1 de septiembre 2018
En el excelente espacio que sobre historia universal, tiene en la TV National Geographic, vi en estos días El Manual del Dictador, documental sobre la Guerra Civil Española, el ascenso al poder del dictador Francisco Franco, y su consolidación a sangre y fuego. Su primer paso fue la represión. Después, el Generalísimo consideró que, para obtener como resultado españoles a la medida de lo conquistado en los planos militar, ideológico y económico (los tres pilares del nacionalismo franquista), era necesario exterminar el viejo modelo del español, tan proclive a libertad y al libertinaje, y que pudiera surgir a nivel espiritual e intelectual, un modelo nuevo, a su imagen, pensamiento y semejanza. Es decir, “El hombre mediocre” y servil, si lograba superar la barrera de la muerte. Pero, el primer paso, como ocurrió después en otras dictaduras del mundo, como Camboya o Rumanía, fue y es, al mejor estilo nazi, el exterminio de pueblos y culturas enteras.
Es por ese referente histórico que la imagen de Saturno, dios mitológico reflejado en una de las más impresionantes Pinturas Negras de Goya (Saturno devorando a sus hijos, 1821-23), es la radiografía de la atrocidad llevada al máximo, hasta el punto de comerse a sus hijos para evitar que lo destronaran. En ese manual del dictador aferrado al poder está representada la filosofía del exterminio. Ríos de sangre y mentiras sin fronteras. Y que nadie venga a decirme, conociendo lo que sabemos, viendo y sintiendo lo que se siente hoy en nuestra patria, que la imagen de Saturno es la de la paternidad de un buen gobierno, o el adelanto de la posibilidad de que algún día, esa bestia se arrepienta y nos conduzca a una democracia en la que podamos exonerarlo o absolverlo de sus crímenes.
Con Saturno, toda Primavera de Praga será, como ocurrió en Checoslovaquia, una invitación a ser aplastada por los poderosos, y que después del genocidio los secuaces de la dictadura caven miles de fosas y construyan un gran cementerio llamado “Aquí todo está normal”, frase para que nunca olvidemos que el generalísimo Francisco Franco controló España como su feudo personal durante 40 años, aplicando, como hoy aquí, la violencia y el terror. Y que es por eso que hoy en Nicaragua, Saturno se puede encaramar en cualquier tribuna enflorada, y levantar a su hijo ensangrentado y descabezado por el primer mordisco, como ejemplo de lo que les está pasando a golpistas y terroristas, así llamados porque en la alocución cotidiana de una indescifrable señora, se sugiere que ante la Primavera de Praga, “Nicaragua no bajará la cabeza”.
Ciertamente, Nicaragua, la verdadera, la del éxodo bíblico, no baja ni bajará la cabeza, pues se está yendo a momentáneas tierras prometidas para no perder la vida. Se ha ido y se está yendo a Costa Rica y, sin bajar la frente, le da la espalda a los sucesores de Franco en Nicaragua. Le está dando la espalda a la pareja Ortega Murillo, que equivale a la muerte. Y aun cuando, quien creyéndose Oskar Schindler, insólita e irrespetuosamente pida al gobierno costarricense la lista de quienes huyen del holocausto nazi, la respuesta de la dignidad tica no se hizo esperar: NO. Un NO argumentado para quienes no tienen noción de derecho, humanismo, apego a la verdad y la justicia: “Liberar información sensible de estas personas refugiadas atenta contra el derecho internacional que tiene que ver con derechos humanos y los derechos de los refugiados y personas con asilo… Vienen porque están huyendo, porque tienen temor por su vida y la de sus familias”.
Esta respuesta congeló la alocución de la indescifrable señora, y Saturno, exprimiendo al hijo recién salido de su boca, con la mirada perdida sobre una marcha de autoconvocados con banderas azules y blancas, se percató que, irremediablemente, ha perdido la guerra de las banderas, y que ahora sólo podrá seguir librándola con obligadas contramarchas sin imaginación ni iniciativa propia, y desesperadas agresiones a las marchas de la dignidad, aun cuando sus ojos vidriosos y malignos estén posados en otros hijos a los que pretende devorar, incluso convirtiendo en terroristas a héroes de la lucha guerrillera, como el coronel Brenes, y después de haberlo abrazado, lo enviara a sus ergástulas, junto con los culpados por la muerte de Gahona, para exonerar al verdadero asesino.
El de Saturno al coronel Brenes, fue otro “abrazo de la muerte”, como el de Somoza García a Sandino. La pedagogía de la mentira, que predica entre sus seguidores, intenta inmortalizarla en frases como: “Estos organismos de Naciones Unidas, en este caso, este organismo que tiene que ver los derechos humanos, no son más que instrumentos de la política de la muerte, el terror, la mentira, son infames”… La capacidad de Saturno de pretender revertir la verdad, es la de un ilusionista macabro, que no ve que sus actos de magia negra alejan al pueblo joven de nuestras fronteras, y que dentro de ellas sólo le quedan sus sicarios, un pueblo desamparado envejeciendo de miedo y amargura, paramilitares, fosas, cámaras de gas y encapuchados. El gorro frigio está encadenado.
Saturno, no suelta de su puño al hijo que engullirá por “querer destronarlo”. Mientras tanto, hoy ganó una nueva guerra contra la paz y la justicia, al expulsar del país a funcionarios de las Naciones Unidas. Los expulsó porque no lo ayudaron a devorar a sus hijos, “los golpistas”. Los expulsó para demostrar que un dictador sin palabra, oprime a un país sin derecho siquiera a la palabra. Los expulsó para ignorar que devorar a sus hijos es antropofagia. Olvida que todas las sentencias atroces que ha promulgado contra inocentes, son premonitorias de las que un día recaerán sobre los verdaderos culpables de tanta sangre y espanto. Mientras tanto, el dios Saturno continúa en su trono devorando incansable a sus hijos. Ya ni siquiera los ve como hijos, y repudia a su esposa Cibeles, y la califica de terrorista, y a sus hijos de golpistas. Eso lo tranquiliza un poco. Pero es una tranquilidad inútil. Eso lo sabe muy bien, mientras mastica a sus hijos.