18 de diciembre 2018
Esos han sido y son los recursos de la dictadura Ortega-Murillo. Antes, en lo institucional, había arrasado con la Constitución Política para abrir paso a la reelección indefinida; reformó la Ley Electoral para privilegiar a su grupo político y grupos zancudos; ahora está arrasando con las personalidades jurídicas de nueve ONG, que fueron segadas de un solo tajo por la espuria Asamblea Nacional.
Lo hicieron con ilegales procedimientos, y casi de modo simultáneo, la guardia orteguista –“la principal banda del crimen organizado de Nicaragua”, según Mónica Baltodano—, asaltó sus locales, destruyó oficinas, robó computadoras, vehículos y documentos, entre la noche del jueves y la madrugada del viernes pasado.
Ortega continuó su brutalidad fascista contra la libertad de organización, prensa y expresión, y fingiendo ignorancia de que el despojo de la personalidad jurídica contra la ONG Cinco no afecta legalmente a Confidencial, Esta Noche y Esta Semana, de nuestro director Carlos Fernando Chamorro, ni de Cabal, propiedad de su esposa, ordenó el saqueo de sus oficinas y el robo de sus bienes.
Cuando los propietarios y los periodistas de estas empresas asistieron a pedir explicaciones y a reclamar sus artículos robados a Plaza del Sol –sede de la guardia orteguista— fueron reprimidos con la violencia y el odio habituales.
¿Por qué el orteguismo funciona como una ciega maquinaria de destrucción de la vida institucional, social y humana, impulsada por el odio contra quienes piensan diferente?
Eso también se lo preguntarán en el exterior, y los nicaragüenses conocemos la causa: porque desearon contralar a las ONG igual que a las instituciones del Estado, pero nunca pudieron hacerlo. Su labor informativa, sus investigaciones sociales y su labor orientadora y crítica sobre los abusos de los dictadores, nunca pudo ser domesticada.
Esta ofensiva general, se considera la respuesta de la dictadura al parto de las tan preanunciadas y esperadas leyes del congreso norteamericano para sancionar al Gobierno de Daniel Ortega y sus secuaces, producido el 11 de diciembre de este moribundo año, y ojalá no resulten como El parto de los montes… algo insignificante.
Lo digo pensando en las esperanzas de mayor solidaridad que en esas leyes tienen amplios sectores sociales que llevan ocho meses de lucha por liberarse de la represión, por la justicia por los asesinatos de jóvenes y estudiantes –cuyo mayoría es de origen obrero—que han sido perseguidos, encarcelados, torturados, y aún viven bajo el terror dictatorial.
Esa muestra norteamericana de solidaridad, es una parte de la solidaridad internacional que el mismo pueblo se ha ganado con su heroica resistencia cívica y, que, no por venir del país que ejerce hegemonía mundial, es menos necesitada por este pueblo enfrentado a quienes han provocado y prolongan la tragedia nacional que estamos viviendo.
La dictadura se escuda detrás de las sanciones estadounidenses, presentándose como víctima de su injerencia, por lo que traigo a este mi comentario una frase contundente de un artículo del periódico uruguayo Brecha, de julio 2018, y que coincide con lo que hemos señalado de modo reiterado: “Culpar al imperialismo de los crímenes propios es absurdo”.
Armado tan solo con su moral y su patriotismo, el pueblo nicaragüense está viviendo su pasaje histórico más dramático, lo que no es poco decir, si tomamos en cuenta que durante 98 años ha sido víctima de arcaicos sistemas sociopolíticos, de la represión por parte de partidos caudillistas de clases, y ha resistido las ocupaciones militares norteamericanas y su hegemonía.
Esos casi dos siglos, más los 317 años de la colonización del área territorial en donde asentaría su pseudorepública llamada Nicaragua, sugieren que son pocos los pueblos de nuestro continente con este historial de lucha y de resistencia que, aparte de la lucha nacida de sus propias contradicciones sociales, le han enseñado a enfrentar y derrotar, a fracasar y volver a enfrentar tantas veces a las dictaduras e invasiones extranjeras, que hoy podemos afirmar que está decidido a nunca más permitir la repetición de ese ciclo.
