27 de marzo 2018
Charles Castaldi no pudo llegar a tiempo a la entrevista. El ascensor en el que subía para la oficina del entrevistado se quedó atascado a mitad del edificio, y pasó encerrado media hora a la espera de que lo rescataran. Al fin pudo salir a través del cuarto de máquinas. Cuando se presentó en el despacho del gerente de la compañía de trenes Amtrak, estaba lleno de grasa y mugre. Parecía más obrero ferroviario pidiendo un aumento de sueldo, que un joven reportero, que ese mismo día se estrenaba en el oficio del periodismo.
La anécdota es demasiado fiel a Castaldi, un excorresponsal de la National Public Radio (NPR) durante los años ochenta en Nicaragua, cuyo relato sobre su multifacética vida —a veces— toman giros inverosímiles, que son rematados con su humor nato.
Desde aquel día en Washington en la sede de Amtrak, Castaldi siguió siendo periodista, pero también productor de cine en Hollywood, navegante, amante de la naturaleza, jardinero, cocinero (cercano a un sibarita), “gringo en Nicaragua” y “esposo de Gioconda Belli”, la afamada poeta y escritora.
Castaldi acaba de agregar a ese currículo el oficio de ebanista artístico. Este trece marzo presentó en Managua su exposición Madera Viva, una serie de esculturas talladas en madera de árboles caídos o desechados. Formas caprichosas que buscan ser poesía. La mayoría de la materia prima para su obra la encuentra en los alrededores de su casa en Managua, en Carretera Sur, donde todavía el follaje preserva árboles frondosos.
La tarde que lo entrevistamos lo encontramos en el taller, algo sucio pero no mugroso como el día de su primer entrevista en Amtrak. Con botas de carpintero puestas, gruesos jeans, camiseta, gorra y anteojos protectores tallando un pedazo de tronco junto a su asistente Eddy Ruíz. Castaldi inició con este pasatiempo hace tres años, hasta que desembocó en arte. Pero su conocimiento de los cinceles, los mazos de hule, las escuadras, y los serruchos datan de su niñez y juventud, en New York, cuando en las vacaciones de verano sus padres lo enviaban a trabajar como carpintero, otro de los oficios que domina.
Ni de aquí ni de allá
Desenrollar la vida de Castaldi hasta llegar a sus orígenes, resulta un repaso con algunas piruetas: su madre era francesa-italiana, pero nacida en Turquía. Su padre ítalo-americano. Él nació en Paris, vivió en Milano y luego se trasladó a Estados Unidos, donde descubrió, de golpe y sin aviso, que no todas las pelotas de los deportes son redondas. ¿Qué iba a saber un seguidor del Juventus y el Milan que al otro lado del Atlántico los Giants y los Jets luchaban por clavar en la cancha contraria un balón ovoide?
“Vengo de una familia que pone raíces en todos lados. Mis abuelos vivían en Turquía, mis otros abuelos entre Italia y Estados Unidos… es una familia de comerciantes; gente que viaja mucho”, afirma Castaldi. Como en la canción de Facundo Cabral, “no es de aquí ni de allá”, porque cuando está en Italia es como italiano un rato. Cuando llega a Francia es francés, y, desde los ochenta, le pasa lo mismo en Nicaragua.
“De cerebro, en mi manera de pensar, soy más gringo que otra cosa. Pero soy un camaleón. ¡Me adapto bien! Aquí (en Managua) me preguntan ‘¿usted no es de aquí?’. Y les digo que no. ‘Ahh… es de Somoto, de Estelí, donde hay un poco de cheles’, me dice la gente”, ironiza Castaldi. Viene la carcajada.
El acento de Castaldi lo delata, aunque su léxico ha adoptado palabras nicas, como “chochada” y “jodido”. Ya es un nica de vieja data, un gringo que aterrizó en 1983 como corresponsal de la NPR.
“La Casa Blanca de Reagan me odiaba”
Después de entrevistar al gerente de Amtrak para una pequeña publicación de Washington, Castaldi trabajó en Ámsterdam News (diario local de Harlem) y para una agencia de noticias que le vendía cables a periódicos como el Boston Globe. La paga era mísera, pero compensaba la experiencia periodística, esa que no se aprende en la universidad. Le tocaba cubrir el Capitolio, el Pentágono, el Departamento de Estado y la Casa Blanca. Fue en ese momento cuando lo contrata NPR.
Por esas fechas el presidente Ronald Reagan tenía su cruzada contra el comunismo y la Revolución Sandinista en Nicaragua. Castaldi cubría el tema desde la perspectiva del Gobierno estadounidense. Un amigo corresponsal le comentó que NPR necesitaba un corresponsal en Centroamérica. Castaldi se apuntó y viajó al centro del conflicto. Su idea era contar la historia desde otro punto de vista.
