13 de junio 2018
El silencio es elocuente. Un pueblo que guarda silencio, que al unísono y decidido se pronuncia quitándole el habla a quien lo ha ofendido, es un pueblo digno, un pueblo listo a dar una lección de civismo, cordura y madurez a unos gobernantes que, enloquecidos ante la idea de perder el poder, no han cesado de matar.
En 1978 durante los últimos tiempos de la dictadura somocista, escribí un poema llamando a la huelga. Jamás pensé que ese poema volvería a ser necesario. Mucho menos cuando derrocar a quien creí sería el último tirano que verían mis ojos, fue el empeño de mi juventud, la razón por la que murieron tantos amigos que quise, tantos que soñaron con una Nicaragua libre y que estarán agitados en sus tumbas viendo a Daniel Ortega repetir los crímenes y atropellos que cometió Somoza. Peor aún porque Somoza se enfrentó con un ejército guerrillero armado, y los muertos que han caído en esta rebelión de abril, no han tenido más armas que su valentía y su convicción. Les dejo aquí mi poema HUELGA, esperando que mañana respetemos la memoria de los caídos, nos quedemos en nuestras casas, cerremos todos los negocios y poblemos este país con el silencio de un pueblo que aprendió a sangre y fuego a no tolerar más dictaduras.
HUELGA
Quiero una huelga donde vayamos todos.
Una huelga de brazos, de piernas, de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.
Quiero una huelga
de tiendas, de choferes
de palomas, de flores
de técnicos, de obreros
de niños de mujeres.
Quiero una huelga grande,
que hasta al amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj el plantel los colegios
las fábricas el bus la carretera
los comercios los puertos.
Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos
del tirano que se marcha.
Febrero 1978