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La crisis y sus perspectivas

El orteguismo, con su dosis de extrema torpeza política y de criminalidad, constituye el más grande agitador en contra de su régimen inviable

Un joven realiza una pintada durante una caravana en la ciudad de Masaya. EFE | Jorge Torres | CONFIDENCIAL.

Fernando Bárcenas

14 de mayo 2018

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Un régimen mesiánico no puede corregir su estrategia desastrosa, aunque ésta conduzca a la peor crisis política de su modelo político. En cualquier país, para cambiar de estrategia se cambia simplemente de estrategas, por el peso metodológico decisivo de la objetividad sobre la subjetividad. Un régimen mesiánico, en cambio, para permanecer en el poder en contra de la voluntad popular sólo puede sustentarse en la impunidad y en la violencia criminal.

La nación, que no está organizada para la guerra, enfrenta un régimen armado, con estructuras policiales legales-partidarias y con paramilitares y turbas, que ejercen una represión criminal a nombre del Estado. La confrontación extrema entre una resistencia pacífica multitudinaria y un poder dictatorial, sin apoyo de masas, pero, dispuesto al genocidio, abre perspectivas a un diálogo absurdo entre la razón y la fuerza, bajo la ilusión extrema, muy improbable, de hallarle al conflicto una salida humanitaria por consenso.

La represión renovada, agrava la crisis política

El hostigamiento violento contra las protestas de los últimos días, que han incrementado especialmente en Masaya el número de heridos y muertos con disparos a la cabeza, por obra de francotiradores de las fuerzas policiales dotadas de AK-47 y de armas de guerra, parece un intento brutal de darle al diálogo un contenido de desaliento por la exhibición de fuerza militar, con la lógica rudimentaria con que se ejecutó la operación Danto contra los campamentos de la contra, en 1988, veinte días antes de los acuerdos de Sapoá, que llevaron finalmente a la derrota electoral del sandinismo en 1990.


Con la misma lógica estúpida se asesinó a 66 estudiantes en la masacre de abril, y el pueblo explotó multitudinariamente exigiendo en las calles la salida de Ortega. Ahora, luego de un breve respiro, se da el mismo fenómeno represivo en una escalada superior, agravando la crisis política también a un nivel superior. El régimen, políticamente debilitado a su mínima expresión, pretende recuperar las calles a balazo limpio.

A menor fuerza política más despliegue de fuerza militar. De una fuerza militar, en fin, sin contenido político. Que hace que el anacronismo del régimen absolutista llegue a los límites de expresión antisocial, aislándose de la nación cada vez más por propia mano. Convirtiendo al gobierno, ante los ojos del mundo, en una vulgar fuerza de choque.

Analfabetismo político del orteguismo

En esta crisis política, el orteguismo mesiánico ha revelado que carece de partido político. No hay un análisis de coyuntura, una reflexión pública sobre la salida política de la crisis de gobernabilidad. Una visión estratégica sobre la evolución de la situación política. El gobierno está acéfalo. Carece de dirección política. Ha perdido toda traza de institucionalidad y, con ello, la capacidad de negociar en cualquier diálogo como orden jurídico constituido. Ha optado por la operación tenebrosa de bandas asesinas.

Acude al diálogo a regañadientes, como representante de las turbas en acción represiva.

La misma vocera, profundamente desprestigiada, continúa con frases huecas de amor, paz, reconciliación, unidas a expresiones en contra de la ciudadanía en rebeldía, omo vampiros sedientos de sangre, vándalos, grupúsculos de la derecha, en el más puro analfabetismo político.

La nueva etapa de represión policial del sábado 12 de mayo, con carácter de guerra civil, las quemas de las alcaldías por sus turbas, las amenazas de saqueo en contra de los mercados, en especial, el ataque criminal contra los pobladores de Masaya, a orillas del diálogo, cuando debía ofrecer una alternativa de transformación y cambio de la sociedad en la mesa de concertación, hace que el diálogo sea desprovisto de credibilidad. Con lo cual, Ortega facilita que la resistencia ciudadana supere esta etapa de negociación, y avance a formas de emplazamiento cívico más directas por su salida inmediata del poder.

El orteguismo, con su dosis de extrema torpeza política y de criminalidad, constituye el más grande agitador en contra de su régimen inviable.

El diálogo, que ha perdido credibilidad como salida a la crisis, se reduce cada vez más a una sola consigna libertaria básica, ¡que Nicaragua vuelva a ser república! Con lo cual, se ha esfumado toda posibilidad de manipulación demagógica en el diálogo.

