14 de mayo 2018
Ante la erupción libertaria nicaragüense, volvió a mí la respuesta de mi padre al preguntarle de niño las razones de su autoexilio en Costa Rica,"si me quedaba en Nicaragua tenía que escoger entre callarme o hablar contra la dictadura, cerrar mi boca no estaba en mi naturaleza y abrirla me habría llevado a la muerte o a la cárcel. Escogí venir aquí, donde sí podía hablar sin riesgo de morir o de que me echaran preso".
Esa fue mi primera lección de democracia y libertad, germinó además un profundo rechazo a tiranos y dictaduras. Entonces, cobré conciencia de lo especial de nacer en este país, vivir aquí me pareció seguro frente a las crónicas de crueldad y tortura que venían del norte, relatadas por mi padre y vivenciadas por parientes cercanos.
La historia de Nicaragua se mezcla irremediablemente con la de mi familia. La oposición de mi abuelo a convertirse en presidente títere como lo pretendiera el primer Somoza, la cárcel y la tortura sufridas por mi tío a manos del segundo sátrapa, el desayuno inesperado en casa con don Pedro Joaquín Chamorro y doña Violeta tras su huida de la cárcel en San Carlos... relatos de horror y sufrimiento poblaron mi mente infantil, pero a su lado aprendí a no rendirse ante el mal, a que el mundo puede mejorarse y que la libertad siempre es posible.
Hoy repito en mi pensamiento y sensibilidad muchas de estas historias. La dictadura no abandona al país hermano, después de un breve periodo de libertad, los viejos horrores se vuelven a apoderar de la vida política nicaragüense. Somocismo, arnoldismo, marxismo leninismo, esoterismo se anudan en un mismo flagelo, imponiendo con golpes nuevos la misma tiranía, oculta bajo justificaciones cristianas, socialistas y solidarias. Tras los árboles de la vida y los talismanes con forma de anillos y flores, persiste cual tumor maligno la obsesión por el mando único y la supuesta unanimidad disfrazada de unidad.
Este mes de abril fue diferente. Los árboles naturales, los malinches en flor derribaron los metálicos, la primavera de Managua trajo esperanza y anunció lluvias tan pródigas como la libertad por la que luchan las nuevas generaciones. Se cumplió la poesía de Ernesto Cardenal, quien escribiera "los malinches volverán a florecer en mayo", abonados esta vez con la sangre de jóvenes heroicos. La Nicaragua libre aun tiene arquitectos y sigue en construcción, en un intento tan decidido como desesperado por recuperar la revolución que les robaron los comandantes orteguistas.
Evoco el ansia democrática de una desaparecida generación de valerosos nicaragüenses. Vienen a mi mente don Pedro Joaquín Chamorro, Napoleón Ubilla y Rivas Gómez, todos asesinados por el somocismo. Los recuerdo reunidos conspirando en casa de mis padres, y asoma una lágrima cuando regresa a mi mente aquella tarde de 1959 que partieron a liberar a su país. Cuánto amor el de mi madre al empacar las raciones para los primeros días en la montaña, mientras cosía las banderas de la libertad en muchos uniformes.
Qué tristeza enterarme que la invasión de Olama y Mollejones había fracasado y que don Pedro había caído prisionero. Mis otros dos amigos, de quienes rememoro una suerte de ternura y calidez hacia un chiquillo de escasos diez años, fueron asesinados por la criminal Guardia Nacional. Como entonces, mi alma se conmueve hasta el fondo y todavía lloro su desaparición.
Ciertamente, mi padre vino a Costa Rica en busca de libertad, pero como todo migrante su vida estuvo cargada de nostalgia por lo dejado atrás, su familia, sus amigos, las comidas y los hermosos paisajes de su tierra natal. Esa sensación de pérdida me fue transmitida, Nicaragua era a la vez un paraíso perdido y la caverna del ogro dictatorial. Mi identidad se forjó en esa añoranza por el queso ahumado, el níspero de bajura, las rosquillas, las pupusas dulces, la carne en vaho, la brisa del Lago Cocibolca, los versos de Darío y las manos tiernas de mi abuela nica.
El rescate de una patria secuestrada y la búsqueda de la libertad se inscribieron en lo más profundo de mi ser, así como la comparación entre la Costa Rica libérrima y la estirpe sangrienta de los somozas, ladrones y asesinos. Parte de ese imaginario es esperar, como lo hizo mi padre hasta su muerte, el nacimiento de una Nicaragua democrática.
Cuando el régimen de los Somoza empieza a agrietarse, las ilusiones, como mariposas alegres se apoderaron de mí, solo para descubrir que tras del Frente Sandinista de Liberación Nacional se escondía la cruda realidad del estalinismo, de una dictadura más sofisticada, apoyada por el aparato de inteligencia de Alemania Oriental, armada por la Unión soviética e inmersa en los delirios de Fidel Castro. De nuevo, algunos nicaraguenses habían acudido a los extranjeros para resolver sus conflictos internos y encadenado su destino al de una URSS decadente.
Las consecuencias eran previsibles, Reagan defendió su zona de influencia imperial y una guerra civil de proporciones enormes consumió Nicaragua, hasta que la implosión soviética obligó a los aprendices de brujo a realizar elecciones libres y entregar el poder a doña Violeta Barrios. La reconciliación de la familia nicaragüense parecía posible y los sandinistas se plegaron a la máxima de Oscar Arias, definiendo al gobernante demócrata como aquel dispuesto a entregar el poder tras perder unas elecciones.
Desgraciadamente, años de despotismo y corrupción hicieron posible que tiempo después Daniel Ortega volviera con tan solo el 38% de los votos y se perpetuara en el poder, eliminando división de poderes, pureza electoral, libertad de los medios y toda posibilidad de organización política independiente. Como antaño, Ortega aun recurre a la compra de tanques rusos para asegurar su dominio sobre una ciudadanía indefensa.
Disfrazados de demócratas y gracias a la ayuda interesada de los chavistas, la pareja dictatorial ha instaurado un remedo de democracia que tiene más de autoritarismo y de asesinato de las libertades públicas, que de expresión del poder soberano del pueblo. Los hechos de los últimos días causan profunda tristeza e indignación, torturas, crímenes y mentiras al servicio del mantenimiento del poder tiránico.
Dichosamente, esta generación se levanta y ya no cree en la narrativa de una nueva dinastía traidora de una revolución democrática. Por fortuna, queda todavía memoria en las plumas valientes de Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Carlos Fernando Chamorro, quienes no se rinden ante la falsedad y la muerte. Celebro el surgimiento de una iglesia comprometida con la democracia y los derechos humanos. Luego de un cardenal entregado, la conferencia episcopal ha dado muestras de observar los más hermosos mandamientos de su fe.
El panorama es sombrío, el dúo Ortega-Murillo no aflojará fácilmente su poder, pero el pueblo de Nicaragua dará las luchas necesarias para recuperar su libertad, valentía no le falta, de ello dan fe la historia y mis recuerdos. Por mi parte, en memoria de mi padre que nunca pudo visitar su Nicaragua libre, idos los dictadores, besaré en Rivas el suelo donde reposan los restos sagrados de mis tíos y mis abuelos.
Politólogo costarricense-nicaragüense.