9 de noviembre 2018
Para Julio César Espinoza, morir nunca había sido una opción. Es joven, tiene tres hijos, esposa, y hace cinco años dejó el empleo que tanto odiaba, como operario en una zona franca, para cumplir su sueño de ser policía. Y le iba bien: estaba terminando su bachillerato y el próximo año lo iban a ascender. Ahora, todo es diferente. A mediados de agosto fue arrestado por la misma Policía y enviado a una celda oscura e inmunda de la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote, y ha pensado que lo mejor sería morirse.
Julio César era suboficial de la Dirección de Operaciones Especiales Policiales (DOEP), y se ha sentido frustrado y humillado porque antes de abril —cuando estallaron las protestas ciudadanas contra el Gobierno de Daniel Ortega— él custodió muchas veces a las personas encerradas en esas celdas, y ahora —afirma su familia— es él quien está preso por delitos que no cometió. También, ha sentido rabia, porque sirviendo a la Policía Nacional, el 19 de abril, recibió una pedrada en la cabeza, que hasta la fecha le provoca pérdidas de memoria, adormecimientos en las piernas y convulsiones, y ahora la Policía lo acusa de “delincuente”, “terrorista” y “traidor”.
A Julio César, la Policía le pidió identificar a las personas que instalaron el tranque de Las Esquinas, en Carazo, donde él vive. Pero él se negó. En represalia, le dieron baja deshonrosa y ahora lo procesan por crimen organizado, tenencia de indumentaria de la Policía, robo agravado y posesión ilegal de armas. Según la Policía, Julio César participó junto con su cuñado, Reymundo López, y su padrastro, Alejandro Bermúdez, en el tranque y la quema de la estación policial de esa comunidad.
El sueño truncado de ser policía
Tenía unos siete años u ocho años de edad, cuando Julio César comenzó a entrenar a los perros que tenían como mascotas en su casa. Decía que eran perros policías, y sus hermanos se sorprendían porque ninguno de ellos tenía esa habilidad. Desde entonces, su sueño era ser policía.
Julio César, de 30 años, es el cuarto de seis hermanos. Nació y ha vivido toda su vida en la comunidad Las Esquinas, del municipio de San Marcos, a unos 36 kilómetros de Managua. Su familia es de escasos recursos, y de pequeño, él y su hermana vendían huevos en los municipios de Carazo. Por eso no tuvo oportunidad para estudiar.
Cuando se convirtió en padre de familia, dejó el oficio de comerciante y consiguió empleo en una zona franca. No era feliz con ese trabajo, pero el salario le alcanzaba para mantener a su familia. Hasta que en 2014 logró entrar a la Policía.
“Él entra a la Policía porque un primo le consigue trabajo. Me acuerdo que le dice 'mirá te tengo el enganche para que vayás de policía y es de antimotín'. Y ese hombre (Julio César) estaba brincando en una uña porque ese era su sueño. Él se sentía realizado”, cuenta su hermana Lisseth Espinoza.
Durante los cinco años que ejerció como policía antimotín en Managua, Julio César se sentía orgulloso. “Yo amo ser policía. Yo doy todo por ser policía”, decía.
Tanta era la felicidad que sentía, que no le importaba irse por dos o tres meses a misiones fuera de Managua. La Navidad pasada, por ejemplo, la pasó lejos de su familia en San Carlos, Río San Juan. Y todos sus planes estaban relacionados a la Policía.
“Él estaba estudiando cuarto año de secundaria los sábados. En la Policía le daban permiso para que viniera cuando andaba en las misiones y él estaba muy alegre porque me decía 'voy bien clase', 'quiero estudiar para ir subiendo de grados, no quedarme así'. Ese era su sueño y ahora vemos su sueño truncado, porque ya no está ni en la Policía, ni estudiando”, lamenta su esposa, Mildred Quintero.
