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Los históricos “tiros por la culata”

La revolución ha desaparecido al tornarse el gobierno de Ortega en un régimen neoliberal en lo económico y corporativo en lo político

Daniel Ortega y Rosario Murillo, en el homenaje a Augusto C. Sandino, el 21 de febrero de 2018. Confidencial | Foto | Presidencia

Onofre Guevara López

27 de febrero 2018

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A Bob Currie, con mi fraterno aprecio.

Ese refrán me parece adecuado a la situación en que nuestro pueblo se encuentra a casi 38 años del triunfo revolucionario y a 28 de su declinación después de su derrota electoral de 1990, hasta llegar a su desaparición completa en la actualidad, al tornarse el gobierno de Ortega en un régimen neoliberal en lo económico y corporativo en lo político por su alianza con el gran capital pro norteamericano. Los “tiros” de la revolución con los que el pueblo pretendió liberarse de la dictadura somocista pro norteamericana, también les están saliendo por las “culatas” capitalista interna y la norteamericana.

No es un juego de palabras, sino un juego de hechos reales.

Uno: Daniel Ortega, su familia y su equipo político, han restituido una economía capitalista –con su propia conversión en grandes empresarios desde el poder y a la sombra del Estado—, pero sin abandonar el discurso “revolucionario” ni su alianza formal con Cuba y Venezuela, los países más agredidos por Estados Unidos en América Latina sin reparar, aparentemente, en las diferencias entre estos países y el nuestro, pero aplicando medidas distintas.


El bloqueo y demás agresiones contra Cuba, ya son históricas, y las agresiones contra Venezuela incluyen amenazas de invasión armada, mientras contra Ortega hacen exigencias de cambio a la “democracia”. A su OEA, Washington la pone a ladrar contra Venezuela, mientras que en Nicaragua hace dialogar a Almagro con Ortega en término amables. Esto se debe a que Ortega obedece las orientaciones del FMI, tiene una alianza con el capital –a través de sus dos entidades patronales más representativas— las que, mientras obtienen privilegios en materia de impuestos y otros rubros, no les importan la ruptura del orden institucional, la violación de los derechos humanos (tan obvio en los últimos días), la centralización del poder, de medios de comunicación ni de los negocios en manos de la familia gobernante. Y porque, además, estas violaciones son similares a las de todo régimen dictatorial que los yanquis han impuesto en América Latina, con lo cual cada burguesía ha estado complacida y complaciente.

Lo de Honduras, es un reflejo especular de la dualidad yanqui a través de la OEA: allá los asesinatos durante una elección fraudulenta, son puestos bajo la alfombra para proteger al ejército golpista, y Almagro arremete contra sus funcionarios que lo atestiguaron. Pero Almagro reunió a la OEA en la sede de la capital de sus amos para atacar a Venezuela porque sus elecciones no responden al esquema imperial en materia de “electoral”, dado que sus pupilos de la MUD no son capaces de meter ni las manos.

La preocupación del gobierno yanqui no son los derechos perdidos de los nicaragüenses y se siente satisfecho con Ortega por la buena salud que goza aquí el capitalismo neoliberal. Lo que no quiere Washington, son fisuras en su política de dominación continental y mundial, y por eso le exigen la ruptura de las relaciones con Rusia,Venezuela y Cuba.

El dilema de Ortega ante esa exigencia, lo comenzó a “resolver” de modo gallo-gallina: el 21de febrero pasado, apoyándose en el derecho internacional defendió la opción de tener relaciones con cualquier otro país; luego apoyó el derecho de Venezuela a estar presente en la Cumbre de Lima; pero en la reunión de la OEA, del 23/02/18, para condenar las elecciones de Venezuela… Ortega estuvo “neutral”, absteniéndose de votar en contra de la abusiva intromisión en los comicios de una nación libre.

