27 de junio 2018
Un día de estos llamé a un amigo empresario que suele ser muy bromista. No esperé que al preguntarle cómo estaba y él responder que se hallaba muy deprimido, no pudiera continuar. Se le quebró la voz y pude oír ese llanto ronco de los hombres cuando no quieren llorar, pero no pueden evitarlo. No logramos hablar.
Como muchos otros, medianos y hasta grandes empresarios, éste salió en los ochenta a trabajar fuera. Vivió en el exilio añorando Nicaragua y con el triunfo de Violeta Chamorro, regresó. En la medida en que se fue estabilizando el país, sus expectativas de hacer negocios crecieron. La llegada de Daniel Ortega al poder lo asustó, pero se propuso sobrevivir. Con los arreglos de la iniciativa privada con Daniel, dejó de temer el regreso de los años 80 y consideró positivo invertir y poner su confianza en el futuro de Nicaragua. Invirtió.
No estaba de acuerdo con muchas de las actuaciones de Daniel Ortega, pero él no era el gran capital, ni se sentaba en la mesa con el COSEP a discutir estrategias. Él simplemente aceptaba el estado de cosas porque no sentía que tenía la capacidad de alterarlas. Como muchos empresarios medianos, es un hombre de trabajo, no muy adepto a involucrarse en política. En estos meses, sin embargo, no falló a ninguna de las demostraciones contra el régimen.
¿Cuántos empresarios como él, que confiaron en el país y pusieron todas sus apuestas en el saco de Nicaragua, confiando en un futuro estable, no están ahora enfrentados con la quiebra, con la perspectiva de que a sus 60, 70 años, se las tendrán que ver con el fin de las vidas cómodas y tranquilas que les tomó tantos años recomponer luego de retornar de sus exilios?
Las tragedias personales vienen en todas las medidas y colores. Morir en una trinchera no es la única manera de perder la vida. Para una persona que ha reconstruido con esfuerzo y tenacidad un negocio, que se ha endeudado con los bancos confiando en el futuro, enfrentar la posibilidad de una quiebra catastrófica es desolador. Esa persona sabe que ya no le quedará tiempo para volver a empezar como hizo en los 90, sentirá que tanto esfuerzo se disuelve en pocos días, se desesperará pensando cómo hará frente a su vejez que pensaba tenía resuelta.
En el concepto de lucha de clases marxista aún privan las categorías del siglo XIX a inicios de la revolución industrial: los grandes enemigos, las antítesis, son el proletariado y el capital. Se plantea que cuando el proletariado logre abolir el capital y tomarse los medios de producción, la sociedad podrá ser justa e igualitaria. En la práctica, la historia no ha funcionado así. Las clases medias: estudiantes, profesionales, han participado, como líderes o como apoyo, en las más importantes revoluciones desde la francesa en 1789. Alrededor de ideas de justicia social, igualdad, honestidad, han convergido gentes de los más diversos estratos sociales, personas que también han ofrecido sus vidas por estas causas. En Nicaragua, para no ir más lejos, mucha gente joven proveniente de la burguesía participó en la Revolución y muchos han continuado hasta el día de hoy apoyando opciones de izquierda democrática. Por otro lado, un planteamiento democrático descarta esa propuesta de que una clase elimine a la otra. En una democracia, que hasta ahora es el método de gobierno que mejor resultado ha dado y al que aspiramos en Nicaragua, cada sector tiene derecho a existir y cada uno contribuye con su aporte a la sociedad.
De manera que el capital privado, los empresarios pequeños, medianos y hasta los grandes no son el problema. El problema es que no exista un diseño de país que demande de ellos las contribuciones que benefician al colectivo, es decir leyes tributarias adecuadas y una legislación que limite aquellos emprendimientos que afectan la ecología del país o el bienestar y desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Un ejemplo de una asociación fallida para el colectivo de la nación fue, por ejemplo, el modelo de consenso y diálogo con Daniel Ortega. Los empresarios siguieron la lógica del capital y de sus propios intereses y no supieron ver el peligro que corría toda la sociedad cuando quienes tenían poder económico aceptaban las mil y una maniobras de Ortega para descabezar alternativas, destruir la institucionalidad y la democracia incipiente que teníamos, alinear al Ejército, dominar los poderes del Estado, embargar nuestro país con un empresario chino, entre otras muchas posiciones que convirtieron su administración en una dictadura.
Así fue hasta abril de este año. El estallido social sorprendió a los empresarios tanto como al resto de nicaragüenses, y visto en esa coyuntura, el empresariado reconoció su error y optó por apoyar la rebelión popular, nombrar representantes al Diálogo Nacional y, en fin, montarse en el carro de la protesta a Ortega. Sus pérdidas han sido cuantiosas y ahora Ortega los está afectando directamente con las tomas de tierra que ha impulsado en todo el país.
Igual que el resto de la ciudadanía, la empresa privada afronta, si Daniel Ortega permanece en el poder, un futuro dudoso e inestable pues es obvio que el Gobierno ha optado por una estrategia de caos y destrucción cuyo objetivo es someter la rebelión no importa los costos que se tengan que pagar. Tenemos que estar claros que en esta coyuntura hay solo dos caminos: resistir o claudicar. Se podría haber intentado, hace semanas, llegar a un acuerdo de elecciones adelantadas, pero ese camino, a este punto, ha sido clausurado por el mismo Ortega. Si claudicamos, tendremos un Gobierno vengativo que hará alarde de su poder humillando y persiguiendo a quien considere, entre ellos a la empresa privada.
El pueblo ha demostrado que está listo, que ha salido del embrujo que lo mantuvo dócil por once años. Ha puesto los muertos y su valentía y tenacidad ha sido extraordinaria. A nivel internacional, Ortega está sumamente debilitado y aislado. No hay que engañarse pensando que quitar unos cuantos tranques y sacar sus Hilux llenas de matones, es una demostración de poder. Al contrario, es una lamentable decisión que lo ha convertido en un Gobierno asesino de su propio pueblo, otro Somoza capaz de ser un monstruo y por ende un Gobierno que, como demostró la última encuesta de Cid-Gallup, tiene el 70% del pueblo en su contra. Ese porcentaje puede llegar ya al 80% porque la misma base sandinista se ha resquebrajado y abandonado ese barco. Decir que somos más no es un eufemismo.
Creo que es importante que la empresa privada no tema que aquí se repitan los 80, con mentalidades cuadradas que van a querer que el país vuelva a esos años en sus políticas públicas. La empresa privada es y seguirá siendo capitalista. Es su esencia. Y en una sociedad democrática como la que soñamos construir, ellos tienen un lugar fundamental para contribuir al desarrollo y bienestar general. Por lo mismo, es hora de que dejemos a un lado los prejuicios que en nada nos benefician. Y es hora también de que ellos se den cuenta plena de que en esta situación nos toca empujar con todo para que este caos y la estrategia de tierra arrasada de Daniel Ortega fracase. Es la hora de la unidad, la hora de que se haga el silencio para oír los pasos del tirano que se marcha.