20 de mayo 2018
Los jóvenes volvieron a las calles para hacer historia, como lo profetizó hace más de diez años el padre jesuita Fernando Cardenal (1934-2016), un revolucionario con sotana que estuvo a cargo del Ministerio de Educación durante los años 80 y lideró la Cruzada Nacional de Alfabetización. Su profecía, inmortalizada por las cámaras de Carlos Fernando Chamorro, se convirtió en actos heroicos que han despertado la fe, la conciencia y la esperanza de todo un país que permanecía en el letargo.
Parecía que los jóvenes no se atreverían, parecía que los estudiantes no tenían intereses ni motivos por ser la vanguardia de un cambio social profundo en Nicaragua, sin embargo, nos han dado una lección de patriotismo, civismo y coraje. Se han organizado, se han manifestado, se han encontrado con la muerte en medio de la lucha por la revolución no armada que están protagonizando. Su campo de batalla son las calles, sus trincheras son las universidades, sus armas son las banderas azules y blancas. El movimiento estudiantil nicaragüense es horizontal, evita el caudillismo universitario; es un liderazgo colegiado, incluyente, polifónico, incluso con enfoque de género. Sus representantes son un verdadero ejemplo para el mundo porque están demostrando que, para cambiar la realidad de una nación indignada, en el segundo país más pobre de América Latina, no es necesario tomar un fusil.
En la vida lo más difícil es encontrar una causa por la cual luchar, un motivo valioso por el cual vivir, y la consigna de estos jóvenes es PATRIA LIBRE Y VIVIR. Volcaron las consignas y con ellas están volcando la historia. Perdieron el miedo pese a la violenta represión. Estos chavalos y chavalas veinteañeros, en su mayoría, encontraron su causa en la causa de un país entero, encontraron su identidad en la insurrección de abril. Los y las estudiantes, esas juventudes a quienes tuve la oportunidad conocer desde las aulas de clase, hace más de cinco años, cuando inició mi labor docente, ya no son los mismos. Empoderados y enardecidos, hoy se pronuncian con la gruesa voz de los héroes que honran a sus mártires.
Nicaragua ha sido un país profundamente violentado por dictadores, asolado por genocidas, ninguneado por políticos de todos los partidos, de todos los colores. Pese a todo, las juventudes nicaragüenses han sido la punta de lanza para demostrar de qué estamos hechos en la tierra de Sandino. Como bien dijo Darío, otro profeta que supo definirnos: Nicaragua está hecha de vigor y de gloria, Nicaragua está hecha para la libertad.
En estos momentos se hace difícil ver una salida pacífica para un problema tan complejo como el que atraviesa la sociedad nicaragüense. Sin embargo, es importante hacer eco de las palabras del padre Fernando Cardenal, y recordar que no podemos perder las esperanzas. Que la lucha debe ser pacífica hasta el final. Y que la lucha de los jóvenes triunfará. La dictadura tendrá que ceder y los caídos no caerán en vano. La sangre que se ha derramado en Nicaragua es agua bendita en el templo de nuestra conciencia tocada por la gracia de Dios. Nicaragua merece a los jóvenes que tiene y los jóvenes de Nicaragua merecen la Nicaragua que sueñan.
Las juventudes comprometidas están al otro lado del paisaje oscuro que miramos, están en un futuro cercano, celebrando el triunfo contra la tiranía bajo el sol caliente de la Nicaragua ardida. Las juventudes están allí, en ese futuro próximo, llorando de júbilo porque la lucha no fue en vano: el escenario del triunfo es una utopía necesaria. Se nos permite soñar mientras sigamos luchando. Hoy más que nunca, resuenan las palabras de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se aleja dos pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar”.
Caminaremos con los jóvenes hasta que la victoria sea consumada. Los jóvenes tienen al pueblo de su lado porque son la esencia del pueblo. Un pueblo ético, un pueblo guerrero, un pueblo hecho de sangre indígena, española y africana. Esa triple identidad nos hace diversos y revolucionarios. Esta es la lucha de los muchachos y las muchachas de todos los colegios y todas las universidades, de los niños y los adultos, de los artistas y los empresarios, de los estudiantes y los maestros, de los médicos y los artesanos, incluso de nuestros ancianos. Esta es la lucha por la libertad de una tierra sagrada. Los jóvenes tienen la palabra, y su lucha es un poema lanzado a las calles, ese papel donde se escribe la historia con mayúsculas. De ellos es el futuro que soñó Fernando Cardenal.