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El odio más largo de la historia

La misoginia ha denigrado el cuerpo de las mujeres, sus fluidos y funciones y ha visto como amenazadora su belleza e inteligencia

Ilustración: PxMolinA | CONFIDENCIAL.

Sofía Montenegro

8 de marzo 2018

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El conocido filósofo francés André Glucksmann dijo en una ocasión que “el odio más largo de la historia, más milenario aún y más planetario que el del judío es el odio a las mujeres”. Siendo él mismo de origen judío, esta afirmación no es poca cosa, dado que siglo tras siglo los judíos han sido sistemáticamente perseguidos y sufrido reiteradas matanzas.

Ese odio milenario y particular hacia las mujeres se conoce como misoginia y consiste no sólo de la tendencia de aversión, temor y desprecio a las mujeres y de todo lo considerado femenino, sino en  pensar en que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia hacia ellas.  De manera pues que en el alma del hombre misógino, tener un hijo con una mujer y constituir una familia resulta algo  sino aberrante, desagradable.

Como concepción del mundo, la misoginia está destinada a inferiorizar a las mujeres y se vincula a la convicción masculina universal, en gran medida inconsciente e involuntaria, de que ser hombre es lo mejor que puede sucederle a un ser humano, por lo cual y antes que todo, ser hombre es no ser mujer. En esta lógica, todo lo que no es atributo de los hombres o masculino, debe ser deslegitimado, ridiculizado o repudiado. Se ha construido así históricamente un discurso de odio hacia las mujeres que pretende degradar, intimidar, promover prejuicios o incitar a la violencia hacia ellas por ser del sexo opuesto.

La misoginia moderna ha tenido una gran impulsora en la religión, no sólo en la cristiana, sino en todas las religiones en las que Dios es hombre, en boca de quien se pone el discurso misógino.  Las iglesias, a través del culto, las creencias, los ritos, las ceremonias y liturgias han vendido el discurso del odio a las mujeres como “palabra de Dios” y lo han trasmitido a través del tiempo a la sociedad. De esa manera  es como se inculca la misoginia que se interioriza tanto a través de la educación formal como de la familia y se ha convertido  en parte de las costumbres, los valores y la cultura.  Sólo basta echarle una ojeada a algunos párrafos biblícos para constatar que las mujeres no gozan de la más mínima simpatía de parte de la deidad de los hombres:

"Hablo Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé luz a un varón, será inmunda 7 días.... Y si diera luz a una niña, será inmunda dos semanas..." dice en el Levítico, mientras el Deuteronomio ordena que "Cuando alguno tomare mujer, y dijese: A esta mujer tomé, y me llegue a ella, y no la halle virgen; (...)entonces la sacaran (...) y la apedrearan los hombres de la ciudad, y morirá...”.

La sangre del parto y la menstruación son “inmundas” y si resulta que una mujer no es virgen, manda a que la apedreen hasta morir. La madre es vista como una cosa inerte y el marido es nombrado como el gran jefe y representante de Dios en la tierra y en el colmo del disparate y la fantasía se afirma el acto contra natura de que “el varón no procede de la mujer”, cuando es un hecho biológico  irreversible de que son las mujeres las que los paren.

La misoginia ha denigrado el cuerpo de las mujeres, sus fluidos y funciones y ha visto como amenazadora su belleza e inteligencia, porque el profundo placer sexual que otorga el íntimo contacto femenino es visto con temor y su capacidad de dar vida, con envidia. Así, en la edad media se veía en toda mujer a una potencial “bruja” cuya seducción apartaba al hombre de Dios. El cabello largo, lustroso y suelto en una mujer era sinónimo de “inmodestia” y “pecado”. Para el siglo XIX se la vio como proclive a la infidelidad, caprichosa y ensimismada. Y desde el siglo pasado hasta el presente, si bien muchos de esos prejuicios han cambiado, ahora los misóginos modernos critican su independencia, su libertad sexual y su autonomía personal, queriendo convencer a las mujeres que  la misma ya no las llevara al infierno, pero las condenará a la soledad.

Sólo basta oír cualquier canción ranchera actual para darse cuenta como las creencias pasaron de los púlpitos a las radios. El grupo rockero mexicano Fobia, en la canción “Veneno vil” nos hace escuchar misoginia con guitarra eléctrica: “Nada se escapa de una hembra tan voraz, dicen que es como una víbora, beso tras beso propaga su maldad, mira en sus ojos y juega en su juego y verás. Eres veneno vil…".

Siendo la peor de las emociones, el odio daña también a los misóginos, pues viven en un caldo de apatía, rabia enfermiza, malestar y sospecha que los convierte en permanentes candidatos al mal. El problema con todo discurso de odio, es que es un pensamiento negativo y destructivo que tiene como fin dañar a ese alguien odiado, que puede desembocar en horrores como el holocausto judío o la quema de millares de mujeres por “brujas”. Sus manifestaciones no andan hoy muy lejos, como demuestra el feminicidio creciente en Centroamérica o los espantosos asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y en el nivel cotidiano  a los crímenes “pasionales” que aparecen en las notas rojas de los diarios, donde nunca se ha registrado que ningún marido haya sido asesinado a balazos mientras lavaba platos.


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