Primera etapa del conflicto político, dos tipos opuestos de diálogo

La lucha del pueblo no debe marcar el paso sin avanzar de sitio. Cada vez hay más conciencia que Ortega debe ser derrotado, no transformado. El diálogo difícilmente podrá empantanar la rebelión contra la dictadura, en la medida que en las calles cambia rápidamente la correlación de fuerzas en contra de Ortega, con nuevas formas de lucha y de solidaridad combativa de todos los sectores sociales.

El diálogo orteguista

Este diálogo, desde la visión orteguista, busca el retorno a la pasividad, a la claudicación, al olvido. Todo lo que Ortega llama… reconciliación. La comisión Porras es parte de este proceso engañoso de sometimiento y de pérdida de la memoria. Su meta es un borrón y cuenta nueva, no importa que no sea viable. Ortega es el campeón mundial de proyectos inviables, porque hasta ahora ha gozado de impunidad ante el fracaso y, en su caso, ante el crimen. La dictadura pretende que la estabilidad política sea resultado de una inmensa derrota de la población, y su única opción en este sentido, por incapacidad política, es el crimen.

El diálogo, según los planes de Ortega, sería un teatro de títeres sobre temas fragmentados respecto a la crisis económica. Ortega intenta que la movilización masiva de la población, que se ha adueñado de las calles exigiendo su salida del poder, se reduzca de pronto a expresar sus demandas silenciosamente en la boca del embudo del diálogo controlado por el poder. El diálogo es concebido por Ortega como un silenciador de las protestas públicas.

Sin embargo, contradictoriamente, con la represión criminal que Ortega recrudece en estos días se incrementa la resistencia cívica, con nuevos sectores sociales que se incorporan a la lucha en las barricadas y en las calles. El diálogo orteguista, que pudo ser un pantano para la lucha de masas, Ortega mismo, con su represión criminal, lo ha convertido en un charco fácil de saltar.

El diálogo nacional

La demanda ciudadana, para que venga la CIDH y los relatores de las Naciones Unidad de defensa de los derechos humanos a investigar de forma independiente los asesinatos de estudiantes durante el genocidio de abril, es una consigna contra la impunidad, que toma por el cuello al orteguismo. Esta demanda crucial, vinculada como precondición o como punto de agenda del diálogo nacional, es una consigna de transición, que se ve rápidamente desbordada en las calles por la demanda perentoria que se vaya Ortega del poder.

Una lucha pacífica no es necesariamente una negociación para el desmantelamiento consensuado de la dictadura. Porque en política, como en la ciencia, no es posible darle un voto de confianza a que ocurra un evento improbable, sin caer en cierta forma de irracionalidad. No hay que confiar que Ortega tenga la visión estratégica para negociar su salida. Todo apunta a lo contrario.

En otros términos, la idea del diálogo nacional debe servir, deliberadamente, no para confiar en un cambio consensuado improbable, sino, para debilitar más a Ortega al destruir la ilusión, aun en los sectores más conciliadores, que el orteguismo pueda cambiar mediante negociación. Al orteguismo es necesario rendirle, aislándolo cada vez más. El diálogo nacional debe servir para preparar las siguientes etapas de la lucha.

Las aparentes victorias de Ortega

Ortega ha conseguido que los estudiantes transfieran la demanda de la entrada de la CIDH, de precondición para el diálogo a primer punto de agenda. Ha conseguido que los estudiantes, que vanguardizan la lucha, se dispongan a asistir tontamente como un sector más entre otros seis.

Además del sector estudiantil autoconvocado (al que probablemente Ortega insista en contraponer a los representantes de UNEN), habrá en el diálogo la sociedad civil, el sector laboral (que incluye representantes de sindicatos blancos de Ortega), la academia y el sector universitario (que incluye a representantes de Ortega, voceros del canal interoceánico), el sector privado empresarial (que incluye a quienes pagan a los que cabildean a favor de Ortega en el congreso norteamericano), y a los representantes del gobierno orteguista (cuyo número es una incógnita a propósito, un as en la manga a discreción de Ortega).

Ortega ha conseguido, además, que los estudiantes descuidaran como precondición indeclinable para el diálogo, la participación de los campesinos anticanal, el sector social más firme que llevaría al diálogo otra consigna de transición, como es la abolición forzada de la ley 840, que daría a Ortega una estocada mortal, difícil de eludir.

Sin embargo, la situación prerrevolucionaria, provocada por la represión orteguista, evoluciona espontáneamente en las calles hacia etapas más avanzadas de lucha para desmontar el poder dictatorial, con lo cual, las triquiñuelas de Ortega en el diálogo pierden efectividad.


El autor es ingeniero eléctrico.


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