No obstante, la brega no acabará con la derrota de esta dictadura, porque los procesos de liberación política, social y humana no tienen fin, solo etapas superiores, camino hacia adelante siempre, pero nada de esto tendría futuro si junto a nuestra propia lucha no contáramos con solidaridad internacional, dentro de la cual, no es desechable la que aporta la solidaridad norteamericana, porque eso no significa contraer compromisos ideológicos ni políticos. Es respuesta al SOS de un pueblo bajo amenaza de muerte por la ambición de dos psicópatas.
Para comprender y cambiar la realidad actual y seguir hacia días mejores, es necesario conocerla mejor. El drama nacional no concluirá con la victoria política sobre la dictadura, porque las fuerzas políticas y sociales contradictorias que se mueven en el país, relacionadas con fuerzas similares del exterior, no desaparecerán, pero deberán ser luchas libradas en un ámbito nacional por primera vez libre, democrático y tolerante.
En un clima distinto al clima político asfixiante de ahora, porque una pareja dictatorial y dinástica, con todo el aparato estatal bajo su absoluto control, viola sin límites ni piedad todos los derechos de los nicaragüenses.
Esta maquinaria destructora que los Ortega-Murillo la defienden ante la condena internacional bajo su concepto de soberanía, la que nada tiene que ver con la soberanía del pueblo para decidir, sino para hacer lo que se les antoje contra el mismo pueblo que dicen representar.
Con esa “soberanía”, se permiten recibir ayuda y solidaridad de gobiernos y sectores de izquierda, sin importarles a estos la brutalidad contra el pueblo de la dictadura que defienden. Otra vez, recurro a la crítica de Brecha: “Sin la ética la izquierda no es nada”, ni valen los discursos, y a la cual invita a corregir su anterior complacencia con los crímenes de Stalin en esta segunda oportunidad… ¡condenando los crímenes de los Ortega-Murillo!
Sabemos que las leyes norteamericanas que sancionan a esta dictadura, son promovidas ante el reclamo del pueblo a todo el mundo de proteger sus derechos humanos, y que el Gobierno de Trump, igual que gobiernos anteriores de ambos partidos dominantes en los Estados Unidos, está contra la dictadura, porque no conviene a sus proyectos geopolíticos.
Se convencieron de eso un poco tardío, según lo señalado por su ex embajadora Laura Dogu, en su discurso de despedida y con cierto sentido autocrítico de su Gobierno y crítico de la empresa privada, reconoció que la colaboración de los empresarios con Ortega, y bajo la complacencia que su país, fue porque priorizaron las utilidades por sobre los asuntos constitucionales. No son sus palabras textuales, pero reflejan el sentido de su discurso: mientras hacían con Ortega grandes negocios, no les importó la destrucción del orden constitucional.
Cosa parecida puede decirse acerca de los países miembros de la OEA que le brindan su solidaridad al pueblo nicaragüense, aunque muchos de sus gobiernos no son generosos con los derechos sociales de sus pueblos.
La solidaridad con el pueblo frente a la dictadura tiene un orden: 1) es un derecho ganado por el pueblo mismo; 2) porque la violación de sus derechos humanos ofende a todo el mundo; 3) porque la presencia de una dictadura como esta, es un desprestigio continental; y 4) porque no conviene a la geopolítica norteamericana.
La lucha norteamericana y de la OEA contra la dictadura Ortega-Murillo también es una especie de carambola de su política, primero contra Cuba y Venezuela, y después contra Bolivia. Más allá frente a Rusia y China.
La solidaridad de los gobiernos de estos países –y de cierta izquierda—, se debe a un esquematismo político ideológico y en lo hacen en su defensa ante la geopolítica norteamericana.
Se solidarizan con la dictadura Ortega-Murillo, sin mostrar la mínima sensibilidad ante sus crímenes contra el pueblo, porque también creen contrarrestar el avance ultraconservador en Brasil, Argentina y Paraguay, más la siempre conservadora Colombia.
De todos, modos, con Nicaragua están torciendo el sentido de la solidaridad.