2 de febrero 2018
Durante la dictadura somocista faltó un debate ideológico en las filas progresistas respecto al carácter de la dictadura (que, pese al desarrollo económico sostenido, con algunos sectores de la economía altamente productivos, incrementaba, sin embargo, la desigualdad social); también respecto al sujeto social de la revolución, que debía transformar la sociedad con nuevas relaciones de producción; y respecto a las tareas de tal revolución, para desarrollar las fuerzas productivas y expandir las oportunidades hacia los sectores marginados.
Debía producirse en tal proceso de cambio democrático un avance sostenible en la conformación de la nación. La dictadura era un obstáculo a vencer, pero, en tal proceso de cambio libertario, basado en la organización independiente de las masas, debía fortalecerse un programa profundamente transformador de la sociedad.
El poder político de la burocracia sandinista
Esta carencia política e ideológica en la dirección de la lucha, y la falta de organizaciones de masas con cierta claridad programática, explica en gran medida el predominio inmediato de una inmensa burocracia de origen guerrillero, voluntarista, que se adueñó del poder con la caída de Somoza, convirtiendo sin solución de continuidad la revolución (que destruyó al Estado somocista gracias al sacrificio heroico de la población) en contrarrevolución, que despojó a las masas de cualquier acción organizada independiente, sustrayéndole reivindicaciones propias a los trabajadores, en especial al campesinado, mediante un Estado militarista ajeno a las clases sociales.
Un Estado construido en torno a la cúpula guerrillera partidaria. De modo, que en la cúspide del orden jurídico pos somocista se hallaba, en consecuencia, la llamada Dirección Nacional, en un verticalismo exacerbadamente antidemocrático.
Táctica reaccionaria de concertación con Ortega
Un poder burocrático, cuyos vestigios se han renovado ahora con Ortega, convertido esta vez en absolutismo familiar corrupto y en neoliberalismo fondomonetarista, anclado en un sistema oligárquico y especulativo.
Los primeros síntomas de crisis económica y política del orteguismo ponen a la orden del día en las filas oportunistas la táctica reaccionaria de la concertación, que busca ampliar de esta forma la base de alianzas de la dictadura, a cambio de cierta participación de los partidos electoreros en puestos públicos.
El ideólogo de tal proceso de concertación con Ortega, pese a su falta de experiencia y de formación política e ideológica, es Serrano Caldera, quien pretende darle a esta componenda política desvergonzada una cobertura moral, con supuestos principios y valores éticos, como si en tal negociación con la dictadura se tratara de alcanzar, en abstracto, supuestos intereses supremos de la nación.
A pesar de ínfimos e imperceptibles aspectos filosóficos idealistas, el debate que suscita Serrano es fundamentalmente de carácter táctico ramplón, aunque su posición ambigua a favor de un entendimiento con la dictadura se desarrolle casi enteramente en un terreno metafísico, subjetivo.
Serrano Caldera insiste en promover una concertación con la dictadura orteguista, saltando alegremente sobre la falta de representatividad –que es la esencia de la democracia formal- de los grupos y organizaciones que concertarían con Ortega en propio interés, y saltando también –lo que es una claudicación esencial- sobre la necesidad de apartar a Ortega del rumbo del país, precisamente, para reconstruirlo distintamente en contra del abuso y de la corrupción.
¿Democracia y estabilidad social?
En un artículo de opinión, publicado en La Prensa del 21 de enero, bajo el título de “Concertación y democracia”, escribe Serrano:
La democracia es una necesidad ineludible para alcanzar la estabilidad social
Es una frase sin sentido, tomada de algún folleto acartonado, no de la realidad. Cuando un régimen opresivo ha suprimido los derechos ciudadanos, y ha transformado el Estado en un aparato personal, la democracia no se expresa más en el ámbito formal, sino que se transforma en movilización de masas contra la dictadura. La democracia, entonces, radica dialécticamente, no en instituciones deformadas a conveniencia por el tirano, sino, precisamente, en la lucha por medio de la movilización social. La democracia, en tales circunstancias, se expresa en la lucha de masas, o sea, en la inestabilidad social.
Esto hace que la concertación con Ortega, para frenar la lucha social, sea una estrategia dictatorial.
Para Ortega se trata de alcanzar la estabilidad social (la que pregona Serrano), por los medios represivos y por la compra de conciencia, adecuados a tal fin; para el pueblo, en cambio, se trata de reconquistar derechos conculcados, con los medios de lucha adecuados a tal fin.
En tal contradicción entre ambos medios, y entre ambos fines, Serrano está al lado de Ortega con la concertación como medio de la sobrevivencia del régimen.
La estabilidad social se fundamenta, no en la democracia o en la dictadura, sino, en una expansión de las fuerzas productivas, y en una distribución creciente de la riqueza para disminuir las desigualdades. La democracia formal, más bien, entra en crisis cuando la economía se deprime, y cuando un poder político abusivo y discrecional conculca aún más los intereses vitales de los trabajadores. La dictadura, en tal circunstancia, muestra su rostro brutal para contener, con una represión desenfrenada, la resistencia de las masas, a fin de restablecer la estabilidad social como derrota y reflujo del movimiento de masas.
