27 de febrero 2018
La noticia publicada a inicios de febrero sobre los abusos cometidos por personal de Oxfam Gran Bretaña en Haití a raíz del terremoto de 2010 ha conmovido los cimientos de todas las ONG a nivel mundial. No es exagerado afirmar tan tremendas consecuencias para el conglomerado de ONG nacionales internacionales. No en balde Oxfam ha sido desde siempre la organización bandera, el referente ético y espejo donde las demás ONG se han visto reflejadas.
Descubrir que detrás de estas cinco letras se escondían comportamientos repugnantes como la contratación de prostitutas y abusos sexuales de menores de edad, con dinero de contribuyentes y donantes que nunca llegó a los haitianos damnificados, es un daño tremendo en la línea de flotación de este buque insignia de las ONG.
Es cierto, Oxfam Internacional son muchos Oxfam. Una familia donde se reúnen los capítulos de varios países. Pero todos están bajo el paraguas de los mismos principios éticos que han hecho de la organización una institución de la sociedad civil global, que proclamaba –y todavía proclama- valores diferenciales respecto a gobiernos, corporaciones empresariales y otras entidades como las iglesias, con las manos manchadas por la pobreza, la depredación de la naturaleza y la explotación de los seres humanos.
Sus directivos en Londres no pueden venir ahora reclamando indulgencia; que no se les juzgue con tanta dureza argumentando que tampoco han “asesinado a niños en sus cunas”. No, no puede acogerse a ningún tipo de relativismo quien ha hecho del combate frontal contra el tipo de delitos cometidos en Haití, su credo institucional. Oxfam tiene que ser juzgada por el compromiso contraído con una sociedad que le ha dado a cambio confianza y aportaciones financieras.
Al menos dos han sido los errores cometidos con premeditación por sus directivos: falta de transparencia e insolvencia moral.
Faltaron a la transparencia con el intento de ocultar los delitos durante ocho años; un largo período que les dio tiempo para todo, para pensar un estrategia de divulgación, para calcular los costos de hacer público el informe de Haití, de darlo a conocer parcialmente, incluso para hacer un documental. Pero no. De todas las salidas posibles optaron por la opacidad, actuando de la misma manera que los gobiernos, las iglesias y las corporaciones a las que Oxfam ha fustigado a lo largo de su historia. Actuaron como el avestruz, pretendiendo que con la ocultación y la fingida demencia los abusos se olvidarían o nunca vería la luz.
Y faltaron a la solvencia moral confundiendo lo bueno con lo que conviene. Mintieron a conciencia, sabiendo que la organización acogía pedófilos y puteros con lo que además llegaron a tratos para que se retiraran en silencio (¿con indemnizaciones?) y en la impunidad. Semejante comportamiento es una puñalada en la espalda a los 10,000 trabajadores de Oxfam en todo el mundo, a sus donantes y hacia la población en cuyo nombre reciben el respaldo moral y financiero. ¿En qué tipo cálculos cabía que era mejor traicionar su filosofía que entregar los culpables a las autoridades? En este apartado tampoco actuaron diferente de otras organizaciones como la iglesia católica, que traslada de diócesis a los curas pederastas, derivando al hechor a posibles nuevos escenarios de delitos.
No es extraño que se estén retirando del patrocinio a Oxfam personalidad como el obispo surafricano Desmon Tutu, así como miles de donantes anónimos que mes a mes y ante situaciones de emergencia, brindaban su apoyo financiero.
Semejante proceder hace un flaco favor a miles de ONG grandes, medianas y pequeñas que en todo el mundo sufren persecuciones, especialmente bajo regímenes autoritarios, como en Rusia, Turquía, Egipto, Israel, Nicaragua y Venezuela, a quienes resulta molesto el trabajo de fiscalización, incidencia y denuncia las organizaciones del tercer sector. Tampoco favorece la situación de acoso que padecen bajo gobiernos populistas como en Estado Unidos, Hungría y Ecuador, por la imposición de restricciones legales y presupuestarias. A partir de ahora, los ataques desde el poder encontrarán el terreno fértil en la opinión pública gracias al descrédito generado por Oxfam.
Todo lo anterior no niega el valor de los esfuerzos emprendidos por los actuales directivos en Londres, como la comparecencia ante una comisión del parlamento británico, la divulgación del informe de Haití y la toma de medidas correctivas para evitar casos similares en el futuro. Son esfuerzos loables encaminados reparar la imagen de la organización. Tampoco desmerece el trabajo encomiable que la inmensa mayoría de trabajadores y voluntarios realizan todos los días, y que se han visto salpicados por el comportamiento de unos pocos.
Sin embargo, pasará un largo período hasta que Oxfam vuelva a recuperar el prestigio y la confianza social perdidos.
Mientras tanto, las cláusulas abusivas que algunas organizaciones de cooperación internacional al desarrollo incluyen en sus contratos, según las cuales el contratado renuncia a comprar servicios sexuales, incluidos con menores de edad, mientras se desempeñe el trabajo, serán un monumento a la doble moral y una bofetada a la integridad de los demás. Ahora sabemos que esas cláusulas esconden el viejo refrán que reza: “el que las usa las imagina”.