Guillermo Rothschuh Villanueva
2 de septiembre 2018
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La excelencia de Una novela criminal ratifica mi preferencia por Jorge Volpi autor de obras apegadas a la realidad, que por Volpi novelista.
A Kiko Báez, celebrando
cuarenta años de amistad.
Desde que Truman Capote publicó A sangre fría (1966), hasta la publicación de Una novela criminal, merecedora del Premio Alfaguara (2018), han pasado cincuenta y dos años. Capote inscribió su texto dentro de lo que él llamó Nonfiction Novel o novela testimonial. Se adujo que su parto inauguraba un nuevo género. Al paso de los años, los estudiosos se han encargado de poner las cosas en su lugar. Nueve años antes que apareciera A sangre fría, los periodistas Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, nicaragüense, y Rodolfo Walsh, argentino, habían publicado Los Somoza: una estirpe sangrienta (México, 1957) y Operación masacre (Buenos Aires, 1957). Verdaderos textos inaugurales. Sus creadores se adelantaron —en el tiempo y el espacio— al celebrado escritor estadounidense. Chamorro Cardenal y Walsh, son firmes puntales. Se empieza a reconocer y hacer justicia a su condición pionera.
Encaramándose sobre la tradición, el escritor Ricardo Volpi quiso llevar luz sobre el caso de Israel Vallarta y Florence Cassez, hecho que impactó y todavía continúa dividiendo los afectos de la sociedad mexicana. Volpi asegura en el despegue del primer capítulo, que se trata de una novela documental o novela sin ficción. Una investigación exhaustiva que le llevó tres años. A pesar de la distancia, los acontecimientos siguen reverberando en el imaginario mexicano. La novela de Volpi volvió a encender los ánimos. Abrió heridas que pasman la mirada y el sentimiento de millones de sus conterráneos. La narcoactividad, los secuestros, vendettas y asesinatos, desgarran su tejido social. La narcodelincuencia desbordó cauces y se filtró por los ámbitos de la política, la economía y la cultura. La angustia y la incertidumbre forman parte del discurrir cotidiano de los mexicanos. ¿Un cáncer incurable? La llegada de López Obrador a la presidencia abre nuevas esperanzas.
El revuelo e incidencia del caso Vallarta-Cassez —acusados de formar parte de una banda de secuestradores en Ciudad México— tuvo su origen en la forma que los conductores de los telenoticieros Primero Noticias y Hechos A. M. dieron a conocer la noticia. La madrugada del 9 de diciembre de 2005, millones de personas estuvieron pegadas en las pantallas. La detención de dos peligrosos secuestradores fue transmitida en vivo y a todo color —CNN cubrió de la misma forma, e1 17 de junio de 1994, la persecución que hizo la policía de los Ángeles, para capturar a la exestrella del futbol americano, O. J. Simpson—. El noticiero adujo que la liberación de las víctimas se debió “gracias a la heroica intervención de los agentes de la AFI (Agencia Federal de Investigaciones), en el rancho Las Chinitas”. Carlos Loret de Mola, conductor de Primero Noticias del Canal de las Estrellas, pretendía sumar una estrella al enriquecido firmamento de Televisa. Una mala copia de la televisión estadounidense.
Desde el primer momento la escenificación fue puesta en duda. Yuli García, periodista colombiana, miembro del noticiero Punto de Partida, dirigido por Denise Maerker —transmitido en el mismo Canal de las Estrellas— convenció a su jefe que se trataba de una versión truqueada. Puso en entredicho la autenticidad de las imágenes transmitidas en Primero Noticias. Solicitó en la videoteca de Televisa las imágenes difundidas la mañana del 9 de diciembre por Loret de Mola. Los encargados de administrarlas no las encontraban. Nunca se dio por vencida. En la cita con Jorge Ochoa, el abogado de Florence, agitado y paranoico, le advierte que ambos corren peligro. “No la detuvieron ese día, sino el anterior”, confiesa a Yuli en café La Habana donde se entrevistaron. “Y las imágenes de televisión”, indaga Yuli. “Eso lo armaron después”, aclara Ochoa. Una enorme grieta en la fortaleza de Televisa.
Otro desmentido realizado por la colombiana, ni Florence ni Israel habían sido detenidos a las 06.47 am en el rancho Las Chinitas. La hizo basada en las declaraciones de los agentes federales. Contrario a lo expresado en Primero Noticias, los agentes sostuvieron que la detención de Israel había ocurrido en la carretera federal y que el mismo Israel fue quien les abrió las puertas de la propiedad. En las imágenes televisivas la puerta aparecía forzada por miembros de la AFI. Otro hallazgo de Yuli: la transmisión de Televisa dio inició a las 06.47, lo que supone haberlas difundido 28 minutos antes que los agentes federales llegaran a Las Chinitas. Persuadida que se trataba de algo turbio, la colombiana hizo una afirmación que dio en la diana: “Aquí la historia es el montaje”. A través de su investigación, Volpi ratifica que García tenía toda la razón. Su novela testimonia que el caso Florence-Israel es un cúmulo de mentiras.
