2 de noviembre 2018
¿A qué se parece este movimiento de abril en Nicaragua y los eventos que desencadenó? Se parece al movimiento del 68 en México y su culminación en la masacre de Tlatelolco. Dos movimientos sociales, dos masacres: México 1968, Nicaragua 2018. Hay coincidencia en el ser y el hacer de las y los universitarios: su liderazgo del movimiento, su sorprendente explosividad a partir de una supuesta y prolongada apatía política, su creatividad en el uso de los recursos, su arrojo temerario, sus ojos vacíos de pistas de lo que les sobrevino muy temprano –apoyo masivo y represión desmedida-, sus contactos internacionales y la capacidad de suscitar una cobertura periodística favorable a su causa, entre otros muchos rasgos y logros.
También hay semejanzas en su pliego de peticiones: libertad para los presos políticos, reformas legislativas, desaparición del cuerpo de granaderos (el equivalente de los antimotines de Nicaragua), destitución de jefes policiales, deslindamiento de responsabilidades… No son menos las semejanzas en los eventos que sus acciones suscitaron: la politización expresada en masivas manifestaciones donde se volcó una sociedad que parecía haberse resignado a los abusos de un Estado-partido y a la democracia “representativa” de partido único, el apoyo de artistas y académicos (en La noche de Tlatelolco Elena Poniatowska dejó plasmado un collage de visiones sobre la masacre todavía insuperable), la picardía e ingenio de las mantas y consignas (y ahora también de los memes), la iniciativas dispersas y anárquicas, el involucramiento de múltiples sectores y clases sociales… y un larguísimo etcétera.
¿Quiénes estaban en la protesta y contra quién protestaban? Según Oriana Fallaci, que estuvo en la Plaza de las Tres Culturas y recibió una andanada de balazos que casi le arrebatan la vida, estaban “los estudiantes, los obreros, los maestros de escuela, en suma cualquiera que tuviera el valor de protestar contra Herodes, que en México se llama Partido Revolucionario Institucional y dice ser socialista, pero no se comprende qué clase de socialismo desde el punto de vista y hora que los pobres en México figuran entre los pobres más pobres del mundo.” Ni más ni menos: como en Nicaragua.
Muchas semejanzas hay en los métodos y discursos del gobierno: su pretensión de ser revolucionario, el control férreo sobre las autoridades universitarias, la renuencia a un verdadero diálogo, los asesinatos sin piedad, las detenciones sin órdenes judiciales, la prisa por imponer la normalidad y la de los rectores de las universidades públicas por aparentarla, su erráticas explicaciones de negación en negación y su convicción de ser una víctima con derecho a reclamar castigo. Un mes antes de ordenar la masacre, Gustavo Díaz Ordaz, dejó salir de su boca desbordaba por una prominente dentadura estas palabras ante el Congreso: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando el orden jurídico, como a los ojos de todo el mundo ha venido sucediendo.”
Octavio Paz escribió a cinco años de la masacre de Tlatelolco una valoración que podría haber escrito a cinco meses de la de Nicaragua: “los estudiantes, al lanzarse a la calle, descubren la acción en común, la democracia directa y la fraternidad. Armados de estas armas, se abren paso frente a la represión y conquistan en poquísimo tiempo la adhesión popular. (…) la oleada juvenil se estrella contra el muro del poder y la violencia gubernamental se desata: todo acaba en un charco de sangre. Los estudiantes buscaban diálogo público con el poder y el poder respondió con la violencia que acalla todas las voces.” Y del otro lado está la actitud del gobierno, también muy similar a la de Nicaragua: “No es que nuestros gobernantes estuviesen ciegos y sordos sino que no querían oír ni ver. Reconocer la existencia del movimiento estudiantil habría equivalido, para ellos, a negarse a sí mismos. (…) Acostumbrados al monólogo e intoxicados por una retórica altisonante que los envuelve como una nube, nuestros presidentes y dirigentes difícilmente pueden aceptar que existan voluntades y opiniones distintas a las suyas. Ellos son el pasado, el presente y el futuro de México. El PRI no es un partido político mayoritario: es la Unanimidad. El Presidente no sólo es la autoridad política máxima: es la encarnación de la historia mexicana, el Poder como substancia mágica transmitida desde el primer tlatoani a través de virreyes y presidentes. (…) La operación militar contra ellos [los universitarios] no fue una acción política únicamente sino que asumió la forma casi religiosa de un castigo desde lo alto.” Apegada a -o inspirada por- este guion, la repuesta del gobierno de Ortega-Murillo fue criminalizar a los estudiantes y clamar al cielo y a sus paramilitares por castigo: declaró delincuentes y etiquetó incluso legalmente como terroristas a quienes habían atentado contra quienes encarnan el pasado, el presente y el futuro de Nicaragua, en un árbol genealógico que empieza con Augusto C. Sandino y, de momento, culmina en Juan Carlos Ortega, reencarnación de Sandino, según cree firmemente su madre Rosario Murillo.
El Tlatelolco de 1968 y la Nicaragua de 2018, a medio siglo de distancia, han sido próximas incluso en el número de muertos y de presos: 325 masacrados calculó el periodista John Rodda, que preparaba un reportaje sobre los juegos olímpicos para The Guardian. Es una cifra estremecedoramente cercana al mínimo estimado de asesinados por los policías y paramilitares bajo las órdenes de Ortega. ¿Cuántos presos? Alrededor de 500 en México y 552 secuestrados de los que hay denuncias en Nicaragua, la mayoría presos, todos aprehendidos y reportados por sus familiares a los organismos de derechos humanos.
Hasta ahí llegan las coincidencias y similitudes. La desproporción salta a la vista: frente a su impacto en poco más de seis millones de nicaragüenses en 2018, el golpe de muertes y cautiverios en el México de 1968 se repartió en una población de casi 50 millones. La masacre en México se concentra en una noche. La mayoría de los asesinatos en Nicaragua fueron perpetrados en un par de meses. Tlatelolco es el gran trauma y parteaguas de la historia política mexicana contemporánea. Sus heridas siguen abiertas. ¿Qué representan la rebelión y masacre de abril de 2018 en Nicaragua?