Recibe una pedrada en Masaya
La noche del 18 de abril, Julio César le avisó a su esposa que al siguiente día saldría a las tres de la mañana hacia a Masaya, porque habría una manifestación. Ese día, en varias ciudades del país incrementaron las manifestaciones contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Indignados por la represión contra un plantón de profesionales en Managua y una protesta de adultos mayores en León, los universitarios de ambas ciudades y decenas de ciudadanos en otros sitios del país se sumaron a los reclamos. Julio César le dijo a su esposa que le llamaría en cuanto pudiera. La noche de ese día murieron los primeros tres de una represión que hoy suma 325 muertos confirmados. Los primeros tres muertos fueron el trabajador de un supermercado en Managua, un estudiante de secundaria de Tipitapa y un suboficial de la DOEP, igual que Julio César.
Después de un enfrentamiento entre policías y ciudadanos que protestaron en Monimbó, Julio César recibió una pedrada en la parte trasera de la cabeza, y se desmayó al instante. Cuando recobró el sentido, sintió un fuerte dolor de cabeza, pero en el hospital le dijeron que el dolor era por el golpe y solo le recetaron diclofenaco.
“A los dos días de la pedrada, él cae inconsciente. No despertaba. Los médicos hasta lo iban a entubar porque no respondía. Cuando por fin reaccionó él no conocía a nadie. Desde ese momento le mandaron reposo. Él se caía. De repente iba caminando y los pies se le dormían”, recuerda Quintero.
Como no veían mejoría, el reposo se prolongó desde finales de abril hasta agosto. Él seguía teniendo problemas para caminar y también tenía lagunas mentales. Su situación de salud fue tan grave que él dejó de salir de su casa por miedo a caerse.
“Él podía estar platicando y caía. Una vez en Diriamba, él venía con una carga de compras y se cayó. Ya después le dio miedo y dejó de ir a clases. Yo le dije eso al médico y él me dijo que en la próxima cita le iban a mandar hacer un examen. Su cita era el 13 de agosto y a él lo detuvieron el 10”, relata su esposa.
“Yo no quiero matar”
Durante el tiempo de reposo en casa, Julio César estuvo pendiente de la crisis sociopolítica que se vivía en el país. Según su hermana, al principio él estaba de acuerdo con el actuar represivo que había tomado la Policía. Muchas veces ellos discutieron por eso, pero después que vio en las noticias que la cantidad de muertes de estudiantes y personas que se manifestaban pacíficamente aumentaba a niveles sorprendentes, y cambió de opinión.
También supo que miembros de la Juventud Sandinista estaban armados, y que quienes querían salirse de la Policía morían o sufrían represalias.
“Quiero poner mi baja porque no es justo lo que está pasando. Ellos (los ciudadanos) no tienen armas. Aquí en lo terrenal tal vez no valga nada, pero ante Dios eso es lo peor. Yo no quiero matar”, les dijo Julio César.
El temor de él era que lo mataran si no disparaba. Incluso a pesar de su mala salud, él y su familia consideraron que huyera a Costa Rica, pero el temor de que lo mataran en el camino pudo más y no se fue.
El interrogatorio, la baja y el arresto
El seis de agosto, sorprendido de que no le pagaran, Julio César decidió ir al Complejo Policial Faustino Ruiz para averiguar si lo habían dado de baja. Se fue vestido de policía y cuando llegó le dijeron que necesitaban hablar con él y se lo llevaron a un cuarto.
―Te vamos a dar una oportunidad― le dijeron los agentes de Auxilio Judicial que lo interrogaron.
Julio César estaba desconcertado porque no comprendía qué estaba pasando. Él pensaba que quizás le habían dado de baja por estar tanto tiempo en reposo.
―¿Quiénes son los jefes del tranque (de Las Esquinas)?―, le preguntaron sin preámbulos.
―Yo no sé. Yo no estaba en los tranques― respondió atónito.
―Vos estuviste en los tranques y tenemos pruebas. ¿Quién es el que los financia?― insistieron.
―Yo no sé nada. Yo no podía salir de mi casa. Soy policía, tenía miedo― les dijo.
