8 de febrero 2018
La contrariedad con los héroes es que se quedan vivos y con honradas excepciones, terminan embarrando de estiércol las acciones gloriosas que protagonizaron. El problema con los mártires, es que terminan tiesos, como los santitos con estructura de madera que desfilan en las procesiones. A héroes y mártires les volvemos objetos o entidades inmateriales a quienes nos encomendamos, o usamos de referencia para lo que hay, o no, que hacer.
Se obliga a santos y mártires a respaldar cualquier tema, desde la virginidad y la ingesta de pastillas anticonceptivas, hasta la prohibición de consumir carne animal. Así, por ejemplo, leemos o escuchamos: Que diría Jesús de…, o Si Carlos Fonseca viviera, contra la vice estuviera
Polvo en el Viento, es un testimonio sobre la vida de un mártir que se resiste a serlo, mantiene la iconoclastia, la trasgresión y la rebeldía en el testimonio de su novia, Nadine Lacayo, con quien él estaba supuesto a casarse, apenas la guerrilla sandinista consiguiera el poder. Ambos eran guerrilleros y ahora están entronizado en la comunidad de El arenal en Diriamba junto con Santa Ana y San Joaquín, San Piquín y Santa Emelina, que no está muerta y escribió el libro, pero sigue haciendo pareja con el finado entre las flores y las frutas del altar comunitario.
Me imagino que la comunidad no quiso que la muerte les separara, porque las deidades indígenas siempre fueron duales, hombre y mujer, Tamagastad y su esposa Cipaltonalt. Nadine, la Emelina del Arenal, resiente y resiste la cosificación de la vida de este joven, Francisco de Asís Guerrero, Pikín, a quien amó, y sobrevivió, sin quedarse ella como la mujer de Lot, estatua de sal, presa de lo que pudo ser y no fue. Tampoco pensando que él hubiera sido, después cuando muchos cambiaron, la pareja perfecta, amor en el aire.
La autora de Polvo en el Viento traslada imperceptiblemente al lector entre pasado y presente. Para hacerlo, recorre con la mamá, de Joaquín, el amado, los lugares que juntos recorrieron en vida. Si fuera una novela, como se lee como la mayor parte del tiempo, sería una de esas historias en la que quisieras ser Farrah Fawcett, el amor de Ryan O'Neal en Love Story, o la Hazel Grace Lancaster de Augustus Waters en Bajo la Misma estrella, y morirte en olores de adoración. Pero no. No es ficción, está escrita con tinta sangre del corazón.
No me explico cómo tanto dolor estuvo enterrado, tanto tiempo, en los corazones de quienes sobrevivieron. Y pensar que son miles las novias que vivieron situaciones iguales, no hubo re encuentro con sus amores para recibir lo que pensamos era el sol de la libertad. ¿Cómo hicieron ellas?; la mamá de la Eva, la de mi comadre Cinthya, o la novia de Douglas Duarte. Que habrá pasado con el hueco en el estómago y la daga en el corazón.
El libro rescata lo humano de quienes participaron murieron y vivieron durante y por construir una nación nueva, es un libro importante porque se aleja del heroísmo y el ultra sacrificio de la mayoría de testimonios de este tipo. Registra los cigarritos de marihuana, el sexo, las ilusiones, las escapadas de los jefes en nombre del amor, el rock, el desengaño, la resistencia ante los jefes que ya se perfilaban malas bichuchas.
Salvo otras dos memorias, la de doña Cuta Castillo, Una vida es una historia para contar, donde ella franca y sin rencores, muestra el aporte del mundo doméstico a la guerra, las diferencias de clase y el machismo ente los supuestos hombres nuevos, los pies de barro de los héroes, o El País bajo mi piel, de Gioconda Balli, en el que la autora desnuda su vida, su poder, el poder de su sexualidad, y que le costó avalanchas de críticas que buscaban asesinar su personalidad, muy pocos se bajan del tren de la narrativa heroica.
Éste discurso es dañino. Al retratar a los héroes y a los mártires como Iron Man, o la agente Carter de Marvel, lo que se consigue es alejarles de la gente mortal, -común y corriente, con mañas, con dudas, con sueños, con miedo. Aliena a la gente de todas las edades de la posibilidad de tomar la historia en sus manos y cambiarle rumbo. Ese retrato de santos de palo y superhéroes, desestimula.
Ideay, si la vida solo es andar dejando el pellejo por otros, si no hay chance de amar, de divertirse, reír, de emocionarse, de ser feliz. Habría que ser extraterrestre o masoquista para comprometerse con el cambio social.
Leer el libro es como escuchar al descuide una íntima platica ajena, Con un poquito de pena, oír lo que otros hablan, pero que no dejas de seguir y acercas el oído para no perder detalle. Unos protagonistas bien locos, con una familia bien loca, como la de casi toda la gente. Miedo le tengo a las perfectas. La Emelina se casó post mortem para darle gusto e consuelo a su suegro, que quería neutralizar el pecado de la carne, consumado por los amantes sin permiso eclesial. Francamente loco. Bienvenida al club.
Este libro tiene el efecto de mostrar cómo alguien perfectamente normal, hijo de su tiempo, leyó los signos de esos tiempos y se lanzó a la aventura, algo así como deslizarse por la falda del cerro negro, a riesgo de caerse y rasparse, romperse un brazo o la nuca, pero con la satisfacción de poder contarlo. Allí estuve, ya lo hice. En este sentido lo sumo a otras obras como las de Jesús Miguel Blandón, De Sandino a Fonseca de y la biografía de Carlos Fonseca Amador de Matilde Zimmeman. O sea, gente normal, haciendo cosas extraordinarias.
Estos dos libros, retratan a Fonseca fue un hombre normal que actuó con entrega e inteligencia. No bajo del cielo, probó, erro, probó. Todos podríamos y deberíamos ser él, con valores e información, vio juzgó, actuó. Pero la narrativa lo convirtió en Santo, me pregunto si esta perversidad, se implementó para que no hubiera más Carlos Fonseca. Hoy, Carlos es un afiche mal dibujado o una esculturas desproporcionada y grotesca, mientras sus hechos y su pensamiento se ocultan, porque condenarían los hechos de sus supuestos apóstoles.
Pues allí está circulando este libro importante, un poco como la serie de televisión de cable Outlander, donde hay batallas, hay pasión, hay traiciones, hay reclamos, hay música, hay acción, y si hay pena, penita, pena, que te saca lágrimas, pero te ayuda a lavar el alma. Quizás un buen comienzo para procesar los duelos, tras duelos, que nos ha tocado vivir. Polvo en el Viento, es un Regreso al Futuro, que narra cómo vivió y sobrevivió una generación de gente joven que cuestionó, probó, acertó, erró, pero amo, soñó y vivió intensamente, y eso no tiene precio. Póngale sello. No queremos héroes o santos, solo gente decente que siga su alma decente.