27 de noviembre 2018
Cualquier definición del sustantivo crueldad que usted conozca, pensará de modo inevitable en la conducta y el sentir de la pareja dictatorial Ortega-Murillo, e imaginarán cómo, durante los últimos cruentos siete meses, habrán disfrutado mandando a reprimir primero, y a contemplar el dolor ajeno después.
Cuando se habla de la dictadura con apellidos, solo se trata de aligerar la redacción, porque se sobreentiende que si la pareja ha centralizado todo el poder, también tienen centralizadas la voluntad y la conciencia de sus subordinados como ejecutores de la represión, dependencia que no les resta nada de sus cuotas de responsabilidad, porque integran la misma estructura dictatorial.
¿Y qué es la represión, si no el conjunto de penas y castigos crueles en contra de personas de todas las edades, a quienes se las castiga por su reclamo de gozar en libertad de sus derechos humanos y constitucionales?
Si, como lo han denunciado secuestrados y torturados, los esbirros de la dictadura los filman mientras van “con todo” contra su humanidad, no se puede precisar en qué clases de trama malvada utilizarán esos vídeos, pero es deducible que podrían servirles de prueba ante sus amos de que han cumplido con sus órdenes de reprimir.
¿Y quién no imaginaría, que esos vídeos también podrían servir para el deleite de los dictadores en sesiones privadas o familiares para distraerse contemplando el dolor ajeno? Es fácil imaginarlo, porque el sadismo es un componente de la crueldad porque, en sus cárceles, también se aplican las violaciones sexuales.
Durante siete meses secuestrando día y noche, contabilizando más de 500 asesinatos, un número mayor de secuestrados, causando miles de heridos (incluso jóvenes con un ojo menos y otros parapléjicos), más desapareciendo un sinnúmero de personas, los dictadores se han venido agenciando de una cantidad inimaginable de documentos visuales para disfrutar viendo el dolor ajeno.
Solo así podría explicarse su incontenible represión, aun cuando durante el período entre el 14 de octubre y el día de hoy, no ha habido manifestación pública masiva, como las vistas a partir del 18 de abril. Y no por falta de interés del pueblo, sino por el refinamiento represivo de la dictadura.
Este mundo de represión y muertes, es visto en el exterior solo como demostración de una política dictatorial, pero eso ha servido como prueba a los organismos de derechos humanos internacionales para condenar al régimen Orteguista.
Ocultas quedan las crueldades provocadas por la represión a la humanidad y la psiquis de los secuestrados, los apaleados y sus madres, familiares, amigos y vecinos; todo eso a la vista de todo el país, aunque no siempre personalmente, sino por medio de vídeos, pero ha sido suficiente para causar un duelo nacional.
Atestiguando esa crueldad, la mayoría de la sociedad también ha construido en su conciencia la fortaleza moral y ética con la que se enfrenta cotidianamente a la dictadura.
Los Ortega-Murillo comenzaron demostrando su inconmovible voluntad inhumana de continuar con la represión, cuando un francotirador le dio un balazo en el cuello de Alvarito Conrado, y a quien después le negaron asistencia médica en un hospital público por orden de la ministra de Salud, dejándole morir desangrado. “Me duele respirar”, fueron las últimas palabras del niño de 15 años que impresionaron en el mundo y que por siempre condenarán a los responsables.
Igual se sublevó la conciencia de todo el mundo que vio y condenó el incendio que de los esbirros del régimen provocaron en la casa donde incineraron a seis miembros de la familia del pastor Manuel Velásquez Pavón, en el barrio Carlos Marx, el 16 de junio.
¿Cómo conocer de la angustia y el dolor de dos niños, de sus madres y de sus abuelos incinerados, y no condenar este acto de inhumana crueldad?
Quienes estamos seguros que con esa barbarie sintieron satisfacción fueron sus autores materiales: policías y parapoliciales que, además de provocar el incendio, impidieron a balazos el intento de salvamento que hicieron los vecinos.
¿Y cuál fue la reacción de los autores intelectuales del incendio, porque la familia se negó a prestarles la azotea de su casa para, desde allí, dispararles a los manifestantes opositores del barrio?
Imposible saber, cuál pudo ser la reacción de los dictadores cuando supieron que sus esbirros le habían dado “con todo” a esa familia, pero el mundo pudo verlos la única vez que asistieron al Diálogo, cómo fueron capaces de mentir tres veces, sin inmutarse: fingieron pesar, porque según ellos, la familia era “sandinista”, le echaron la culpa a los “terroristas de la derecha” y prometieron hacer “justicia”…
Como aún están en deuda con la justicia y siguen mintiendo, es válido suponer que ese acto de crueldad les causó satisfacción, pues nunca presentaron ni investigaron a ningún miembro de la patrulla policial que causó la tragedia, la que fue vista por familiares sobrevivientes y los vecinos que quisieron salvar a la familia, pero fueron amenazados de muerte.
El pueblo nicaragüense movilizado contra la dictadura, conoce tantos testimonios de la crueldad del régimen, como personas ha visto caer asesinada o secuestrada por policías y matones “voluntarios” del ilegal “tercer ejército enmascarado” del orteguismo.
Sus andanzas criminales son públicas, pero esos matones tienen la “virtud” de ser “invisibles” para la cúpula del Ejército Nacional (por mandato legal) y orteguista por su ausencia en la protección del pueblo y su juventud, aparentando neutralidad.
Después del asesinato del niño Conrado, y de la quema de la familia del Carlos Marx, cualquier ser humana podría pensar que con eso saciarían su crueldad los gobernantes… pero si tuvieran un mínimo de humanismo para, por lo menos, parar la represión y buscar salidas políticas.
Pero, “nuestros” dictadores no solo carecen de responsabilidad cívica y de humanismo, sino que, teniendo ya “tantas sus muertes y daños”, parecen estar complacidos y “en victoria” con la continuidad de la represión.
Imposible referirse a todos los casos de inocultable crueldad, lo que es testimoniado por médicos despedidos por incumplir las órdenes de no asistir a los heridos, y quienes han tenido que huir del país, para salvar sus vidas.
Cuando parecía haberse agotado el muestrario de la crueldad, la ciudadanía fue testigo de un hecho inhumano –único hasta hoy—: al joven Misael Escorcia Rocha, secuestrado en una cárcel… ¡le negaron el permiso para asistir al entierro de su madre!
La señora Marta Rocha, ya había sido humillada, como todas las madres de secuestrados, desde que la policía les impedían ver a su hijo en las cárcel y en los juzgados, donde estos jueces esbirros hacen “méritos” ante los dictadores, aplicando torcidamente las leyes, condenando ya a 93 jóvenes… ¡a penas que van de uno a 90 años!
Esas madres han sido obligadas a pasar durante días bajo el sol, la lluvia y el maltrato policial, a veces sin comer, a la entrada de las prisiones, reclamando saber algo o de ver a sus hijos. De eso le devino un derrame cerebral y la muerte a la madre del joven Escorcia, una mujer de apenas 51 años.
Hemos recordado solo tres casos de la crueldad de la dictadura Ortega-Murillo en solo siete meses, y horroriza pensar con cuántos crímenes más terminarán su cruel jornada, pero convencidos de que los nicaragüenses les obligará a terminarla, más temprano que tarde.