28 de febrero 2018
La policía ha pasado a ser una especie de enfermedad, de muy difícil remedio y de pronóstico reservado, la púrpura trombocitopénica policial. En otros países, más afortunados, se llama a la policía cuando alguien se siente amenazado, aquí se teme que la policía llegue por su cuenta. A medianoche, si se escuchan voces cerca de la vivienda, cunde el pánico porque puede ser la policía.
A las cuatro de madrugada del 29 de diciembre pasado, en una vivienda humilde de la comunidad de Cerro Colorado, en el municipio de Matiguás, las voces de diez hombres armados que incursionaban en el solar alarmaron a la familia de Juan Rafael Lanzas, compuesta por el matrimonio y cuatro hijos pequeños. Juan Lanzas, de 31 años, era un labrador de dieciséis manzanas de tierra, en las que cultivaba para sobrevivir plátanos, frijoles, maíz, yuca, guineo, pijibay y cacao. De pronto, los armados gritan: ¡Todos los hombres de la casa que se levanten! ¡Están rodeados! Y de una patada derriban la puerta, fusil en mano, como si se tratara de un operativo antiterrorista de las fuerzas especiales contra un comando de lobos yihadistas.
Los armados vestían de policías, bajo las órdenes de Leónidas López, acantonado en Matiguás. Al entrar, le propinan a Lanzas el primer golpe en el pecho con la punta del fusil. Dos policías le sujetan las manos hacia atrás, mientras el resto descarga en el estómago y en el pecho la culata de fusiles AK, fracturándole una costilla.
Los niños gritaban, como es de esperar, para que no agredieran de forma salvaje a su padre. De modo, que fueron tranquilizados con los AK apuntándoles la cabeza, y con la advertencia severa que les dispararían si no guardaban la debida compostura. A Lanzas, según declararon luego los niños, lo cargaron a patadas en el suelo, y una investigadora policial de Matiguás, de nombre Ruth, le propinó patadas en la cabeza. Probablemente, para que comprendiera con rapidez que carecía del menor derecho humano ante los métodos persuasivos de investigación policial.
Jorge Herrera Busthing denunció en la policía que Juan Rafael Lanzas le había robado una bomba para fumigar tipo mochila, una planta solar y un quintal de frijoles.
La policía encontró en la vivienda de Lanzas herramientas similares, que no se correspondían sin embargo con las que había perdido Herrera. Pero, eso no tiene importancia para un Estado policial, en el cual, la policía nunca se equivoca haga lo que haga.
Mientras conducían a Lanzas a la estación policial de Matiguás, le daban patadas en la espalda como procedimiento investigativo rutinario.
Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Se despertaba uno sobresaltado porque una mano le sacudía a uno el hombro, una linterna le enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche.
Este es un extracto de la novela de Orwell, escrita en 1948, que describe una sociedad distópica. No es una casualidad que parezca que Orwell se refiera a la Nicaragua actual, porque nuestra realidad policíaca coincide con la fantasía terrible de una sociedad anti utópica indeseable.
Winston Smith, personaje de la novela, encerrado en la habitación 101, padecerá menos terror a causa de su fobia a las ratas que Juan Rafael Lanzas, encerrado con ratas y cucarachas en el inodoro de una pequeña celda de Matiguás, repleta de otros reos más afortunados que Lanzas, por lo que éste no tendrá donde alojarse más que en el baño inmundo de la mazmorra.
_Los golpes se me fueron poniendo como morados. En los pies sentía como hielo. No podía ponerme de pie y los presos me orinaban encima cuando iban al baño, lamentaría Lanzas.
_Los médicos me dijeron que posiblemente ahí fue donde adquirí la infección en el cuerpo. Tenía moretones regados en la espalda, piernas, trasero y pies. La sangre no me circulaba y los abscesos se habían infectado. Las piernas las tenía muertas, dijo Lanzas.
El 2 de enero, el juez le decretó prisión preventiva. Llegó al juzgado con todo el cuerpo morado, se desmayó en la audiencia, le trasladaron al hospital de Matagalpa donde le dieron acetaminofén, amoxicilina, le dijeron que se trataba de una alergia, y le regresaron a la misma celda en la que yacía nuevamente en el baño entre ratas, pulgas y cucarachas. El 11 de enero, en el hospital escuela de Matagalpa, el Instituto de Medicina Legal le diagnosticó con vasculitis.