Lo que habría que contener, en cambio, no es la confrontación social producto del despertar de la conciencia política, en momentos críticos para los trabajadores, sino, la capacidad de represión de la dictadura.
¿Intereses colectivos, superiores, de opresores y oprimidos?
Serrano cree que hay supuestos intereses superiores de la nación:
Es claro que una concertación debe significar un acuerdo que tenga presente los intereses superiores de la nación y la búsqueda de condiciones que hagan posible el respeto a los Derechos Humanos.
Si existiesen los intereses superiores de la nación, si existiesen intereses por encima de las clases sociales, como pretendería la burocracia más chabacana, un acuerdo por tales intereses ilusorios significaría una coincidencia plena de todas las ideologías y de la estrategia de todos los partidos. Significaría una identidad de intereses de todos los sectores sociales. En fin, sería una quimera, que supondría que las clases sociales no se forman sobre la base de relaciones sociales de producción contradictorias. Habría un interés común entre esclavo y esclavista, entre opresor y oprimido, entre explotado y explotador. Desaparecería de la realidad, precisamente, la lucha de contrarios (lo que es una pretensión absurda).
La paradoja, sin embargo, de esta idea profundamente burocrática de Serrano, es que después de tal acuerdo extraordinario, posible únicamente en un mundo ilusorio de intereses superiores colectivos entre opresores y oprimidos, la democracia ya no sería necesaria en ese mundo perfecto. Y la política, ya sin sentido alguno, desaparecería como actividad humana.
La dictadura orteguista, en cambio, coincide ideológicamente con esta idea mesiánica absolutista de Serrano, que borra conceptualmente las diferencias sociales y políticas.
Del país atrasado, con un régimen absolutista corrupto, al país que no existe
Serrano calla sobre la naturaleza de la dictadura y busca, desde el éter, un país que no existe:
No se trata pues de una actitud subjetiva que pretende transformar las ilusiones personales en realidades, sino de una voluntad de cambio, que busca el país que no existe, pero consciente de que si no existe es porque aún no ha sido construido.
¿Cómo es que la propuesta de Serrano no trata de una actitud subjetiva, si una voluntad de cambio ¡es, precisamente, una actitud subjetiva!? La realidad, sin embargo, no se cambia a voluntad, porque su transformación ocurre, precisamente, en función de lo que es objetivamente posible, no de lo que es subjetivamente deseable).
Quien busca un país que no existe, porque aún no ha sido construido, es un personaje de Lewis Carroll que lleva la subjetividad al extremo de la fantasía, fuera de la realidad confrontativa, hacia un país de las maravillas que cobra vida sólo detrás del espejo.
En la realidad, por desgracia, no se construyen países a voluntad, sino, que las relaciones sociales, la cultura, el conocimiento, la tecnología, los recursos naturales y humanos, las fuerzas productivas, la propiedad sobre los medios de producción, la falta de productividad, la falta de innovación, el desempleo, la miseria, la opresión, el saqueo, son elementos que determinan, objetivamente, las condiciones de existencia y de trabajo de la población en un país que sí existe.
Condiciones desastrosas que se reproducen aquí por medio del poder político orteguista que, también (¡vaya olvido!), existe. Y que es el problema político inmediato a resolver.
¿Alcanzar objetivos y proyectos… hasta donde sea posible?
Serrano confiesa, sin saberlo, que su táctica de concertación es un disparate conceptual:
Una concertación en torno a un proyecto nacional para tratar de alcanzar (hasta donde sea posible y sin violencia), los objetivos y fines deseados.
He aquí el fracaso táctico de Serrano. Un objetivo… hasta donde sea posible, no constituye un objetivo serio, sino, una forma de desperdiciar recursos. Precisamente, porque Serrano sabe que el medio escogido para tal objetivo es inadecuado. Cualquiera que dirija una obra sin pretender, de partida, alcanzar el objetivo, es un zángano.
¿Por qué no hay seguridad ni control, de parte de Serrano, sobre alcanzar la meta? Porque, en la concertación que propone el objetivo a alcanzar lo determina Ortega a medida que supera la crisis, no la población oprimida por Ortega.
Es una insensatez tratar de alcanzar objetivos hasta donde sea posible. ¿Qué sería de un ingeniero cuyo objetivo sea construir un puente… hasta donde sea posible, o de una mujer que busque salir embarazada… hasta donde sea posible? Si bien hay puentes inútiles construidos a medias (para quienes se arrepienten a medio camino), no existe el embarazo a medias. Tampoco hay una sociedad a medias entre dictadura y democracia; o alguien medio sano y medio enfermo, sino, que la enfermedad se presenta a distintos grados de evolución y gravedad.
Al precisar Serrano que el proyecto de concertación con Ortega se deba alcanzar hasta donde sea posible, confiesa, sin percatarse, que lo importante para él no es el proyecto ni los objetivos o los fines deseados, sino, evitar la confrontación: que, en esencia, es el objetivo de sobrevivencia orteguista.
El autor es ingeniero eléctrico.