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O sos mía, o no sos de nadie

"Pero con un mes de resistencia pacífica de la población, fueron perfeccionando la estrategia de represión"

La actitud de Daniel Ortega y Rosario Murillo como gobernantes de Nicaragua es de violencia machista

Colaboración Confidencial

James Campbell Jérez

30 de mayo 2018

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La represión violenta como política de Estado contra la ciudadanía asociada a la protesta social desde el pasado 18 de abril o derivada a ella después de ese día pero, sobre todo, desde el miércoles 23 de mayo, una o dos horas antes de que los Obispos de la CEN declararan suspensión del Diálogo Nacional por la intransigencia de Ortega y Murillo a discutir los puntos de la Agenda (Justicia y Democratización) presentada por la Comisión Mediadora y Testigo, solo puede leerse bajo la lógica del machismo: O sos mía o no sos de nadie. Es decir, o Nicaragua mía, o no es de nadie.

Bajo esta lógica, el desprecio por la vida ajena adquiere un status superior. No hay principios, no hay valores humanos -éticos, morales o religiosos- que sensibilicen al agresor y detengan la agresión. O hacés lo que digo o te morís. Así que la estrategia que funcionó durante 11 años para amedrentar con turbas a las voces disidentes se derrumbó cuando el pueblo encabezado por estudiantes y con las y los campesinos con más de cuatro años de lucha por sus derechos, enarbolando como sus únicas armas la bandera de Nicaragua y sus ideales, dijeron “basta ya” y reclaman desde el 18 de abril una Nicaragua diferente. Sin Ortega, Murillo y sus secuaces.

Esto hace tambalear al régimen y en un primer momento se encuentran tan desconcertados que cada uno de los pocos con autorización para hablar en público (todos ellos miembros del partido y ninguno ministros o directores de gobierno como debería esperarse de un estado de derecho) se contradicen en esos momentos.

Pero con un mes de resistencia pacífica de la población, fueron perfeccionando la estrategia de represión. Ya las jaurías (las uniformadas y las vario pintas) contra las manifestaciones no logran el objetivo. Ahora la mayoría de las calles y lugares públicos son del pueblo. Entonces se hace necesario intensificar la guerra mediática y la desinformación para intentar minimizar la dimensión de la masacre y de paso crear nuevas víctimas bajo el ropaje de una legalidad que ya nadie cree ni respeta en este país, que van subiendo de tono, pero no logran calar en la conciencia ciudadana clara de quién es quién en esta contienda, sobre todo después del informe preliminar de la CIDH el 21 de mayo.


Entonces la escalada represiva se manifiesta al mejor estilo de las pandillas del norte de Centroamérica: asaltos con armas letales contra poblaciones que aún no están incorporadas a la lucha, asesinatos, secuestros y torturas al azar de ciudadanos en las vías públicas, y abandono de cuerpos en lugares emblemáticos de la represión somocista en 1978-1979.

¿Cuál es el código moral de este régimen? Quien se llame a engaño es su responsabilidad, porque en estos 11 años lo ha demostrado. No hay ningún vestigio de vergüenza. Nunca le ha importado la vida. Puede que en el imaginario colectivo la historia de estos años dure solo unos días, los necesarios entre una quincena o un mes en que se produce un pago y otro. Pero la historia reciente no creo que se haya echado en el olvido tan pronto. Ahí están los femicidios promovidos con los cambios a la Ley contra la violencia contra las mujeres. Ahí están los hijos de Elea, asesinados a mansalva por tropas del Ejército que aún no han dado respuesta clara y convincente. Ahí están los africanos migrantes muertos en el país, el último de ellos reclamado por su madre que, en el mismo desprecio por el derecho a la vida y la justicia imperante en el país, acabó siendo enjuiciada por traficante en un burdo juicio como los que les están inventando a otros tantos inocentes por algunas de las muertes de la masacre de abril y mayo.

Y en esta lógica perversa, malsana, inhumana, cada uno y una de los representantes del gobierno en el Diálogo y fuera de él que siguen defendiendo a ojos cerrados esta política, es cómplice de asesinato atroz, genocidio y crímenes de lesa humanidad. Unos por ordenarlos y los otros por hacerse de la vista gorda. En último peldaño, la jauría asesina. Esa que durante años ha sido alimentada con los despojos de la fiesta de la corrupción y que también se sabe indefensa y perdida cuando sus jefes por fin abandonen el poder y sean juzgados por la justicia, una verdadera justicia que es la primera demanda del pueblo nicaragüense. Para Daniel y Rosario, la lógica es: O Nicaragua es mía o no será de nadie.

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