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Las élites entre viejas y nuevas contradicciones

Ninguno de los sectores de las élites políticas y económicas será capaz de hacer nada diferente a lo que han hecho siempre en favor del pueblo

Onofre Guevara López

20 de marzo 2018

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La lucha de clases ha devenido en una mala palabra condenada desde todos los púlpitos eclesiales y políticos, y de tal modo ha sido demonizada, que es suficiente para saber por qué sobra quienes la repudian, y responsabilizan a las víctimas de la violencia. Este rechazo generalizado, sin ahondar en el origen de la lucha de clases, es la primera victoria de las élites dominantes en la batalla por las ideas, en el terreno ideológico.

La violencia que se observa durante las huelgas obreras y las manifestaciones políticas –y en las revoluciones como la expresión más costosa de la lucha de clases— tiene sus raíces en el sistema de injusticia y opresión ejercido por las élites durante los casi dos siglos de historia republicana “independiente” contra los trabajadores, cuantas veces estos se han levantado en reclamo de sus derechos. El derecho a la organización sindical y el reclamo de salarios terminaban en los cuarteles, las huelgas de hecho –justas, pero sin derecho jurídico— podían terminar en asesinatos impunes (como la masacre de obreros madereros en Río Grande, en 1926).

Después de 124 años, hasta en 1945, el Código del Trabajo, una demanda histórica de los trabajadores, reconoció el derecho a la libre organización sindical y el derecho a la huelga. Pero, desde entonces, de la violencia directa pasaron a la violencia institucional administrada por el Ministerio del Trabajo, y en 73 años de código laboral… ¡solo han declarado legal la huelga de la Singer, en los años 60!

La violencia contra los derechos laborales, es la parte visible de la lucha de clases, y la parte invisible es la que continúan ejerciendo las élites por medio del Estado. La ley del “salario mínimo”, es la forma de frenar y controlar los reclamos por aumentos de los salarios, pero lo que aprueban nunca alcanza ni para comprar la mitad de la “canasta básica”. Eso se debe, a que el “salario mínimo” es el freno y control que ejercen la patronal y su Estado contra los aumentos de salarios. ¿Alguna vez se ha preguntado usted, por qué no se regulan las cuotas de ganancias de las empresas, así como se regulan los salarios? Cualquier respuesta que encuentre usted, ahí estará un aspecto de la lucha de clases favorable a las élites.


Los miembros de las élites no son quienes salen a decir su discurso ideológico clasista de manera personal. Para eso, han sido los poseedores exclusivos de los medios para comunicarlo, según su aparición cronológica: la escuela, los libros, los periódicos, las revistas, la radiodifusión, la televisión… ¡y la Internet!

Las élites, que por largo tiempo se sintieron seguras y felices por haber ganado muchas batallas en la lucha de clases ideológica con su control absoluto sobre los medios de comunicación tradicionales, sin querer causarse daño, sino en busca de mejores negocios, sus congéneres internacionales crearon la Internet y la tecnología digital… ¡poniendo esas armas en manos de las masas!

Se les acabó el monopolio informativo. El fenómeno es universal, pero en nuestro provinciano medio social, afecta en todos los escenarios de modo particular, se ve y se siente en vivo y a todo color las veinticuatro horas del día, y –para no perder la costumbre— las élites del poder pretenden controlar esas armas cibernéticas. Se sienten sorprendidas e indefensas, como nunca antes, dentro de la lucha de clases ideológica.

Comienzan a añorar el tiempo en que los trabajadores solo podían tener un semanario de escasas páginas y poca circulación, bajo la constante presión oficial y patronal, y cuando era cancelado militarmente, no tenía importancia para ninguno de los medios de comunicación comerciales, porque la libertad de prensa la han considerado siempre otra de sus propiedades. En nuestro país, el último semanario obrero, serio y de relativa importancia en la lucha ideológica de clases, dejó de existir hace casi cincuenta años. Los sindicatos nunca tuvieron una estación radio, menos un Canal de televisión.

En cambio, y aunque ningún personaje prominente de las élites se ocupó personalmente en fundar radios y canales televisivos, estos medios han funcionado con el sostén económico de sus empresas a través de las pautas de anuncios comerciales, y son libres en la medida en que sus dueños les son fieles al capital en el campo de la lucha de clases ideológica. De lo contrario, mueren.

Las élites, pese a todo, son víctimas de sus propias contradicciones. Durante el largo período histórico la radio, el cine y la televisión  estuvieron bajo su control, confirmando su supremacía en las contradicciones sociales con su discurso ideológico transmitido a trasvés de esos medios de comunicación tradicionales. Su desventaja sigue siendo, que la realidad social y sus injusticias, desmienten su discurso en cada segundo de la vida social.

Hoy, con las redes sociales, se revela otra contradicción de los capitalistas dentro de su sistema: su sed de ganancias les estimula a competir en el mercado, produciendo aparatos digitales relativamente baratos, los que ponen literalmente en las manos de las masas que, por primera vez, tienen en sus manos la libertad de expresión, y las redes sociales las han convertido en el campo ideal para su participación de la lucha de clases ideológica, incluso, algunos sin saberlo.

Esa libertad, sin embargo, sufre las limitantes que las mismas élites, en toda su historia como clase dominante les crearon al negarles a las masas el acceso libre a la educación formal, la que, cada vez más, se vino convirtiendo en su privilegio de clase, porque al mismo tiempo que les cerraban las puertas de sus colegios y universidades a la mayoría social del país, hacían –siguen haciendo— grandes negocios con los elevados aranceles que la mayoría nunca puede pagar. A eso se debe el mal uso en las redes sociales del idioma, la escritura y el lenguaje, junto a la procacidad ofensiva contra las personas. Sus denuncias puede ser justas, y muchas realmente lo son, pero las hacen con formas vulgares expresiones que les restan seriedad.

Pero eso, no es su culpa, pues ¿qué otra cosa podían esperar las élites dominantes de su sistema de educación excluyente y clasista? El egoísmo clásico de las élites dominantes, les está impidiendo ahora buscar una solución justa al fenómeno. Las élites políticas pretenden censurar con más leyes la libre expresión de los sectores populares que todavía no pueden hacer un uso de los otros medios de comunicación. Y los mecanismos de la Internet, aunque aún no la puedan utilizar de las mejores formas, el pueblo seguirá expresando por las redes sociales sus necesarias y justas denuncias, y sus críticas a los malos y corruptos administradores públicos.

Esas mismas armas cibernéticas, primero han sido utilizadas por las élites por medio de sus agentes políticos y sociales, y las siguen utilizando incluso con mayores recursos en contra de las causas y las ideas progresistas. La realidad de la lucha de clases en lo ideológico, es una ley del sistema que no nadie puede evitar por mucho que se lo crean.

Alguien de las élites económicas –que jamás renunciarán al buen negocio de vender aparatos electrónicos—sugirió a los usuarios de Internet abusivos, practicar la autorregulación. Es decir, sugieren la autocensura. No son capaces, ambas élites, de mirar sin su egoísmo una posible solución a corto, mediano ni largo plazo.

Por ejemplo, en el corto plazo, para un sector de las élites, sería dejar de abusar de los bienes públicos; en el mediano plazo, ser honestos y eficientes; en el largo plazo, promover reformas en el sistema educativo, y democratizarlo en todos los niveles. Me permito terminar este comentario, afirmando que ninguno de los sectores dominantes de las élites políticas y económicas será capaz de hacer nada diferente a lo que han hecho siempre en favor del pueblo: es decir… ¡nada!

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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