8 de marzo 2018
Buenos Aires.– La precursora en el activismo contra la violencia hacia las mujeres Montserrat Sagot cree que "siempre es importante" que se levanten voces para visibilizarla, pero subraya que los movimientos latinoamericanos contra el fenómeno son diferentes a la campaña #MeToo surgida en Estados Unidos.
En esta entrevista con motivo del Día Internacional de la Mujer, la directora del Centro de Investigación en Estudios de la Mujer de la Universidad de Costa Rica afirmó que el movimiento centroamericano y latinoamericano contra la violencia machista "siempre ha partido de un análisis político y estructural de la violencia".
La académica y activista costarricense afirmó que "siempre es importante que se levanten voces contra este serio y prevaleciente problema", en referencia a movimientos como #MeToo (yo también) que nació en octubre de 2017 en Hollywood, la capital de la industria del cine.
Pero la también coordinadora del grupo de trabajo "Feminismos, resistencias y procesos emancipatorios" del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) consideró que ese tipo de actividades surgidas en el Norte industrial, "homogenizan a las mujeres y nos hacen aparecer a todas como víctimas de las mismas formas de violencia".
"Es decir, se omite un análisis de las diferentes formas de violencia que afectan a las mujeres según su condición de clase, de raza, de edad, de condición migratoria", remarcó desde San José, y se soslayan realidades que "tienen un impacto sobre quiénes serán más afectadas por la violencia y están en mayor riesgo de morir".
¿Qué movimientos de liderazgo y activismo contra la violencia hacia las mujeres han surgido en América Central, con personalidad propia?
El movimiento por la no violencia contra las mujeres de Centroamérica es de los más viejos del continente y empieza sus actividades desde inicios de los años 90, con la creación de la Red Feminista Centroamericana contra la violencia. Este movimiento es pionero también en exigir la aprobación de legislación y políticas públicas contra la violencia.
De hecho, en Costa Rica se aprueba la ley contra la violencia doméstica en 1997 y luego desde Centroamérica surge el movimiento para llamar a incorporar el delito de femicidio como un tipo penal aparte del homicidio en los diferentes códigos penales. Algunos de los países de la región como Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Nicaragua ya lo incorporaron desde hace más de una década.
En ese sentido, los movimientos que existen son una continuidad de estas primeras iniciativas y responden a las condiciones de violencia extrema contra las mujeres que se viven en la región y convierten a Centroamérica en una de las regiones más violentas del mundo fuera de las zonas de guerra abierta.
De hecho, El Salvador, Guatemala y Honduras poseen algunas de las tasas de asesinatos de mujeres más altas del mundo.
¿Cómo han incidido estos movimientos en la concreción de políticas públicas y los resultados sobre violencia machista?
El movimiento ha sido muy exitoso en exigir la creación de políticas públicas y leyes contra la violencia hacia las mujeres. En casi todos los países se ha aprobado legislación y políticas sobre violencia doméstica e intrafamiliar y se ha incorporado el delito de femicidio o feminicidio en los códigos penales.
Lamentablemente, estas leyes y políticas no parecen haber tenido un impacto en la reducción de la violencia. Si bien existen las leyes y las políticas, esto no es suficiente para modificar una estructura social profundamente desigual y autoritaria en las sociedades centroamericanas que es lo que genera las condiciones de violencia exacerbada.
¿En qué se diferencia este activismo feminista regional y sus consignas como con los movimientos surgidos en 2017 en países del Norte? ¿Percibe particularidades con los movimientos latinoamericanos, como Ni una Menos o Ni una Más, nacidos en 2015?
El movimiento por la no violencia contra las mujeres en Centroamérica y América Latina en general siempre ha partido de un análisis político y estructural de la violencia. Es decir, la violencia contra las mujeres ha sido entendida como un componente estructural de un sistema de opresión profundamente imbricado con las condiciones de opresión económica y política.
Es decir, la violencia contra las mujeres ha sido un importante instrumento de muchas feministas de la región para desarrollar un análisis crítico de las interrelaciones entre el patriarcado, el capitalismo y el carácter represivo del Estado.
Me parece que estos planteamientos nos han alejado de visiones más culturalistas y a veces un poco ingenuas o individualistas que han sido desarrolladas por algunos movimientos del Norte. Es decir, que parten de que la violencia contra las mujeres es un problema de falta de educación o sensibilización y que si se educara más a las mujeres y a los hombres, la violencia disminuiría.
¿Cuál es su opinión sobre la propalación mundial de campañas como #MeToo estadounidense, que estalló en las redes tras las denuncias de agresión sexual en la industria del cine de Hollywood?
Como activista en contra de la violencia por décadas, siempre me parece importante que se levanten voces contra este serio y prevalente problema. También me parece muy bien que voces de mujeres importantes se sumen a la lucha. Siempre es ganancia tener más personas involucradas.
Pero este tipo de movimientos, desde mi punto de vista, homogenizan a las mujeres y nos hacen aparecer a todas como víctimas de las mismas formas de violencia. Es decir, se omite un análisis de las diferentes formas de violencia que afectan a las mujeres según su condición de clase, de raza, de edad, de condición migratoria, etc.
Con eso quiero significar que si bien el problema de la violencia contra las mujeres es universal e histórico, no todas estamos expuestas al mismo nivel de riesgo y peligrosidad. En síntesis, ni la violencia contra las mujeres ni el feminicidio son fenómenos monolíticos.
Hay personas y grupos que están desproporcionadamente expuestas a la violencia y a la muerte al estar en relaciones íntimas más peligrosas, así como en posiciones sociales más peligrosas o ambas.
En ese sentido, un movimiento como #MeToo homogeniza y no toma en cuenta los análisis realizados en diversos países que demuestran que factores como el desempleo, la pobreza, la edad, el grupo étnico, el nivel educativo, el aislamiento, el estatus migratorio y la falta de recursos de apoyo, tienen un impacto sobre quiénes serán más afectadas por la violencia y están en mayor riesgo de morir.