11 de diciembre 2018
A nadie le pasa inadvertido que, al margen de las luchas políticas e ideológicas en los medios de comunicación y entre las represiones de la dictadura con todas sus nefastas consecuencias, el discurso pseudomístico de la codictadora Rosario Murillo, encierra la intención de auto erigirse en portavoz de las divinidades y presentar a su régimen como la representación de la voluntad de Dios en Nicaragua.
Esa tendencia revelada en su discurso, es motivo de burla entre los sectores políticos de la nueva oposición no partidista, o lo ven como un discurso irracional, ajeno a nuestra realidad política, además de ser una cruel hipocresía que ella predique “amor y fe” mientras su guardia reprime a la población sin contemplaciones.
Hay mucho de razón en esas interpretaciones sobre el discurso de Rosario, y aunque la mayoría también lo ve solo como una excentricidad, en realidad es más que todo eso. Es un discurso mezcla de odio y pseudoreligión con efectos corrosivos sobre la conciencia de algunos sectores atrasados de la población, a los que ha fanatizado, incluidos policías y paramilitares.
Hay víctimas y testimonios de cómo los fanatizados policías y paramilitares miran y maltratan a cualquier crítico del Gobierno, como si fuera su mortal enemigo personal, o como a un hereje de su “religión” orteguista que merece ser asediado, encarcelado, torturado y hasta muerto.
Una terrible demostración de ese fanatismo, lo conocimos después de que Daniel Ortega llamó “terroristas” “criminales” a los obispos, del lunes 03/12/18. El miércoles, a través de un video, un tipo identificado como Ramón Mercedes Cabrera y sandinista “de a güevo”, amenazó de muerte al cardenal Leopoldo Brenes, al periodista Miguel Mora y a los católicos. A la vez, se manifestó capaz de “arrancarle la cabeza a balazos” a cualquiera. El día jueves, una mujer de supuesto origen ruso, echó ácido sulfúrico sobre la humanidad del sacerdote Mario Guevara, gritando al ser capturada, no temer que la entregaran a la Policía, porque no le haría “nada”.
Junto al odio político cultivado por la portavoz orteguista, el otro estímulo, para ese comportamiento agresivo y criminal en contra todos los críticos es el falso motivo “religioso”, pues sus esbirros fanáticos creen que las críticas e informaciones veraces profanan la verdad de sus dioses vivientes en el santuario de El Carmen.
La gente fanatizada expresa adoración hacia Ortega y Murillo, y enternece su mirada cuando los miran como iconos de su “iglesia”, esperando un “milagro” de sus “sublimes” palabras.
Fanatismo en vivo, con lo cual no se dice todo, pero del que todo puede esperarse, porque el combinado fanatismo político-religioso trasciende a las actividades humanas y sociales del fanático, con sus acciones violentas, tal como se ha visto a diario durante ocho meses de violaciones de los derechos humanos.
Todo eso ha venido afectando psiquis de la sociedad de forma inadvertida, incluso, personajes públicos se han visto impulsado a contrarrestar las prédicas odio-religiosas de la Murillo… con su propia prédica religiosa.
No me refiero a los sacerdotes católicos, quienes están en su derecho y es su deber predicar conforme sus funciones pastorales, sino a políticos y periodistas que, siendo laicos, para todo recurren a frases bíblicas, y cuyo razonamiento parece ser: si la prédica de la dictadora es una manipulación de la fe (efectivamente lo es), mi conciencia de cristiano sincero, me invita recurrir a las frases bíblicas para contrarrestar su hipocresía.
Y, entre prédicas y contra prédicas, la lucha política del país se pudiera deslizar hacia una absurda “guerra religiosa”, que si llegara a suceder de verdad, tendría tan malos resultados sociales, como los que causan las guerras político-militares.
Estoy pensando en las terribles experiencias de la guerra “religiosa” que baña en sangre casi todo el escenario mundial: derrumbes de edificios (las Torres Gemelas, por ejemplo) causando la muerte de miles de inocentes, destruyendo bienes materiales y culturales que hacen peligrar estabilidades internas y amenazan la relativa paz del mundo.
El fanatismo religioso-político, ha alimentado el terrorismo, porque antes se manipuló el Islam, hasta deformarlo, y muchos de sus seguidores se han hundido en el terrorismo, creyendo que morir matando “por la gloria de Alá”, es su camino al “paraíso”.
Es que antes también hubo saqueo colonial de los recursos naturales de los atrasados junto al saqueo las conciencias de los pueblos que fueron envenenados con la guerra entre un Dios distinto, y mejor que sus pobres dioses.
Luego, todo degeneró en voraces geopolíticas de guerra contra las “culturas atrasadas“, de parte de la civilizadora “cultura occidental y cristiana” de las grandes potencias, con lo cual dieron vida y “motivos” al terrorismo musulmán.
En nuestro país, eso pasó, aunque el terrorismo lo aplicaron los inquisidores, fenómeno colonial superado desde siglos, aunque esa guerra “religiosa” la perdieron nuestros antepasados, y no parece probable repetirse, pues son otros los esquemas que motivan la guerra ideológica en el mundo actual. De esto es que debemos ocuparnos y preocuparnos.
Quizás no se ha reparado en la magnitud de las discordias que pudiera provocar el fenómeno de la manipulación religiosa, porque el discurso “religioso” televisivo y radiofónico todavía parece tener un carácter superficial e inocente.
Pero la codictadora con sus “homilías” cotidianas, manipula símbolos y valores religiosos mezclados con ofensas llenas de odio contra sus críticos, demostrando que su prédica no es una sincera profesión de fe, sino un recurso para defender sus intereses económicos y encubrir su política represiva.
Por el lado opositor, personas vinculadas a los medios de comunicación, o con acceso a ellos, el recurso religioso tiene una finalidad defensiva ante la represión generalizada que a diario viene de parte de policías y paramilitares del Gobierno.
Así, la lucha ideológica y política con la dictadura a veces parece tornarse en una lucha de invocaciones religiosas como defensa frente a la persecución política y la manipulación religiosa del oficialismo, creándose una confusión que solo favorece a la dictadura.
Cuando, por ejemplo, una presentadora o un presentador de televisión dedica parte de su espacio noticioso, de entrevistas o de comentarios para predicarles a sus televidentes que tengan fe, porque la victoria contra los opresores ya viene, y “está en las manos de Dios”, su sinceridad es indiscutible, y están en su derecho creerlo.
Pero, ¿cómo evitar lo desmovilizador que pudiera resultar esa prédica entre una población indefensa que vive a diario bajo el terror, las presiones y amenazas contra su libertad y su vida?
La fe, las creencias, son propias de la vida íntima personal que la co-dictadora no respeta con su burda manipulación política de la religión.
¿Por qué, entonces, contrarrestar ese disfraz religioso de la política con un discurso religioso, y no combatir mejor esa manipulación religiosa con un discurso político?
Al fin y el cabo, la esencia de la lucha es política. Y caer en el juego de la dictadora, no ayuda a la religión ni a la lucha política, pero contribuye a confundir al pueblo necesitado de mejor orientación para cumplir su tarea histórica de poner fin a la dictadura y conquistar libertad, justicia social y democracia.
Cuando eso sea posible, toda religión será respetada como un derecho individual de practicar su religión en libertad, y no impuesta ni manipulada desde los medios de comunicación.