17 de abril 2018
La información sobre la Cumbre presidencial de Lima oculta su fracaso con matices políticos, esquemas verbales hipócritas habituales y declaraciones insultantes contra los gobiernos libres de la influencia norteamericana. Invariablemente, se presentan las incidencias entre representativos de la “democracia –atributo con el que adornan a los partidarios de la política exterior yanqui—, y los representativos de los “regímenes autoritarios”. (¿Alguien ha leído algo muy diferente en los medios locales reproductores de agencias internacionales de información?)
El fracasado evento continental comenzó con la escogencia de la sede, aunque ninguna capital de los países aliados de Estados Unidos está limpia de pecados ni puede tirar la primera piedra, pero no tienen más remedio que tirarla. Perú, es un país con unos expresidentes que van desde genocidas hasta ladrones, o las dos cosas a la vez. Su capital es la única en el mundo que separa con un largo muro las residencias de los ricos y los barrios pobres, tiene en abandono la educación y la salud públicas, reprime a los peruanos originarios y les somete a la discriminación racial.
Luego, al fracaso de la cumbre contribuyó la discriminación del gobernante venezolano y la servil adopción de las iniciativas agresoras contra su país, por ser opuesto al esquema de dominación yanqui, aunque tenga los índices de desarrollo social que no tiene ninguno de los países que le atacan por encargo. Esas no son todas las causas del fracaso de la cumbre de Lima, sino su pecado original, el nacimiento de su sistema imperial: lo meció en la cuna con la doctrina Monroe en 1823. Levantó las barandas a esa cuna para encerrar a las naciones recién nacidas como repúblicas independientes, robándole más de la mitad del territorio a México, y comenzó a controlar el crecimiento de Latinoamérica con una serie de fechorías hasta culminar en el siglo XIX con la anexión de Cuba y Puerto Rico después de la guerra contra España 1898, y de paso frustró la revolución de Cuba por su independencia.
Justo en entonces, Estados Unidos comenzó a diseñar su diplomacia de injerencias en América Latina, hasta crear la Unión Panamericana en 1910, como su primer instrumento diplomático con el cual Estados Unidos llevaría a la práctica los “postulados” de la doctrina Monroe: “América para los americanos”. El pretexto fue “protegernos” del colonialismo europeo, siendo su objetivo real apoderarse de nuestros países, y competir con ventaja con el colonialismo extra continental.
La Unión Panamericana funcionó como su primer ministerio de colonias hasta 1948, cuando, a pesar de ella, desde el segundo decenio del siglo XX ya se habían dado las luchas armadas de nuestros pueblos para evitar el saqueo de sus recursos naturales, rechazar las intervenciones armadas y la imposición de gobiernos títeres. Desde 1910, la revolución agrarista de México; en Nicaragua la resistencia de Benjamín Zeledón a la intervención armada yanqui de 1912, y la de Augusto C. Sandino, entre 1927-1933; en 1933 el derrocamiento por la acción popular de su lacayo Gerardo Machado, en Cuba; la rebelión de los patriotas de Puerto Rico en 1937, contra su condición colonial (por lo cual encarcelaron por años a Pedro Alvizú Campos). Y aunque ninguna de estas acciones patrióticas pudo triunfar –o se frustraron después de triunfar, como la revolución mexicana— fueron y son hitos inconmovibles que marcaron para siempre el camino de la liberación del tutelaje norteamericano.
Todos son ejemplos de lo indómitos que siguen siendo nuestros pueblos, así no tengan fechas marcadas para su liberación definitiva, pero tampoco sus luchas de liberación tienen fecha de caducidad. Y fueron estas luchas, las que causaron el vencimiento de la utilidad de la Unión Panamericana, y los Estados Unidos decidió hacerle su funeral en Colombia (1948), y al mismo tiempo, junto a su cadáver, le dio nacimiento a la OEA para el relevo de las funciones de ministerio de colonias.