A los tres días de haber llegado a Nicaragua, un avión de la Contra, que era pilotado por Roberto Amador, fue derribado por el Ejército Popular Sandinista en Río Blanco. Castaldi tomó su grabadora y viajó a zonas calientes como Pantasma, al norte de Nicaragua. Aunque el periodista “llegó con la idea de salir de vez en cuando en la radio”, desde el primer día en Nicaragua comenzó a reportar a diario.
La cobertura de Castaldi para NPR comenzó a resonar en Estados Unidos, en especial en los radios de la Casa Blanca. “Tuve mucho problema con el Gobierno de Reagan: odiaban mi trabajo e, incluso, hicieron una propaganda negra en contra mía”.
Castaldi tenía como compañero al corresponsal del Washington Post, John Lantigua, cuya cobertura también incomodaba a la administración Reagan. “A los dos intentaron jodernos bastante”, recuerda Castaldi. La Casa Blanca llamó a la radio y al periódico para quejarse de los reporteros. NPR, “que no estaba acostumbrada a estar en el centro de la noticia”, fue condescendiente. Pero el editor de el Post, el mítico Ben Bradlee del Watergate y los papeles del Pentágono, “le respondió cosas bastantes feas a la Casa Blanca”.
El ataque contra la cobertura de Castaldi siguió de mano de Otto Reich, encargado en aquel entonces de la oficina de “Diplomacia Pública para América Latina y el Caribe” de Reagan. Reich es un personaje reconocido en los pasillos de Washington. Tuvo altos cargos en los gobiernos de Bush padre e hijo, incluyendo subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de la Casa Blanca.
“El tipo todavía está metido en esa cosa (política estadounidense). Tenía esa oficina que era un invento, hecha a propósito para contrarrestar lo que ellos consideraban que eran noticias negativas para la administración Reagan”, señala Castaldi. “La verdad, pienso yo, éramos periodistas bastante balanceados. Pero le caía mal a Reagan y a los sandinistas”.
Por ejemplo, su cobertura de la elección en 1984 generó descontento en las filas del Gobierno revolucionario, entre quienes se encontraba la mujer de quien se enamoraría y se casaría.
Rezarle poemas a la poeta
Castaldi conoció a Gioconda Belli antes de viajar a Nicaragua en 1983. Como era un reportero que cubría el conflicto en aquella época, lo invitaron a una actividad de la embajada de Nicaragua en Estados Unidos. Allí vio a Gioconda por primera vez. Ella andaba en Washington cabildeando a favor de la Revolución Sandinista. Luego coincidieron en una velada en casa de Ángela Saballos, entonces agregada de prensa de la embajada de Nicaragua. La plática iba de ancestros italianos y poesía. El periodista ama la poesía por gusto y porque en el colegio de New York, en el que descubrió el fútbol americano, lo obligaban a aprenderse poemas de memoria. El reportero le rezó poemas shakesperianos a la poeta del erotismo. “Hubo química”, describe Castaldi.
Como era de esperarse, a su llegada a Nicaragua el corresponsal de NPR entrevistó a Gioconda. Una y otra vez. Después pasaron a los restaurantes. Las pláticas se extendían hasta que los meseros recogían las sillas y las mesas de los locales. “Gioconda reclama que era muy cauteloso. Dice que siempre hablaba y discutía, pero nunca daba la movida que ella estaba esperando. Puede ser que en eso (el flirteo) soy bien gringo. Nada italiano en ese aspecto”, reconoce.
La relación amorosa le trajo problemas a ambos. Por un lado, el “odiado” corresponsal de NPR se “había metido con el enemigo” para la Casa Blanca. Por el otro, la poeta revolucionaria “se había metido con un agente de la CIA”. “También había ese machismo: los comandantes se metían con quien les daba la gana, pero una mujer no. Incluso Tomás (Borge, ministro del Interior) le dijo a Gioconda: —Deja de estar saliendo con ese gringo”, detalla Castaldi.
Gioconda casi le hace caso a Borge, pero, según Castaldi, una amiga hizo reaccionar a la poeta. El idilio floreció hasta el matrimonio. Después de la unión, Castaldi agregó a su hoja de vida otro título: “el esposo de Gioconda Belli”. El periodista comparte su vida con una celebridad. ¿Cómo es amar a una escritora a la que todos le piden una foto en las calles? ¿A una poeta traducida a varios idiomas y respetada dentro y fuera de su país?
