15 de junio 2018
Ningún hombre es una isla. La muerte de cualquier hombre me
disminuye, porque estoy ligado a la humanidad y, por tanto,
nunca preguntes por quién doblan las campanas, están
doblando por ti. (John Donne, poeta inglés)
Las campanas de las iglesias católicas de Nicaragua aturden a los tiranos. Son campanas ecuménicas. Nos aglutinan a todos en una misma fe y esperanza, en justicia y libertad, porque repican insistentes ante la primera revolución pacifista de América. El dictador se empecina en que no ocurra ese milagro. Ese llamado aturde a los tiranos, acostumbrados a los lúgubres tañidos de sus siniestros campanarios, llamando a la muerte.
En Masatepe amenazaron con matar a quienes repiquen campanas que auguren un nuevo amanecer. La amenaza es para todo el país. Pero el tirano, que considera Nicaragua propiedad privada de él y su familia, se aferra al viejo totalitarismo sangriento que, por siglos, debido a abominaciones como él, han sumido al mundo en el terror. Las campanas ecuménicas perseveran en su afán de salvar al pueblo y repican convocándonos a todos a la vida. El objetivo es la paz. El dictador, en cambio, insta a sus sicarios que se apoderen de los templos y también repiquen las campanas. Pero es inútil, nadie cae en la trampa, pues tan sólo se escucha el tañido negro y sordo de su ambición.
Unas veces, las campanas son agitadas en señal de alarma por nuestras vidas, otras, resignadas, sencillamente doblan por difuntos. Mientras tanto, el tirano ha pedido a los obispos tiempo para reflexionar. Los prelados saben miente. Nunca ha respondido a sus mensajes por la paz, la democracia y la concordia. Los ha ignorado. Los ha ultrajado históricamente con el desaire. ¿Reflexionar? Todos saben que eso es imposible, porque no sabe hacerlo. Sangrientas pruebas de ello le está dando a nuestro pueblo y a la humanidad entera.
Estoy seguro que hasta a funcionarios del gobierno norteamericano, a quienes hoy besa sus pies y reclama su presencia con vehemencia, aprecia más que a los obispos. Lo está demostrando. Él piensa que el “imperialismo”, que tanto ataca cuando le conviene aparecer como “revolucionario”, lo salvará de su propio totalitarismo. Esta afirmación de manera alguna denigra a los norteamericanos, pero que el tirano pretenda aparecer como más astuto que Trump, como hizo ver en su oportunidad la representante republicana Ileana Ros-Lehtinen, es un absurdo, un oportunismo en pelotas. Y conste, como ella, no soy fan de Donald. ¿Será que ahora “la hoja de ruta” de Trump le parece al dictador el salvavidas más seguro?
Reflexionar no sabe. Esto es otra prueba de su irracionalidad. Eso sí, sabe maquinar. Da pasos políticos de pantera rosa. Urde en silencio los siguientes asesinatos. Pide tiempo, porque necesita tiempo para tejer más maldad. ¿Para qué el diálogo? Siempre se ha burlado de los obispos y hoy no queda en el país uno sólo que, a él y su mujer, los avale en esa especie de galope religioso hacia el cielo. Su dialéctica es la del silencio en el que se afilan los cuchillos.
Hoy por hoy, junto con su “cristianísima” mujer, siguen apelando a Cristo como si fuera su Divulgador de Comunicación y Propaganda. Creen adueñarse de un Dios muy suyo, y les resulta un becerro de oro, y claro, lo adoran. Mientras tanto, sus sicarios hacen gala de anticlericalismo, profanan iglesias, cometen sacrilegios y amenazan de muerte a curas y prelados. Ya no les importa que esa actitud, incubada en sus almas de tiranos cuando viven en “estado de reflexión”, contradiga su “Nicaragua cristiana, socialista y solidaria”, “estado de gracia” al que con desesperación se enquistan para no ser derrocados.
Las campanas están doblando. Pero ya no doblan únicamente por nosotros. Ahora todo está más claro: ¡están doblando por nuestros asesinos!