12 de octubre 2018
La amplia ventaja electoral de Jair Bolsonaro, en primera vuelta, sobre el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, anuncia el acceso inminente de la extrema derecha a la presidencia del Brasil. Neoliberal en lo económico, agresivamente conservador en lo valórico y defensor de la dictadura militar. Sus dichos son aplaudidos por adherentes entusiastas, principalmente militares y evangelistas: “los gays son producto del consumo de drogas, el error de la dictadura fue torturar y no matar, los policías que no matan no son policías, las mujeres deben ganar menos dinero que los hombres porque se quedan embarazadas”.
Bolsonaro también resulta peligroso para el resto de Sudamérica. No hay que olvidar que a partir de la dictadura del general Castelo Branco en 1964 se inició la noche más oscura en la región. Se generalizaron los más atroces regímenes represivos: Onganía en Argentina, Hugo Banzer en Bolivia, Pinochet en Chile, Bordaberry en Uruguay y, por cierto, se consolidó la opresión interminable del general Stroessner en Paraguay. Henry Kissinger dijo, con razón, “a dónde vaya Brasil irá América Latina”. Y, la historia se repite.
¿Cómo se ha llegado a esta peligrosa situación?
Sin duda el PT tiene una alta cuota de responsabilidad.
Lula no modificó el modelo económico. Concentró sus esfuerzos en la industria extractiva, las finanzas y los agronegocios. No tomó iniciativas para favorecer la industria de transformación. Intensificó, en cambio, la producción de recursos naturales y aprovechó para ello la demanda china, especialmente de soya.
Gracias al auge de los precios de las materias primas la economía brasileña experimentó un notable crecimiento. Se multiplicaron las ganancias del 1% más rico de la población y la banca se regocijó gracias a unas elevadísimas tasas de interés.
El crecimiento disminuyó el desempleo, lo que junto a las políticas sociales asistencialistas redujeron vigorosamente la pobreza.
Sin embargo, la desigualdad estructural ha persistido, lo que ha multiplicado la criminalidad y el narcotráfico. Así, la violencia de los marginados y de las policías ha crecido sin cesar. El modelo económico sigue intacto.
Lula y después Dilma Rousseff se olvidaron muy especialmente de sus compromisos programáticos con el mundo rural, renunciando a la reforma agraria. Se postergó a los trabajadores sin tierra en favor de los productores de madera y soya, quienes expandieron sus negocios con una política gubernamental que les entregó parte de la selva amazónica. Ello adicionalmente ha afectado a las comunidades indígenas y está reduciendo el oxígeno que exige el planeta.
La suerte del gobierno petista se terminó con la crisis financiera del 2008. La caída de los precios de las exportaciones afectó el crecimiento económico. La heredera de Lula debió asumir una grave crisis. La recesión y el déficit fiscal se tradujeron con el correr de los meses en una grave crisis política.
Se destapó la olla. Y varios políticos del PT fueron investigados por el Poder Judicial.
Coimas y sobornos. Alianza espuria entre empresarios corruptores y políticos corruptos. Dineros para comprar legisladores y aprobar leyes en el Parlamento; financiamiento para campañas electorales y recursos para el funcionamiento del partido, el PT. A ello se agrega siempre la codicia personal de los operadores, que exigen dineros para tener una vida de lujos. Así se juntan corruptores y corruptos, en una misma moral, condenados a un mismo sistema que beneficia a unos pocos, protege los negocios y amarra las manos de los que se dicen progresistas.
Vergonzante para un partido con origen en los obreros del Brasil.
El poder judicial y los principales medios de comunicación iniciaron un ataque frontal contra varios políticos corruptos del PT, junto a los ejecutivos de la empresa Petrobras. Salieron a la luz pública los millones de dólares en sobornos de las empresas de construcción para asegurar contratos con Petrobras.
A los gobernantes del PT no les importó que la principal petrolera del mundo afectara sus finanzas, que se desprestigiara la actividad pública. No sólo eso. El acuerdo del PT con el empresariado corruptor incluía a Odrebech, empresa privada, que extendió sus tentáculos por toda América Latina, corrompiendo autoridades de “gobiernos amigos” para favorecer negocios sucios. Mala cosa para Itamaraty, la cancillería brasileña que tiene la función de apoyar los negocios de sus empresas en el exterior.
El 15 de marzo de 2015 un millón de brasileños se lanzó a las calles en todo el país. Las manifestaciones fueron convocadas por los partidos de derecha, pero consiguieron un apoyo significativo del mundo popular. Las consignas demandaban cárcel contra los corruptos, pero también la eliminación de recortes en el gasto social que impulsaba el gobierno para reducir el déficit fiscal.
Así las cosas, el apoyo al PT se reducía mientras la derecha crecía. En las manifestaciones aparecieron activistas que promovían el autoritarismo y el golpe de estado militar. En ese cuadro Vilma es impugnada por el parlamento y debe dar un paso al costado. Asume Temer. Y luego Lula es condenado a prisión por el Poder Judicial. El camino se pavimentaba para la extrema derecha, para Bolsonaro.
Como se ha señalado, durante los años de gobierno del PT, hubo manifiestos incumplimientos programáticos, en lo económico y en lo socioambiental, aunque la pobreza se redujo. Pero, esa reducción se basó en una política asistencialista, de frágil sostenimiento en épocas de recesión económica como sucede hoy día.
La decepción con el PT no han sido sólo sus incumplimientos programáticos. Ha sido principalmente su pérdida de integridad moral. La desconfianza en el PT ha abierto las puertas a una derecha fascista. Curiosamente se percibe a Bolsonaro como un cambio frente a los políticos que han traicionado la confianza ciudadana. Sin embargo, su probable presidencia anuncia serios peligros para la democracia de Brasil y para la estabilidad de América Latina.