El parto de la OEA estuvo bastante sangriento, pues coincidió con el asesinado de Eliécer Gaitán, por las fuerzas reaccionarias aliadas de los Estados Unidos, lo que provocó “El Caracazo”. Entre las tareas encargadas a la OEA, han estado su cobertura y colaboración para los golpes de Estado contra gobiernos inconvenientes para los yanquis y para ser sustituidos con dictaduras militares en todo el continente, lo que es ocioso mencionar uno a uno, porque la mayoría de los pueblos hemos sido víctimas y testigos.
El desprestigio de la OEA se acentuó cuando se hizo cómplice de las agresiones norteamericanas contra Cuba, su pueblo y su revolución, lo que tampoco, por obvias, necesitan describirse en detalles. Estos inicios de la complicidad de la OEA, no fueron el arranque de su desprestigio, pues antes la había demostrado contra la revolución democrática guatemalteca en 1954. Pero desde 1960 ha cometido sus mayores perversidades contra Cuba, y por ello su desprestigió ha sido más evidente desde entonces. Y en 1965, se llenó las manos con la sangre del pueblo dominicano. Fue en este proceso de traiciones y decadencia de la OEA que a sus mentores se les ocurrió la idea de montar las llamadas cumbres presidenciales (la primera en Miami en 1994), como otro medio e intento de disfrazar sus injerencias y facilitarse el control de los gobiernos latinoamericanos.
Ante la verticalidad de Cuba en defensa de su soberanía frente a todas las agresiones que la OEA siempre ha apañado, a esta le ordenaron usar otra táctica y, dizque le levantó el castigo, invitándola a reincorporarse a sus filas, a lo que Cuba le dio un digno rechazo. Después, y sin variar un ápice la vieja condición de la OEA, invitaron a Cuba a la VII y penúltima cumbre de Panamá, en el 2005, porque para entonces en varios países miembros de la OEA habían surgido gobiernos progresistas con voz propia y la dignidad suficiente para debatir, no solo con los lacayos, sino con su amo. Y eso hizo memorable la cumbre de Panamá.
Pero hoy Estados Unidos ha experimentado un retroceso en relación a la política de apertura iniciada por Barak Obama, quien sin variar en nada el bloqueo contra Cuba, se vio precisado a tener una apertura diplomática, no solo por su visión menos retrograda, sino porque, según su propia confesión, la política del bloqueo había fracasado. Eso fue un reconocimiento muy importante de su fracaso en Cuba, aunque nadie vio esa apertura como una renuncia de Estados Unidos a domar a Cuba con otros métodos más sutiles, pero no menos perjudiciales para la soberanía cubana.
Pero en eso, Trump compró su ingreso a la Casa Blanca, y con él la influencia de los círculos ultra conservadores del gran capital y el complejo industrial militar volvieron a influir más directamente en la política exterior, imponiéndole un belicismo rabioso a sus relaciones internacionales. Por eso no puede verse como una simple coincidencia que Trump desistiera presentarse en Lima, sino para desde su sede imperial agredir a Siria y enviar su mensaje amenazante a Venezuela.
Dentro de ese contexto se desarrolló el fracaso de la cumbre de Lima. El papel desempeñado por gobiernos en condición de vasallaje quisieron suplir su impopularidad, llevándose a mercenarios cubanos de Miami y personajes similares de otros países, pero no se salieron con las suyas ante la fortaleza moral de la mayoría de los delegados a la Cumbre de los Pueblos, que se efectuó paralela a la cumbre oficial, y sobre la cual la prensa comercial mantuvo silencio.
Los195 años de fechorías a la sombra de la doctrina Monroe, pueden ser pocos en la historia humana, pero suficientes para comprobar su lenta agonía, póngasele el disfraz de quieran: Unión Panamericana, OEA o Cumbres… Lo se digan justificando la “condena” de Venezuela, es pura y gastada retórica.