15 de julio 2018
Fueron más de 120 minutos de una enorme caravana vehicular que salió de la rotonda Jean Paúl Genie y terminó en la catedral de Managua, para cerrar la trilogía de actividades programadas por la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, para seguir exigiendo a Daniel Ortega y Rosario Murillo que abandonen el poder.
“Esta es una manifestación de apoyo del pueblo hacia los estudiantes, y para enviar un mensaje ante la comunidad internacional, para que se den cuenta que ya no aguantamos más tanto terror y represión”, dijo María Sánchez, mientras agitaba sus brazos desnudos en apoyo a la caravana que pasó cerca de su casa.
Además de responder a la convocatoria de la Alianza, la caravana respondió a la necesidad de los ciudadanos de expresar su solidaridad con los estudiantes que tuvieron que esconderse en el interior del templo Jesús de la Divina Misericordia por más de doce horas, para resguardarse del ataque criminal de pandillas parapoliciales actuando a las órdenes del Gobierno.
“La única manera que tenemos para protestar, es salir a las calles a enseñar nuestras banderas, para decirle a don Daniel Ortega, que ya ni siquiera pedimos diálogo, porque no podemos dialogar con una bestia como este señor”, insiste María.
Las estadísticas tristes que cada día se compilan en Nicaragua le dan la razón. Cuando se inauguró el Diálogo, la lista de muertos rondaba los 60. Dos meses después, ese número se ha más que quintuplicado vergonzosamente, ignorando las medidas cautelares y a los organismos internacionales de defensa de derechos humanos, en cuya presencia se siguen cometiendo vejámenes en contra del pueblo.
La caravana sigue pasando. Toyotas y Toyotonas, Volkswagens, motos, busetas y busitos. Gente de a pie que de pronto decide integrarse a la caravana, y pide aventón al conductor del vehículo más cercano, y se sube para expresar su rechazo a un régimen que ya cansa, que ya no tiene justificación ni legitimidad.
“¡Que se vayan de una vez!, y a la comunidad internacional le pedimos que lo juzguen por tantos crímenes. No es posible que este tipo haga lo que ha hecho en nuestro país, y que esto quede impune. Tiene que haber una corte internacional juzgando a este hombre por tantos crímenes”, insiste la mujer.
Criminales armados; héroes desarmados
El ensordecedor sonido de las vuvuzelas (aunque en Nicaragua se llamen pitoretas), dificulta escuchar a Léster Cano, un hombre próximo a la edad de jubilación que ya vivió una guerra de liberación, a finales de la década de los 70, y al igual que muchos, nunca pensó vivir otra.
Sin embargo, más que la sorpresa, lo primero que expresa es el dolor y la indignación ante el comportamiento cómplice (por omisión) del Ejército Nacional, y culpable (por acción) de la Policía Nacional. Dos cuerpos armados llamados a defender a los ciudadanos. Dos entidades que, a su juicio, le están debiendo a la patria el cumplimiento cabal de sus funciones.
“El Ejército ha estado queriendo jugar con los sentimientos del pueblo, y eludir su responsabilidad de proteger al pueblo, que es un mandato constitucional. Si bien ellos se han cuidado de decir: ‘No salimos, no reprimimos, no hacemos’, están pecando por omisión, que es igual”, señala el hombre.
Aunque los militares estén encerrados en sus cuarteles, “es como si estuvieran en las calles, matando a la gente, maltratando al pueblo. Yo creo que el chelito [Julio César] Avilés [Jefe del Ejército] va a tener que rendir cuentas al pueblo cuando el cambio se haga efectivo, e iremos como pueblo a pedirle cuentas también”, prometió.
Si el Ejército está pecando por omisión, en el caso de la Policía demanda “hacer una investigación interna e internacional para castigar a toda esa pandilla de criminales que anda en las calles. Aquí hay un ejército de sicarios que anda asesinando al pueblo, así que hay que pedirle cuentas a la Policía, porque ellos son copartícipes y cómplices de todos los asesinatos de cada estudiante y ciudadano que ha muerto en estos tres meses”.
Eugenio Casco tiene la edad de muchos de esos jóvenes. Su perfil en redes sociales muestra fotos con varios de los muchachos cuya valentía y arrojo los ha hecho famosos sin buscarlo ni pretenderlo.
Eugenio expresa su admiración por esos jóvenes que han salido “en defensa del resto de ciudadanos, armados solo de morteros, lo que muestra que son muy valientes al decidirse a enfrentar la injusticia que está sufriendo el pueblo nicaragüense en contra de un terrorista como Daniel Ortega, que los ataca con armas de fuego”.
Aunque solo tiene dieciséis años, entiende bien que “el rol de la Policía Nacional es proteger a la población, y no atacar al indefenso con fusiles de guerra, gases lacrimógenos, etc. Cada muchacho que se enfrenta de tú a tú, armado de morteros en contra de alguien que viene ante él portando un fusil AK, está mostrando un gran acto de valentía”, reconoce.
La caravana continúa. Las banderas azul y blanco pasan en una procesión interminable en la que solo se ve acompañada, a veces, por la bandera de la iglesia Católica, esa institución que se ha ganado la admiración de seguidores y detractores. Ninguna más. Ni de partido político alguno, ni de ninguna organización de servicio. Ese día, en la caravana, todos eran azul y blanco.