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El diálogo y la lucha popular

Ortega no puede gobernar y su único objetivo es sobrevivir, usando la represión. Pero es inútil, nuevamente fracasará

Daniel Ortega en su pequeñez de miras no alcanza a ver que la raíz de la libertad es más poderosa que cualquier régimen por represivo que sea. Lea: ¿Para qué sirve el Diálogo Nacional?

Luis Carrión Cruz

30 de mayo 2018

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Los acuerdos que resulten del diálogo serán el resultado de la correlación de fuerzas real y percibida por parte de la sociedad civil y el Gobierno. Si el Gobierno sigue creyendo que puede doblegar la lucha cívica mediante la represión que ha venido ejerciendo, no tendrá incentivos para aceptar cambios cualitativos en el régimen dictatorial. Si los representantes de la sociedad civil creen que ya no es posible elevar el nivel de la presión popular, van a tener la tendencia a aceptar términos por debajo de lo que es posible arrancar. Es muy importante por lo tanto tener una visión clara de la situación.

La presión en las calles y el fracaso de la represión fueron los factores que llevaron a Ortega a pedir a los obispos que organizaran el diálogo que actualmente se desarrolla. Daniel Ortega nunca antes quiso dialogar sobre la corrupción de las instituciones, los abusos de poder, los fraudes electorales, la venta de la soberanía nacional a un aventurero chino, la privatización de los fondos de Venezuela, y el uso del Estado como instrumento de dominación política y extracción de rentas corruptas a todos los sectores del país. Si revisamos la experiencia de estos últimos once años vemos que Daniel Ortega no dialoga, o mejor dicho, no dialogaba.

El modelo de “diálogo y concertación” o como se llame, fue una forma de cooptar a los grandes empresarios del país y convertirlos en los únicos interlocutores para temas de interés de las partes, a cambio de lo cual obtuvo una legitimidad que el proceso político no le proporcionaba en grado suficiente. Les hizo creer que negociaba con ellos pero como dijo Murillo “el consenso llega hasta donde se puede”, es decir, al final ellos imponen su decisión unilateral como ocurrió con el decreto del INSS. Esa concertación le facilitó a Ortega consolidar su dictadura y excluir de la participación política a grandes sectores que no tuvieron ninguna representación por muchos años,  así como sofocar sin demasiadas consecuencias las demandas populares, pero todo ello se fue acumulando hasta que el 18 de abril explotó.

Ortega no tiene interés genuino en la democracia excepto como proceso formal que sirva de tapadera a su afán de eternizarse en el poder y acumular exorbitantes sumas de dinero. Por eso su respuesta principal al desafío planteado por el movimiento cívico democrático ha sido el uso de la represión brutal e indiscriminada, aún después que se instaló la mesa de diálogo.  Desde su perspectiva el diálogo es una forma desmovilizar y dividir a la oposición, a cambio de lo cual está dispuesto a hacer pequeñas concesiones que no modifiquen en nada su modelo de poder, “perfeccionar el sistema democrático” lo llaman. Si podrá o no salirse con la suya, depende de nosotros.


Debemos entender pues que la lucha cívica firme y amplia es la única vía para salir de la crisis en forma estable y duradera. Las soluciones a medias, las que no abran los cauces para resolver de raíz los problemas que nos llevaron a esta situación solamente posponen el problema y aunque puedan reducir la tensión en el corto plazo, darán lugar posteriormente a nuevas crisis, a más dolor y más sangre derramada. Las luchas que el pueblo ha librado desde el 18 de abril han debilitado profundamente al régimen que ya no es ni la sombra de lo que era antes de esa fecha y si empujamos con fuerza y tenacidad Nicaragua va a cambiar para bien.

Ortega está debilitado como nunca. No cuenta ya con el aval incondicional del COSEP y la mayoría de los empresarios privados se han colocado decididamente en el campo de la oposición cívica. La legitimidad que le proporcionaba ese entendimiento la perdió, y aunque añore regresar a la situación anterior al 18 de abril eso ya no será posible.

El Ejército se comprometió públicamente a no dejarse involucrar en la represión contra la población y lo ha estado cumpliendo. Ortega, por tanto, no puede recurrir a ese instrumento para poner fin al movimiento democrático.