Una novela criminal narra dos historias —la de Florence e Israel— con destinos diferentes. Por Florence abogaron dos presidentes de Francia, por Israel, ¡nadie! Los dos son implicados por la policía federal de ser autores de los secuestros de Ezequiel, Miriam, su hijo Christian; y otros más. No comprendo la desproporcionalidad de la narración de Volpi. Su interés fundamental se focalizó en demostrar que Florence era víctima de un sistema de justicia viciado. Los fiscales forman parte de la trama. La corrupción y abusos de la Policía Federal saltan a cada instante. En su alegato Volpi trata de tomar distancia. Intenta convertirse en un investigador a quien interesa de manera especial dar con la verdad. Se esmera por acudir a todas las fuentes. Entrevista a la mayoría de implicados. Viaja fuera de México. No quiere dejar cabos sueltos. Los únicos que aún subsisten, se deben a la ceguera y manipulación de la Policía Federal.
Volpi confiesa que su empeño fue frustrado. No guarda equilibrio. Lo busca, pero no lo consigue. Confiesa su fracaso. Una atenuante a su favor. Dos años después de haber empezado sus averiguaciones, Israel le sigue pareciendo una figura un tanto borrosa. Su personalidad le resulta inasible. En un arrebato de sinceridad —otro mérito a favor de Volpi— aclara que no consiguió saber quién era Israel. También reconoce que le fue “imposible lograr que el estruendoso relato de Florence dejase de opacarlo”, debido a que “su carácter aun me resulta inaprehensible”. No quiero aparecer injusto. La tensión lo acosa. Volpi trata de ser ecuánime. Siente empatía por Israel. Estaba invadido por el desasosiego. Algo profundo se le escapa y es que algo de su pasado le “impide observarlo y asirlo por completo”. De lo que no tiene dudas —al menos— es que el 9 de diciembre, Israel no tenía a tres personas secuestradas en su rancho. Desmonta la farsa.
¿Israel es el perro flaco —callejero— de esta historia? Al menos así lo consideran muchos mexicanos. La dualidad de conducta de los magistrados de la Suprema Corte, era para complacer al presidente Felipe Calderón. Olvidaron que la justicia para ser verdadera, debe cobijar a todos por igual. El tiempo que se tomaron para juzgar y dirimir la inocencia de Florence Cassez, debió ser idéntico con Israel Vallarta. ¿La detención del mexicano es la justificación y el chivo expiatorio del que echó mano el presidente Felipe Calderón? ¿Cuánta culpa asiste al expresidente por acuerpar las acciones de Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino, sagaces tramoyistas de la conspiración que mantiene todavía en la cárcel a Israel? El golpe de efecto en su captura y la estridencia con que enfocó el hecho Televisa, inclinaron la balanza de la opinión pública en su contra. Los medios son jueces terribles. Casi inapelables.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, convirtió la detención de Florence Cassez en asunto de Estado. No cejó en hacer todo lo que tenía que hacer para obtener su libertad. Su cargo lo obligaba a interesarse por la suerte de su compatriota. El gobernante francés se empecinó en su liberación. La controversia Calderón-Sarkozy, llegó a extremos inimaginables. Volpi no se atempera en mostrar las veleidades de ambos mandatarios. En determinado momento la suerte de Vallarta y Cassez estuvo a punto de convertirlos, “en rehenes de un duelo de egos presidenciales”. ¿Hasta dónde los cambios de presidentes en Francia (François Hollande) y México (Enrique Peña Nieto) posibilitaron la excarcelación de Florence? En cuanto a Israel, las opiniones siguen polarizadas. ¿Su prolongada detención sirve para enviar un mensaje positivo sobre la existencia de verdadera justicia contra los secuestradores?
La excelencia de Una novela criminal ratifica mi preferencia por Jorge Volpi autor de obras apegadas a la realidad, que por Volpi novelista. Pertenezco a una generación a quienes gustan novelas de ficción, donde las creaciones de universos paralelos resultan subyugantes. Apostamos por esos imagineros capaces de convencer a un gringo de poseer el elixir contra la mordedura de una serpiente venosa o de urdir un cuerpo de putas visitadoras, para calmar la calentura de los soldados peruanos en medio de jungla. Volpi ensayista —El insomnio de Bolívar, II Premio de Ensayo Debate-Casa de América, 2009— atrapa y seduce. Su ajuste de cuentas y su mirada sardónica sobre el pasado y presente latinoamericano son categóricos. Una novela criminal, lo emparenta con los mejores ensayistas y prosistas de esta parte del mundo. Me quedo con este Volpi. El otro me sabe seco, atrapado en una erudición cansina.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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