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La maquinaria de matar del orteguismo

¿A cuántos compatriotas, vecinos, conocidos y familiares están dispuestos a asesinar con su fuerza infinita de exterminio?

Al menos cinco camionetas y un autobús cargados de antimotines atacaron a los estudiantes y pobladores tras la toma de la UNI. Confidencial | Carlos Herrera

Silvio Prado

31 de mayo 2018

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Desde que estallara la paciencia de la sociedad contra el gobierno Ortega, distintos jerarcas del régimen han esgrimido la amenaza del matón, advirtiendo que todavía no han desplegado toda su fuerza, y que solo están esperando instrucciones para barrer la protesta, reeditando así otra vieja amenaza proferido por el oscuro abogado del Estado: no dejar piedra sobre piedra. Como en cualquier relación de maltrato, el maltratador amenaza a la parte maltratada: si te vas te mato; si te quedás te sigo golpeando. Para ello el orteguismo dispone de un amplio aparato de muerte y destrucción. Su maquinaria de matar y sus escuadrones de muerte.

Es lo que el gobierno y su partido han venido haciendo desde el 18 de abril: golpear, destruir, saquear y matar. Como bien lo definiera un vocero del FSLN en un programa de televisión, la única respuesta que el FSLN ha dado a la crisis ha sido la represión; unas veces utilizando la Policía, otras a sus cuerpos paramilitares; y otras cuajando la violencia estructural de todo el Estado cuando ha negado la atención hospitalaria a los heridos, alterando de forma chapucera los dictámenes forenses y garantizando toda la impunidad al actuar esbirro de los uniformados y de los sicarios sin uniforme.

Han repetido sus amenazas por distintos medios: Hay miles de hombres esperando órdenes del tirano para entrar a saco contra la rebelión social. Son hombres curtidos en la guerra, con experiencia y medios en el arte de matar, de conquistar colinas y arrasar al enemigo. Nadie en Nicaragua los supera en estas capacidades. Tendrían garantizada la victoria contra cualquiera, llámese como se llame.

Pero semejante capacidad de muerte y destrucción de esta maquinaria tiene algunos pequeños problemas que resolver, que no se sabe si alguien se los ha planteado. En Nicaragua no se está librando una guerra convencional; se trata de un conflicto asimétrico como todos los casos de desobediencia civil que se han quitado de encima a gobiernos opresores. Siendo así habría que hacer a los guardianes de la dictadura las siguientes preguntas: ¿Quién es el enemigo? ¿En qué territorios o frentes se atrinchera? Y la pregunta final: ¿A cuántos compatriotas, vecinos, conocidos y familiares están dispuestos a asesinar con su fuerza infinita de exterminio?


¿Si el “enemigo” son quienes salen a las calles a protestar, de cuántas personas estaríamos hablando? ¿Cinco, diez, cincuenta mil, calculando por lo bajo? Pero tal vez no están pensando en asesinar a cantidades similares. Quizás han pensado en disparar con fuego graneado, a discreción de cada gatillero, como lo han hecho desde que se fue la CIDH. La verdad es que ya han empezado a aplicar la táctica de diezmar: Asesinatos selectivos de jóvenes en cualquier parte, en sus barrios, en las universidades, en las calles; detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas y lanzamientos de cuerpos de chavalos poco conocidos a las morgues o a la Cuesta del Plomo.

¿Cómo identificarían al “enemigo”? Si optan por quienes lleven una bandera azul y blanco en la mano, en la ropa o en el carro se meterían a otro problema porque declararían enemigo a una parte incalculable de la población, a la que siente la bandera nacional por encima que cualquier bandera partidista. Ello los obligaría a actuar como otras fuerzas de ocupación en tierras extranjeras, como los gringos en Irak o los israelitas en Palestina. La azul y blanco se convertiría en un símbolo proscrito, como de hecho ya lo está siendo para los escuadrones que se desplazan en las Hilux que han sustituido a los BECAT del somocismo.

¿Y a qué territorios irían a luchar? Visto lo difuso de un conflicto que se ha multiplicado, incluso en los que se consideraban bastiones orteguistas, tal vez piensan empezar por las universidades, los focos de la revuelta, para acabar con el mal ejemplo yel efecto contagio hacia todo el país. Sin embargo, aunque lograran recuperar las universidades porque sería absurdo ponerse a defender posiciones en inferioridad de condiciones, no está muy claro que tendrían éxito con los barrios, los municipios y las comunidades rurales, donde la gente que vive allí es la misma que pone los tranques. De modo que aunque los quiten en el día, la población los vuelve a colocar en la noche. En ese caso, ¿van a expulsar a la población de sus casas y luego las destruirán, como los sionistas en Palestina?

Por último, una vez consumado el extermino ¿Sobre qué país piensan gobernar?Es imposible conocer qué parte de la historia de Nicaragua no han entendido los jefes de la maquinaria de matar. No hay que remontarse a San Jacinto para saber que es imposible gobernar un pueblo que no se deja gobernar, máxime de quienes han ahogado en sangre las protestas pacíficas que exigían democracia y libertad. ¿Cómo piensan recuperar la obediencia y la cooperación de una población que ha sido ultrajada por el régimen político que se mantendría en el poder en contra de la voluntad popular? No sería fácil ver a los jerarcas del orteguismo, los alcaldes por ejemplo, que mandaron a asesinar a sus ciudadanos, pretendiendo compartir espacios públicos con los reprimidos, yendo a misa oficiadas por sacerdotes que con claridad se han colocado al lado de los sojuzgados.En resumen: tendrían que gobernar usando más violencia y doblegando más voluntades hasta que un día cualquiera, por cualquier motivo, volvería a prender la llama de una nueva rebelión; porque en el fondo, los represores habrán alimentando el rencor, pero no el rencor del doblegado, si no el que engendra la rabia sin temor de volver a intentarlo.

Parafraseando a Unamuno, la maquinaria de matar con sus escuadrones de la muerte, vencerían pero no convencerían. Se verían obligados a seguir asesinando, pero no por ello serían más eficientes; los pueblos siempre sobreviven a sus exterminadores.

Ante la pérdida del miedo y el arrojo del pueblo las amenazas de los sicarios son tan inútiles como sus balas. Es la explicación de por qué las calles se siguen llenando de rechazo al gobierno, cada vez más personas anónimas le gritan “asesinos” en la cara de los esbirros, y las puertas de las casas se abren para dar refugio a la esperanza,la misma que saldrá de nuevo a la calle para alumbrar la libertad.

Lo que al inicio era un lejano rumor cada vez es más es un clamor que gana consenso: El orteguismo se ha acabado.


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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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