La Policía está sumamente desgastada tanto por la exigencia a que ha estado sometida como por la ilegitimidad de sus acciones que provocan reacciones de resistencia en su seno. La capacidad de la Policía, además está severamente limitada por la falta de credibilidad de la población y el desconocimiento a todas sus actuaciones. Algunos acuerdos locales en los que se permite y se reclama a la Policía actuar bajo ciertas condiciones para restablecer la seguridad ciudadana, muestran cómo la fuente de autoridad está cambiando a favor de la sociedad civil.

Las bases del orteguismo han visto sus filas reducidas en la medida que grandes sectores han rechazado la represión criminal del régimen y le han vuelto la espalda, y otra parte se encuentra desmoralizada por la incesante movilización del pueblo que los ha puesto a la defensiva. Ortega ha perdido la capacidad de movilización de masas de la que hizo gala en años pasados y ya ni siquiera logra llevar a sus manifestaciones a los empleados públicos de la misma manera que lo hacía hace apenas unos meses. Las marchas y concentraciones que ha organizado no solo han sido modestas en número sino también en el ánimo de los participantes que a menudo parecen asistir a un funeral.

La comprobación que hizo la CIDH de los crímenes sistemáticos cometidos por el régimen dio lugar a un informe demoledor sobre las violaciones de los DDHH que ha tenido amplia difusión y poco a poco va calando en la conciencia internacional que el Gobierno de Ortega es un Gobierno terrorista. El Gobierno de los EE.UU. ha emitido enérgicas condenas y allá se están moviendo iniciativas que podrían afectar no solo a Ortega y su círculo sino a todos los agentes económicos del país.

Ortega no está gobernando ni puede gobernar, ha perdido el control y en vez de asegurar la paz y la estabilidad en el país genera caos, anarquía y destrucción que impiden la marcha normal de los negocios y de la economía nacional. Las pérdidas son inmensas y muchas empresas pequeñas y grandes pasan grandes dificultades para mantenerse a flote, mientras que otras están cerrando o despidiendo trabajadores, sin que el Gobierno tome iniciativa para resolver la situación. Ortega no gobierna, no puede gobernar y su único objetivo en este momento es sobrevivir.

La represión ha sido su único recurso, su única respuesta y sin embargo no ha logrado reducir la intensidad de la lucha, ni recuperar el control del país. Inició la represión usando en forma conjunta a la policía antimotines y a sus fuerzas de choque para aplastar la movilización y desbaratar los tranques que lo vuelven loco pero no tuvo éxito. Luego redujo el uso de los antimotines y agrupó fuerzas paramilitares acarreadas de distintos lugares para atacar uno a uno los tranques, y trató de presentar estos ataques con mercenarios pagados como reacciones del pueblo contra los tranques. Esta estrategia fracasó y este lunes volvió a desplegar los antimotines que con lujo de violencia reprimieron a los estudiantes de la UNI y a todos los que se encontraban en la zona de Metrocentro. La guerra contra los tranques la está perdiendo Ortega.

Este recorrido de violencia y represión ha dejado hasta ahora más de 80 jóvenes asesinados, centenares de heridos y discapacitados permanentes y un incontable número de huérfanos, viudas y familias destrozadas. Mientras continúe en el poder, Ortega continuará matando porque ya no le queda otro recurso para intentar sobrevivir pero es inútil, nuevamente fracasará. Debemos aunar fuerzas para darle el empujón definitivo sumando a todos los sectores e intensificando la lucha pacífica en todos los frentes.

Nuestros representantes en el diálogo tienen que saber que Ortega no tiene la posición más fuerte y que la arrogancia y actitud condescendiente de sus representantes solamente esconde el miedo que sienten y una gran inseguridad sobre el futuro del régimen y el suyo propio. Sepan que su fuerza en la mesa de negociaciones es la misma que la fuerza del pueblo en las calles. No teman levantarse de la mesa si el Gobierno sabotea el avance de las conversaciones, y tampoco teman volver a sentarse cuando eso sea necesario. La negociación será difícil como la lucha en la calle pero al final en la mesa se reflejará la victoria del pueblo sobre la dictadura.

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Luis Carrión Cruz

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