9 de agosto 2018
El cúmulo de secuelas funestas que dejará la dictadura Ortega Murillo en la sociedad nicaragüense supera con creces el legado negativo que dictaduras anteriores le han heredado al país. Ningún gobierno dictatorial en la historia moderna de Nicaragua, previo al de los Ortega Murillo, logró involucionar el pensamiento de la época hacia siglos pasados. Entre los incontables males que la dictadura actual ha acarreado al país, el más insólito y el que más asombra es que han hecho retroceder a Nicaragua del siglo veintiuno hasta la época medieval, y el debate social y político lo han convertido en un asunto de espíritus malignos y demonios.
Este retroceso hacia el pensamiento medieval y la época de la inquisición se lo debemos principalmente al discurso oficial promovido por la Murillo en sus cansinas alocuciones diarias por la radio, en las que usa un lenguaje seudo religioso, que, de “cristiano, socialista y solidario” ha venido involucionando hacia un léxico más propio de Torquemada, de Diego de Landa, o de otros famosos inquisidores del siglo quince. Cada vez que se refiere a los nicaragüenses que protestan, los llama “seres mezquinos, seres mediocres, seres pequeños, minúsculos, perversos, siniestros, diabólicos, satánicos, vandálicos, delincuentes, falsos, falsas personas, falsos seres, falsas conciencias, alentadores de odio, fuerzas diabólicas, tenebrosas, terroristas, criminales, asesinos, cínicos, sinvergüenzas, plaga, peste, etc.”, y en una comparecencia reciente, la Murillo calificó las protestas populares como una coalición de los demonios, pues dijo que la fe venció al “mal”, y agregó: “Aquí hubo demonios sueltos, aquí hubo ritos satánicos, aquí hubo potestades que se materializaron por Nicaragua dejando un reguero de sangre, imponiendo el mal…”
Es chocante el contraste entre lo novedoso del estallido social que ha surgido en Nicaragua, de carácter masivo y cívico, autoconvocado, y con antecedentes en las movilizaciones de años anteriores (de las feministas, del movimiento campesino, de los jóvenes en apoyo a los jubilados, de los estudiantes, etc.) y la intolerancia absoluta de la dictadura ante las protestas, pues asesina a los manifestantes, condenándolos a la muerte como la Inquisición a los supuestos herejes. También, hay un contraste extremo entre las reivindicaciones tan contemporáneas que demanda el pueblo nicaragüense, como son los derechos de la mujer, la conservación del medio ambiente y el respeto a la naturaleza, la justicia social, el derecho a la educación, a la libertad de expresión, a la manifestación cívica, el repudio a la corrupción gubernamental, el restablecimiento de la independencia institucional, etc., y la visión totalmente cerrada, obtusa y medieval de la dictadura, que ha descalificado esas demandas perfectamente comprensibles en el siglo veintiuno, las ha sacado del contexto político y social al cual pertenecen, y las trasladó al ámbito incomprensible del delirio esquizofrénico, en donde no es posible ni tiene cabida la discusión racional y lógica. De tal manera que lo que debería ser sujeto de un debate nacional, para esta dictadura demencial es un asunto esotérico, pues ha trastocado la lucha cívica de los nicaragüenses en una invasión infernal del mal y de los demonios.