14 de febrero 2018
Nueva York.– El Banco Mundial declara que su misión es acabar con la extrema pobreza dentro de una generación e impulsar la prosperidad en común. Son metas acordadas universalmente como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), pero carece de una estrategia de ODS y está volviéndose a Wall Street para complacer a sus maestros políticos en Washington. El presidente del Banco, Jim Yong Kim, debería encontrar una mejor manera de avanzar, y puede hacerlo reexaminando uno de sus propios grandes éxitos.
Kim y yo colaboramos estrechamente de 2000 a 2005 para aumentar la escala de la respuesta mundial a la epidemia de SIDA. Partners in Health, la NGO que encabezó con su colega Paul Farmer de la Universidad de Harvard, había usado antiretrovirales (ARV) para tratar a cerca de 1000 residentes de las áreas rurales empobrecidas de Haití, ayudándoles a recuperar la salud y la esperanza.
Hace 18 años les señalé a Kim y Farmer que su éxito en Haití se podría ampliar para llegar a millones de personas a bajo coste y con muy altos beneficios sociales. Les recomendé un nuevo mecanismo de financiamiento multilateral para combatir el SIDA, un fondo global, así como una nueva iniciativa de financiamiento por parte de los Estados Unidos.
A principios de 2001, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, lanzó el Fondo Global para la Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, y en 2003 el Presidente estadounidense George W. Bush lanzó el programa PEPFAR. La Organización Mundial de la Salud, encabezada por su Director General Gro Harlem Brundtland, reclutó a Kim para liderar la iniciativa de aumento de escala de la OMS. Kim hizo un trabajo fantástico y sus esfuerzos sentaron la base para tratar a millones de personas con antirretrovirales, salvando vidas, subsistencias y familias.
Hay cuatro lecciones que podemos aprender de este gran éxito. Primero, el sector privado fue un socio importante, al ofrecer medicamentos protegidos con patentes al coste de producción. Las farmacéuticas renunciaron a hacer utilidades en los países más pobres por decencia y la conservación de sus reputaciones. Reconocían que los derechos de patentes, si se los ejercía en exceso, serían una condena a muerte para millones de pobres.
Segundo, fue un esfuerzo apoyado por filántropos privados que inspiraron a otros a contribuir también. La Fundación Bill y Melinda Gates respaldaron el Fondo Global, la OMS y la Comisión sobre Macroeconomía y Salud, que dirigí para la OMS en 2000 y 2001 (y que hizo una campaña exitosa para aumentar el financiamiento de los donantes de la lucha contra el SIDA y otras enfermedades mortales).
Tercero, los fondos para luchar contra el SIDA adoptaron la forma de ayudas directas, no préstamos de Wall Street. El combate del SIDA en los países pobres no se veía como una inversión que generara ingresos ni necesitara complicados mecanismos financieros. Se lo veía como un bien público vital que requería que los filántropos y países de altos ingresos financiaran tratamientos que salvaran las vidas de los pobres y aquellos en trance de morir.
En cuarto lugar, especialistas capacitados en salud pública impulsaron todo el esfuerzo, inspirados en Kim y Farmer como modelos de profesionalidad y rectitud. El Fondo Global no llena los bolsillos de ministros corruptos ni negocia fondos a cambio de concesiones petroleras o contratos de armas. El Fondo Global aplica estándares rigurosos y técnicos de salud pública y hace que los países destinatarios se hagan responsables de prestar los servicios, a través de requisitos de cofinanciamiento y transparencia.
El Banco Mundial tiene que volver a su misión. Los ODS llaman, entre otras cosas, a acabar con la extrema pobreza y el hambre, instituir la cobertura de salud universal, y la educación universal primaria y superior para 2030. Sin embargo, a pesar de mostrar solo avances lentos hacia estos objetivos, el Banco no expresa alarma ni estrategias para ayudar a retomar el camino de los ODS. Por el contrario, en lugar de abrazarlos, el Banco está prácticamente mudo, y se ha escuchado a sus autoridades murmurar negativamente en los corredores del poder.
Tal vez el Presidente estadounidense Donald Trump no desea escuchar de las responsabilidades de su gobierno frente a los ODS. Pero es el trabajo de Kim recordarle estas obligaciones a él y al Congreso, y fue un presidente republicano, George W. Bush, quien impulsó la lucha contra el SIDA de manera creativa y exitosa.
Wall Street puede ayudar a estructurar el financiamiento de proyectos de energías renovables de gran escala, transporte público, carreteras y demás infraestructura que se pueda autofinanciar a través de peajes y tarifas a los usuarios. Una asociación entre el Banco Mundial y Wall Street podría ayudar a asegurar que se trate de proyectos ambientalmente sólidos y justos para las comunidades afectadas. Todo ello sería por el bien de todos.
Sin embargo, tales proyectos, diseñados para obtener utilidades o al menos la recuperación del coste directo, no son siquiera remotamente suficientes para acabar con le pobreza extrema. Los países pobres necesitan donaciones, no préstamos, para necesidades básicas como salud y educación. Kim podría recurrir a su experiencia como el campeón de la salud global que luchó con éxito contra el SIDA, en lugar de adoptar un esquema que ahogaría en deuda a los países pobres. Necesitamos la voz y los incansables esfuerzos del Banco Mundial para movilizar el financiamiento por donaciones de los ODS.
La atención de salud de los pobres requiere una capacitación sistemática y el despliegue de trabajadores de salud comunitaria, herramientas de diagnóstico, medicamentos y sistemas de información. La educación para los pobres requiere profesores capacitados, aulas seguras y modernas, y conectividad a otras escuelas y a currículos en línea. Estos ODS se pueden lograr, pero solo si existe una estrategia clara, un financiamiento por donaciones y mecanismos de entrega bien definidos. El Banco Mundial debería desarrollar la experiencia necesaria para ayudar a los donantes y los gobiernos destinatarios a hacer que estos programas funcionen. Kim sabe por su propia experiencia cómo hacerlo.
Trump y otros líderes mundiales son responsables en persona de los ODS. Tienen que hacer muchísimo más, así como los superricos, cuyo grado de riqueza no tiene precedentes históricos. Han recibido ronda tras ronda de recortes y exenciones tributarias especiales, créditos fáciles de bancos centrales y ganancias excepcionales de tecnologías que elevan las utilidades al tiempo que reducen los salarios de los trabajadores no capacitados. Incluso con la reciente blandura de los mercados de valores, los primeros 2000 multimillonarios del mundo amasan unos $10 billones en riqueza, suficiente como para financiar al completo el esfuerzo necesario para acabar con la extrema pobreza, si los gobiernos también hacen su parte.
Al ir a Wall Street, o Davos, u otros centros de riqueza, el Banco Mundial debería inspirar a los multimillonarios a poner su bullente cartera al servicio de la filantropía personal para apoyar los ODS. Bill Gates lo está haciendo con resultados históricos en el ámbito de la salud pública. ¿Qué multimillonarios encabezarán los ODS relacionados con educación, energías renovables, agua potable e higienización, y agricultura sostenible? Con un plan claro de ODS, el Banco Mundial podría encontrar socios para cumplir su misión central, histórica y vital.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible y profesor de Políticas y Gestión de la Salud en la Universidad de Columbia, es director del Centro para el Desarrollo Sostenible de Columbia y de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.
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