El médico forense anotó en su informe que Lanzas sufría la enfermedad de vasculitis en su fase terminal, ya presentaba púrpura trombocitopénica con una puntuación de 40 en la escala de Karnofsky, lo que indica un elevado riesgo de muerte en los siguientes 6 meses. Lanzas estaba inválido, incapacitado, y necesitaba cuidados especiales para evitar la gangrena y la muerte. Medicina legal recomendó que fuese remitido a emergencias.
La policía calla. Su actitud le da a la sociedad ese carácter natural de mecanismo descompuesto. Como un reloj en el que se ha detenido el tiempo con la cuerda rota. Ese silencio impune crea una realidad absurda, retorcida, como si la sociedad se hallara bajo la discrecionalidad de un cuerpo de ocupación mercenario.
El subcomisionado general, subjefe (o jefe de facto) de la policía, un mes después describe superficialmente los problemas médicos de Lanzas, como si se tratara de un reo culpable de fragilidad. La policía parece reclamar un fraude. Llama a Julio Espinosa, subdirector de medicina legal, a explayarse ante los medios sobre la mala salud de Lanzas, como si al capturarle para darle el tratamiento carcelario de rigor, en lugar de un reo saludable original, a toda prueba, hubiesen encarcelado una imitación china.
Espinosa no aclara qué exámenes se le practicaron a Lanzas. ¿Cuál era su recuento de plaquetas por micro litro? Si se le practicó un hemograma completo para determinar la cantidad de células de la sangre. Si hubo un estudio de médula ósea, por medio de una biopsia del líquido de la médula, para identificar la causa del bajo recuento de plaquetas, ya que en la púrpura trombocitopénica se produce una destrucción de las plaquetas en el flujo sanguíneo.
Tampoco explicó el doctor Espinosa si le aplicaron corticoides orales para inhibir el sistema inmunitario. ¿Se le inyectó inmunoglobulina para aumentar la cantidad de glóbulos rojos? ¿Qué alternativa se consideró, aumentar la producción de plaquetas o reducir la respuesta del sistema inmunitario que daña las plaquetas? ¿Se le hicieron a Lanzas transfusiones de concentrados de plaquetas?
Lanzas conducido impotente a su celda con su diagnóstico impronunciable. A partir de ese diagnóstico era imprescindible, en cambio, que un reumatólogo le diese seguimiento diario para vigilar la evolución de la enfermedad, y para ajustar el tratamiento.
En fin, la policía escudó su responsabilidad en medicina legal, y medicina legal se escudó en la inoperancia de una medicina deshumana, que condujo a que un hombre inocente terminara mutilado, a orillas de la muerte.
El 22 de enero, Lanzas fue sacado nuevamente de la celda inmunda rumbo al hospital. En tales circunstancias, los médicos constatan que presentaba ya estenosis de las arterias de los pies, y necrosis, por lo que deciden amputarle ambos pies. Lanzas, amputado de la pantorrilla hacia abajo, lleno de llagas, permanecerá prisionero hasta el 9 de febrero. Cuando se comprueba que era inocente del robo que le achacó Jorge Herrera Busthing, desgraciándole la vida por intervención abusiva de la policía.
La policía ignora que la evolución de los hechos, por sí mismos, no explica nada, carece de significado. Son las circunstancias las que determinan la probabilidad de que los hechos transcurran de la forma en que suceden. En su parcela de tierra, libre, Lanzas probablemente no habría enfermado.
La policía, con sus métodos abusivos al margen de la ley, con su indiferencia deshumana, con las golpizas sin razón aparente, con la retención arbitraria sin investigación alguna, con las condiciones inhumanas de detención, con la falta de atención médica apropiada a un reo inocente gravemente enfermo, retenido en condiciones insalubres, es la responsable de las circunstancias absurdas, de un Estado policiaco que produce la tragedia inútil a un campesino reducido por gusto a la impotencia.
La madre de Juan Rafael Lanzas justamente afirma: la policía tomó a mi hijo sano entre sus manos, y lo entregó inservible. La policía da la espalda, y vuelve a ver hacia la cueva donde se proyecta –por ahora- la sombra de la impunidad.
*El autor es ingeniero eléctrico.
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(*) Los hechos aquí relatados corresponden a la versión de Juan Rafael Lanzas, quien, por suerte, ha sobrevivido para contarla.