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Ningún poder dura sostenido por la violencia

Ningún poder aguanta ni es fuerte ni duradero, cuando se sostiene en la represión sangrienta, y cuando el pueblo le perdió respeto y miedo

La Policía atacó a manifestantes autoconvocados que participaban en una protesta pacífica contra Daniel Ortega, en Managua. Jorge Torres | EFE

Nadine Lacayo

1 de octubre 2018

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Voltaire decía que: “La pasión de dominar es la más terrible de todas las enfermedades del espíritu humano”.  Viendo el diccionario, efectivamente la “pasión” es una forma de locura: Sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón, como el amor (al poder en este caso), el odio, los celos o la ira intensos. Indagando sobre la locura, derivo que es un trastorno o perturbación que se expresa en acciones imprudentes, insensatas o poco razonables que se realizan de forma irreflexiva o temeraria. También se puede entender, como “loco”, aquél que se empecina en buscar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo, hasta ser vencido por las consecuencias de lo que hace u ordena hacer. Esto me lleva a otra frase del filósofo romano, Séneca, y que, en ésta crisis que vivimos, se expone con gran vigencia: Nadie ha conservado jamás largo tiempo un poder ejercido con la violencia.

En la brutal represión a los intentos de marchar este sábado en el barrio El Riguero, quedó exhibida esa locura y ese derroche de violencia del régimen contra todas las expresiones de la protesta nacional. Y por lo que observo, es de esperarse que seguirán saliéndole al paso a las nuevas formas que invente la gente para continuar desafiándolo. No obstante, hay algo que no podrán someter: el pensamiento y la conciencia de la gente.

Como efecto de su locura, miedo y autoengaño, están terminando de suprimir nuestras más elementales libertades civiles, arrugando –como un papel que tiran al excusado – la Constitución. Seguirán instalando el estado policial de facto: Ya mataron, prohibieron la bandera de la patria en las manos de la gente, balacean las marchas, encarcelan, persiguen, instalan a sus empleados con banderas rojinegras todos los días en las rotondas y los ponen a marchar bajo el solazo, tienen cámaras en los postes de luz por todas las esquinas, se meten a las iglesias a vigilar a los sacerdotes y feligreses, se meten a las casas a sacar a los chavalos o adultos “sospechosos”, revisan a los estudiantes y docentes en las universidades, despiden a maestros de primaria y secundaria, amenazan a los empresarios, prohíben de hecho los paros y las huelgas, revisan los carros y celulares, despiden a los médicos que atienden a los heridos, incluso, – y esto es el colmo- le han pedido el carnet de militante (que no tiene) a una mujer que se retorcía de dolor para ser atendida en un hospital (se la negaron), han obligado a miles a esconderse y huir del país, quitan las cruces y monumentos de los que han matado, revientan globos, entre otras cosas.  Pero además, ya tienen en cada barrio su policía secreta con sus informantes que vigilan a la gente, aparte de la intervención de teléfonos, golpean a periodistas, y amenazan y asedian a miles de personas. La lista es larga. Y el último paso que han dado ha sido prohibir de facto las marchas y plantones, desplegando a cientos de policías con sus bombas y fusiles, tal vez porque ya no les resulta barato (políticamente) matar a adolescentes o tal vez porque quieren provocar que la gente reaccione con violencia. En esto se quedaran esperando por que no caerá el pueblo en esa trampa.

Aun con todo lo que han hecho, seguirán reprimiendo, continuarán ejerciendo con nuevos mecanismos su control estricto sobre el pueblo que los desprecia, y no me cabe la menor duda que podrán hasta prohibir la entrada a periodista extranjeros, eliminar a los pocos noticieros y periódicos independientes, decretar normas que eliminen el uso de los colores de la bandera azul y blanco, esto y cienes de cosas más. Sin embargo, jamás podrán contar con la “policía del pensamiento” de la que de la que habla Orwell, porque a estas alturas, la conciencia de la gente es imposible someterla. Es la razón por la cual seguirá la protesta con otras expresiones civiles, porque no esperamos que nos encierren en campos de concentración dado que allí también marcharíamos. El pueblo seguirá desatando su imaginación todos los días y ellos, en si locura, respondiendo con violencia, y así sucesivamente, hasta que se rindan. No podemos olvidar que ningún poder aguanta, ni es fuerte ni duradero, cuando es sobre la represión y violencia en que está sentado, y cuando el pueblo le perdió el respeto absolutamente, y el miedo.

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Nadine Lacayo

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