Pues Castaldi se lo toma con humor. Cuando asiste a eventos sociales se presenta como “Carlos Castaldi”. Le dicen mucho gusto. Nada más. Mientras conversa con las personas, suelen llegar conocidos que le dicen a quienes recién ha saludado el periodista: “¿Conociste al esposo de Gioconda? Y la gente dice ‘¡ahhhhhhh!’ Pero estoy acostumbrado, hombre”, relata. Viene la carcajada.
Pero en este tema Castaldi también se sincera. Tuvo la suerte, en sus palabras, de casarse con la “mujer más interesante no solo de Nicaragua”, sino que “ha conocido en su vida”. “¿Cómo es que se dice?”, pregunta Castaldi, mientras pausa la conversación y busca en su mente las palabras que se le escapan. Las encuentra rápido: “Es mi amiga, mi amante, mi todo… Y, además, tenemos conversaciones en las que llevamos discutiendo desde hace treinta años. Intelectualmente ha sido un viaje superinteresante”.
Productor de cine en Hollywood
En los noventa, el matrimonio Castaldi-Belli se trasladó a Estados Unidos. A Gioconda no le gustaba Washington. El periodista le propuso a su esposa mudarse a Los Ángeles.
Castaldi estaba haciendo teatro en ese entonces y logró vender una idea para un programa de televisión. Era la oportunidad para aliviar el descontento de su esposa y lanzarse a una nueva pasión: el cine. En los ochenta, Castaldi fue actor de reparto en la película Sandino (dirigida por Miguel Littín). La chispa de actor lo azuzaba, pero en Hollywood entendió que su verdadera vocación era la producción.
Tras ocho años navegando en una industria de oleaje incierto, en la que, por ejemplo, de quince proyectos en mente apenas uno cuaja, Castaldi logró producir películas para los Estudios Universal. Trabajó con el actor y director hollywoodense Malcolm D. Lee, y en la Weinstein Company.
“Hicimos la película Welcome Home Roscoe Jenkins. Una comedia. Esa película costó 45 millones de dólares. Son rodajes grandes en los que trabajan 300 o 400 personas. Fue exitosa y a Universal le fue bien”, resalta Castaldi.
Con su humor nato, Castaldi ha trabajado en comedias. Pero ahora, que ya está alejado de Hollywood, afirma que sigue trabajando guiones para un proyecto más serio, enfocado en series de televisión.
En su oficina está el póster de Soul Men. Es un espacio rodeado de libros, espadachines, binoculares, cañas de pescar, aparejos y otros artefactos, que difieren de la figura de periodista serio que escribe para la revista especializada en economía The Milken Review en la actualidad. Pero también es un tipo intrépido, que vivió semanas en un barco rompe hielos en La Antártida, mientras filmaba un documental.
Del amor a la naturaleza y al arte
A Castaldi le encantan los jardines. Cuando viajaba a Italia a casa de sus abuelos compartía más tiempo con el jardinero de la casa, Augusto Gardella. Gran influencia para el joven, que adulto cultiva flores y frutas en su casa de Managua. La jardinería y el huerto son una forma de conectarse con la naturaleza.
En los álbumes que hay en su oficina se le ve sonriendo escalando montañas nevadas, haciendo camping, navegando, buceando, entre otras actividades. De Nicaragua ama los volcanes para treparlos, los lagos para andar en kayak. “La naturaleza aquí es para volverse loco”, dice.
Ese amor por la naturaleza lo reconectó con la ebanistería. Escudriñar, entre los árboles caídos, piezas para convertirlas en obras talladas a mano. “En Nicaragua hay madera lindísima, increíble, pero la gente las usa para leña”, lamenta Castaldi.
Aunque el “gringo” usa “sombrero nica”, a veces tiene una relación de doble vía con los nicas. Cómica en realidad. Castaldi “tiene sus momentos de rechazo”. Por ejemplo cuando conduce y ve que nadie respeta el orden vial. “Es allí cuando me pongo mi gorro gringo y digo ‘no puede ser’, pero entiendo que la gente aquí es más loca”, cuenta.
“Cuando hablo con otros nicas, también entiendo que todos nos volvemos locos por las mismas cosas. ‘¿Por qué tiras la basura allí?’ ‘¿Por qué haces esa locura?’ Los nicas son… lo que pasa es que el sentido común carece un poquito a veces”, matiza Castaldi. Viene la carcajada.
Castaldi se ríe de los nicas cuando no se ponen de acuerdo, por el amor de los nicas al gallo pinto, pero también se ha casado con ellos, con “un país”. “No me había enterado que cuando me casé, no me estaba casado con una mujer sino con un país entero. Gioconda me ha metido a todos ustedes”, dijo Castaldi al inaugurar su exposición Madera Viva.