Como no obtuvieron la información que querían le dijeron que pasara por la oficina porque “efectivamente estás de baja”.
Él contestó: “está bien, pero haganme un recibo donde diga que entregué todo”.
Cuatro días después llegaron a su casa y se lo llevaron preso junto a su mamá, su hermana, un cuñado, su padrastro y un vecino. De ellos, solo las dos mujeres fueron liberadas.
“Como yo soy comerciante nosotros salíamos en nuestros vehículos y le pasábamos dejando comida y gaseosas a los chavalos que estaban en el tranque para que nos dejaran pasar. Hubo personas que miraron y esas fueron las que dijeron. Esas dos o tres vendidas que hice, durante los ocho días que duró el tranque, me salieron caras porque ahora ellos están presos”, lamenta Lisseth Espinoza, hermana de Julio César.
En prisión, su condición ha empeorado
Horas después de ser detenidos en Carazo, a Julio César y sus familiares los trasladaron a las celdas de El Chipote. Allí los metieron en celdas de castigo, los desnudaron, los obligaron hacer sentadillas, los interrogaron varias veces durante la madrugada y los ofendían.
“Yo me sentí desesperado. Yo sentí que me iba a morir. Yo quería morirme. Estaba desesperado”, le ha contado Julio César a su esposa.
Su hermana Liseth cuenta que a su marido, Reymundo López, también lo han torturado. A él “lo llevaron a una celda de tortura chiquita donde caía agua por todos lados y era tanta el agua que le llegaba hasta la rodilla. Y ese hombre no durmió por cuatro días. Cuando nosotros lo vimos en Tipitapa ese hombre lloraba y decía “Dios me sacó de allí (de El Chipote)”, cuenta.
A Reymundo también le exigían que confesara quién financió el tranque, y como él decía que no sabía, lo amenazaban con “hacerle cosas horribles” a sus hijas. “Vas a hablar cuando traigamos las fotos de lo que le estamos haciendo a tu familia que va hablar”, lo amenazaban.
La salud de Julio César ha empeorado. En la cárcel La Modelo ha convulsionado varias veces. Pero en el Hospital Militar no quisieron extenderle la epicrisis que demostrara la gravedad de su enfermedad. Y los medicamentos que su familia le lleva tampoco los dejan pasar.
“La última vez que lo vimos (a principios de octubre), supimos que convulsionó. Los reos armaron el alboroto porque nadie llegaba a verlo. Fue un preso paramédico quien le dio reanimación, porque él no volvía y después de esa convulsión él quedó peor”, asegura su esposa Mildred Quintero.
El juicio contra Julio César y sus familiares comenzó el cinco de noviembre y continuará el próximo 15 de noviembre. La Fiscalía anunció que propuso llevar como prueba a cuatro testigos, incluido un policía encubierto.
El abogado de la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH), Julio Montenegro, está a cargo de la defensa del expolicía y sostiene que “hay un dictamen médico en el que se indica que él (Julio César) tiene una fractura en la cabeza, y también el acta donde él entregó su chip y su uniforme policial".
"Después paramilitares allanaron su casa, llevando una bolsa plástica color negro con pertrechos policiales que regaron en la casa para hacer como que él los tenía”, denunció Montenegro.
Según cifras del Ministerio de Gobernación, que tienen un registro de asesinatos inferior al de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, entre los fallecidos hay al menos 22 policías. Aunque el caso de Julio César es de los pocos en los que hay un policía procesado, hasta la fecha ningún oficial de la Policía, agente antimotín o paramilitar ha sido detenido y enjuiciado por los crímenes de la represión orteguista.
“Si la voluntad de Dios es que él esté allí (en la cárcel) es lo que no hemos aceptado como familia. No hemos aceptado que Dios tiene un propósito, quizás para que él no pueda matar, porque tal vez al integrarse lo iban a mandar a seguir haciendo desastres, porque es la única manera que Dios lo haya permitido”, dice conmovida su hermana Lisseth.
- Leé en la Revista Niú la serie #PresosPolíticos para conocer más casos similares.