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Terrorismo de Estado

Ortega ha impuesto el odio como política de Estado. Y el terrorismo como forma de Gobierno

Los "motorizados", colectivos de choque del Gobierno de Ortega. Carlos Herrera | CONFIDENCIAL.

Carlos Salinas Maldonado

19 de abril 2018

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El régimen solo sabe responder con terror. Para el presidente Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo la paz significa guerra y el amor, odio. Copiando el estilo de las “maras” que desangran el norte de la América Central, Ortega ha armado a sus pelotones de colectivos, llamados con eufemismo Juventud Sandinista, para reventar cualquier indicio de rebeldía, sin importar que se trate de un anciano, una joven universitaria o un periodista indefenso, cuyo única “falta” es informar. El ataque a periodistas independientes es una muestra de que Ortega no quiere que la sociedad conozca el nivel de su locura de odio.

No se trata solo de intimidar, sino que estos terroristas tienen tarjeta verde para agredir. Y robar. Es el impuesto que –como los mareros del Triángulo Norte de Centroamérica– cobran por sus buenos servicios al régimen. Ortega ha impuesto en Nicaragua el odio como política de Estado. Y el terrorismo como forma de Gobierno frente a aquellos que, hartos de los desmanes del poder y once años de autoritarismo, poco a poco van tomando conciencia de sus derechos y deciden alzar la voz. La represión del miércoles contra centenares de personas que pacíficamente protestaban contra las reformas a la Seguridad Social impuestas por Ortega, solo desnuda al régimen en su intolerancia, fascismo, desesperación y arrogancia.

Armados como mínimo con tubos de metal, estos “motorizados” asaltan como delincuentes. Muchos son apenas jovencitos fanatizados sacados de la miseria de sus barrios. Otros son adultos entrenados en el odio con el fin de “defender la revolución”. Están dispuestos a todo para complacer al querido líder. Se pasean con impunidad en sus motos por Managua y otras ciudades principales, como bandas de sicarios listos al ataque. En un país pacífico que ya estaba harto de décadas de guerra, estos colectivos significan una amenaza para esa paz.

Hasta hace una semana Ortega solo negociaba cara a cara con el poder económico, sin escuchar a ningún otro interlocutor. Era el Gobierno de “consenso”. El gran capital estaba satisfecho con esta relación y mientras la economía creciera más allá del 4% y hubiera estabilidad para hacer negocios, permitieron que el Estado mara se impusiera. Pero esa luna de miel pareciera llegar a su fin, y aunque Ortega todavía puede tenderles la mano para negociar otros temas macroeconómicos, la verdad es que es difícil superar la bofetada de la reforma al Seguro, que significa un peso para las empresas al ver aumentados sus costos de producción. Desempleo, caída en el consumo y aumento de la informalidad, advierten economistas. El Consejo Superior de la Empresa Privada, la patronal, no sabe cómo encajar el golpe.


Pero quienes parecen no permitir esta puñalada del Comandante son cientos de miles de jubilados y trabajadores que, hartos de ver cómo sus raquíticas jubilaciones y salarios se hacen agua, protestan en redes sociales y salen a las calles, al grito de basta. El régimen, al imponer una brutal reforma al Seguro, ha desatado una dura crisis social. Y la respuesta es el terror. Hasta ahora muy pocos estaban dispuestos a nombrar "dictadura" al régimen de Ortega, pero el exguerrillero está empecinado en parecerse al viejo Somoza, el rufián que impuso una dictadura de casi cinco décadas en Nicaragua.

Ortega teledirige el asalto, al mejor estilo del Gran Hermano. Es su mujer la que la da la cara con su discurso orwelliano de guerra es igual que amor, pero los matones del régimen tienen un Jefe Supremo, Ortega, que es el mismo Supremo que comanda la Policía, a sus órdenes. Esa Policía que protege a los colectivos orteguistas mientras agreden a los ciudadanos. Ortega está siempre ausente, pero su odio es omnipresente. El poder se defiende con terror y él, atornillado en la Presidencia, está dispuesto a todo para no entregarlo.


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