Ahora, es posible que al gobierno yanqui le parezca más útil arreglarse con el gobierno neoliberal de Ortega (sin preocuparse de su discurso “revolucionario”), y este le hará ligeras concesiones a la OEA, mientras los opositores de la derecha seguirán tributando cariño a la política exterior de Estados Unidos, tratando de ganar su favor aplaudiendo sus agresiones contra Venezuela.

Dos: esta dualidad, le ha creado a Ortega una oposición no menos dual; critica la complicidad del sector del capital por su alianza con Ortega, pero abraza con apasionado amor la política norteamericana contra Venezuela y pide algo similar contra el gobierno de Ortega. La heterogeneidad de la oposición es solo formal, y no mucho en lo ideológico:

“Ciudadanos por la Democracia” (liberales y socialcristianos de derecha) y el “Frente Amplio por la Democracia” (socialdemócratas, liberales y sandinistas renovadores derechizados) piensan (pues si no lo dicen claro, lo hacen con su actos) que la restitución de la “democracia” solo puede venir de las medidas que políticos reaccionarios yanquis y ex cubanos republicanos impulsan, como la Nica Act y la Ley Global Magnitsky. Esta obsesiva idea del pro yanquismo opositor –insisto— es su incorporación al coro anti venezolano que dirige Washington, en espera de su ayuda como recompensa.

Tres: los trabajadores del campo y de la ciudad, de hecho han sido despojados de sus organizaciones de parte del gobierno orteguista, por medio de líderes a sueldo, los cuales han corrompido la misión clasista de los sindicatos, destruido su autonomía y convirtiéndolos en instrumentos de la política oficial. En este momento, aún se encuentran discutiendo sobre el nuevo salario mínimo, para lo que, como siempre, los líderes hacen demagogia exigiendo un aumento justo, pero terminan aceptando lo que el gobierno les propone, previo al entendimiento de este con la patronal.

Por su parte, las masas populares desorganizadas por obra y gracia de la represión política y patronal, más las campañas del terrorismo ideológico de los medios de comunicación nacionales e internacionales contra los movimientos de izquierda, también son víctimas de los políticos cuando son convocadas a la acción electorera, y abandonadas después, atacadas cuando se trata de sus propias luchas sociales o las ignoran cuando los líderes de la derecha definen su política mirando hacia Washington.

Las culatas por donde se disparan los tiros salen del gobierno converso de revolucionario en neoliberal; de los sectores de oposición contra sus luchas reivindicativas, las ignoran o pretenden dividirlas (como es el caso del movimiento campesino contra a ley entreguista 840). Y los tiros que disparan desde Washington, no son contra Ortega, sino contra el derecho de Nicaragua a tener relaciones con cualquier país, y no solo con los que quiere Estados Unidos.

Ante esta situación, nadie tiene razón ni derecho a equivocarse. Ortega no es Maduro, ni los intereses de la derecha venezolana y de sus patrocinadores norteamericanos tienen afinidad con los intereses del pueblo nicaragüense, como tampoco los intereses de Ortega son los intereses de nuestro pueblo. Y cuando los norteamericanos, en defensa de sus intereses y los de la derecha atacan a Ortega, no hay razón para que nuestro pueblo les sirva de instrumento a ninguno, porque nuestra lucha contra Ortega, no coincide con los intereses yanquis ni los intereses de la burguesía.

Esta realidad, debería ser entendida en Cuba y en Venezuela. Y aunque por razones de Estado no pueden rechazar el discurso demagógico socializante de Ortega, por razones de principios deberían reconocer que el blanco de los tiros que salieron de la culata post revolución sandinista, es el pueblo nicaragüense.

Cuatro: en ocasión de los 84 años del asesinato de Sandino, Ortega se declaró su continuador. Pero un solo ejemplo basta para  comprobar que eso no es verdad: Sandino dijo que por su lucha, él  no quería…“ni un palmo de tierra para su sepultura, sino ser creído…” Ortega, no es digno de ser creído si recordamos que el “palmo de tierra” es el símil que Sandino usó para confirmar su renuncia a toda propiedad, ¡y que Ortega lleva más de diez años acumulando propiedades! 

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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