Cartagena (Colombia).- El escritor nicaragüense Sergio Ramírez no es solo el último ganador del Cervantes y un revolucionario del sandinismo, también es un hombre que analiza la realidad política latinoamericana, en la que considera que se ha asentado un autoritarismo que "no tiene color ideológico".
"Hemos caído en el fenómeno del autoritarismo, que el autoritarismo no tiene color ideológico, termina siendo lo mismo, es decir la voluntad de alguien de quedarse en el poder, de pasar sobre la ley, de reformar a la fuerza las constituciones para que los periodos presidenciales se vuelvan indefinidos", manifestó Ramírez en una entrevista con Efe.
En opinión del autor, que compite con Rubén Darío por ser el más universal de su país, ese mal del autoritarismo "es un vicio viejo que lo traemos desde el siglo XIX después de la independencia de los países América Latina".
Ramírez sabe de lo que habla pues fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990, durante el primer Gobierno de Daniel Ortega, que ya suma 15 años en la Presidencia en dos periodos.
"Lo que arruinó la perspectiva institucional fue la instalación de caudillos que pasaban por encima de la ley, se escribían las constituciones y encima les pasaban las patas de los caballos a las constituciones y eso se sigue repitiendo en América Latina", subrayó.
La voz de Ramírez es una de las que suena con más fuerza en el XIII Hay Festival de Cartagena, que comenzó el jueves 25 de enero y se prolongará hasta el próximo domingo 28.
En su conversación con Efe también se refirió a su más reciente novela, "Ya nadie llora por mí", segunda parte de "El cielo llora por mí", al asegurar que "una novela siempre tiene un trasfondo, un escenario, así como un lugar donde se desarrollan unos personajes que se mueven por ese paisaje urbano".
El escenario de esta novela, pese a tener el mismo personaje (Dolores Morales) y la misma ciudad (Managua), cambia puesto que la capital nicaragüense de hoy es muy diferente.
"Entonces, este paisaje ha cambiado en términos sociales, en términos urbanos, en términos políticos y la novela no puede dejar de tener en cuenta su trasfondo, no se trata de que sea una novela política, una novela social, sino una novela que tiene este sustrato sobre el cual los personajes se mueven en la intriga", añadió.
De ese modo, Ramírez explicó que en una novela policiaca "se debe descubrir algo", lo que sucede en su novela, donde "el inspector Morales debe llegar hasta el fondo y este fondo resulta que nos mete en las cavernas de lo que es la parte oscura del poder político, la corrupción, las conexiones que hay entre distintos grupos económicos en el país con el poder político".
Con esa coletilla, enlaza su siguiente idea, que la revolución sandinista de 1979, de la cual hizo parte, "fue un semillero ético, un momento de explosión moral del país".
"Todo el mundo se juntó, sobre todo los jóvenes, porque la revolución fue una empresa juvenil para terminar con un régimen corrupto y darle al país una nueva oportunidad de resurgir, de reconstruirse, de ser un país basado en valores diferentes con equidad social y justicia", añadió.
Sin embargo, considera que hoy "lo que ha habido es una estratificación del poder", puesto que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) "no es de ninguna manera el mismo de la revolución".
Por eso, cree que Nicaragua tiene hoy "un poco más de lo mismo que ha habido en América Latina siempre, caudillismo".
"Caudillos que llegan al poder y quieren quedarse allí para siempre, gobiernos familiares y todo lo que se desprende de esto", sostuvo.
Sobre la corrupción, otra de las lacras del continente, el escritor y exvicepresidente considera que "lo que ha salvado a muchos países a América Latina de la debacle moral ha sido precisamente tener poderes judiciales independientes", algo que piensa que no debe perderse de vista.
"Mientras el resto del sistema se hunde en conspiraciones trasnacionales como la de Odebrecht (...) han sido los sistemas judiciales y ciertos sectores del poder político los que han salvado a estos países de la debacle moral", consideró.
En su opinión, algunas "democracias funcionan mejor, otras funcionan peor", pero considera positivo pensar que el continente está mejor en que las décadas de los 70 y 80, "cuando había dictaduras militares sanguinarias" y no había "alternabilidad democrática".
Por eso, concluye con un mensaje de esperanza: "la corrupción es el peor de los males de la democracia, pero (la democracia) funciona y yo creo que cada vez logrará ser mejor".