesa editorial de la plataforma latinoamericana CONNECTAS, considera que Nicaragua tuvo un papel importante en la alianza que construyó el fallecido expresidente Hugo Chávez en América Latina.
Igual que Scharfenberg, González piensa en la “solidaridad” que debieron tener los regímenes en el contexto de las protestas de 2017 y 2018, donde se produjeron muertes, encarcelados y abusos de derechos humanos.
“Entre los países de la región, los dos principales aliados del presidente Chávez (eran) la Nicaragua de Daniel Ortega y la Bolivia de Evo Morales. Eso hizo Chávez: utilizó la política petrolera, los abundantes recursos con los que contaba y la posibilidad de ofrecer créditos millonarios a los países”, agregó González.
El editor de CONNECTAS dirigió investigaciones importantes sobre el rastreo del dinero de la corrupción chavista en la región. Nicaragua fue uno de los beneficiados. La dirigencia sandinista recibió un crédito concesional de alrededor de 5000 millones de dólares entre 2007 y 2016, hasta que el benefactor suramericano entró en crisis.
“La cooperación petrolera supuso la posibilidad de utilizar el dinero procedente de esa cooperación, que fue privatizada en Nicaragua para distintos fines: para consolidar la posición de la familia presidencial, contar con la posibilidad de establecer subsidios masivos a la población, sirvió para otorgar a los productores las posibilidades de tarifas extraordinarias en la cooperación comercial”, explicó González.
González recuerda la promesa de cambio del Estado venezolano con el chavismo y lo que devino en la cooptación de todos los poderes, la eliminación de la competitividad electoral hasta convertirse en un sistema que borra el republicanismo y da paso a fronteras cada vez más difusas entre los intereses del caudillo y el partido hasta consolidar la reelección eterna en el poder.
“Los restos de la revolución”
Catalina Lobo-Guerrero trabajó como corresponsal extranjera en Venezuela en 2012 y 2016, y conoció aquellos días de la muerte de Chávez y el surgimiento de Maduro. Ella afirma que en Venezuela hubo un deterioro gradual de la democracia y las instituciones, sumado a la toma de los medios de comunicación.
Lobo publicó este año “Los Restos de la Revolución” (Aguilar, 2021), uno de los libros del año en Colombia, una crónica descarnada de la crisis venezolana, en la que caben por igual el culto a la personalidad de Chávez, el encarcelamiento de opositores, la decepción con Maduro y el intento de imponer el silencio a la prensa crítica al régimen.
La compra de medios, según el relato, se dio a través de prácticas de censura abierta o camuflada, procesos judiciales o demandas, o las compras de esos medios críticos por parte de empresarios cercanos al gobierno.
El cinco de marzo de 2013, cuando Maduro y Diosdado Cabello informaron sobre la muerte de Chávez, Lobo-Guerrero recorrió las calles de Caracas y escribió: “No hubo tráfico esa mañana ni en la tarde. La mayoría de los venezolanos se quedó en casa, siguiendo durante más de cinco horas, en vivo y en directo-- y sin interrupción—el recorrido del cortejo fúnebre”.
El capítulo se tituló “El comandante Eterno” y ahí se narra el culto a la personalidad desde el Estado. También el caudillismo que hace posible la creación de estos personajes. Una maestra, por ejemplo, describe al difunto político como “un mito y los mitos no mueren”.
El seis de marzo de 2013, las primeras palabras de Ortega fueron que Chávez “vivía” y en los medios oficialistas nicaragüenses, controlados por sus hijos, también se volvió usual destacar la muerte del aliado político como el “tránsito a la inmortalidad” del comandante venezolano. En la Nicaragua de Ortega, los muertos de la cúpula cercana tampoco “mueren” como en Caracas.
De Maduro, la periodista recopiló en la campaña posterior al fallecimiento de su antecesor, los testimonios de chavistas que lamentaban que él no era Chávez, pero igual afirmaban que debían apoyarlo como fuera.
Aunque la periodista Lobo-Guerrero aclara que no conoce a fondo la evolución del orteguismo en Nicaragua, sí encuentra similitudes. “Me atrevo a decir que son proyectos políticos construidos sobre el gran mito ideológico de la izquierda revolucionaria latinoamericana que terminaron convertidos en cultos personalistas populistas y antidemocráticos. Al final lo que los une hoy, en eso se parecen mucho, es su ambición por mantenerse en el poder a toda costa”, afirmó.
Lobo-Guerrero también encontró una diferencia, aun con los parecidos en el discurso y el estilo de gobernar, relacionado con la historia del triunfo sandinista armado donde hay “una épica ahí, como la hubo en Cuba. En cambio, en Venezuela nunca sucedió eso. Chávez no tenía la épica del guerrillero que luchó por derrotar a una dictadura. Era un militar que intentó darle un golpe de Estado a Carlos Andrés Pérez, que quizás era un presidente con muchos defectos, pero no era un dictador como Somoza o Batista (en Cuba)”.
También tiene palabras para describir a la oposición de Venezuela y Nicaragua, la que no luce homogénea en ninguno de los dos países, mientras enfrentan a adversarios políticos que cambian las reglas del juego cuando les da la gana, lo que hace difícil enfrentarlos.
“Los procesos de negociación o de paz -que para mí son la única salida, otra guerra no soluciona nada- necesitan reglas claras, que las partes se comprometan a seguirlas durante la etapa de diálogo y que los acuerdos pactados se cumplan y se implementen. Eso, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo, pero no pierdo de la esperanza de que en algún momento suceda, tanto en Nicaragua como en Venezuela”, agregó.
Para David González, el error de la oposición en Venezuela es que no se ponen de acuerdo, lo que redunda en que no han construido una alternativa real y creíble para la ciudadanía. Su visión ha sido extremadamente electorera, “entonces cuando le han cerrado esa vía, se quedan sin sentido. Es una materia pendiente no haber construido un movimiento de la sociedad venezolana fuerte, articulado, poderoso que incluya de manera determinante a quienes están fuera de Venezuela, a los que están dentro”.