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Introducción, por Arturo Cruz Porras

Colaboración Confidencial

Arturo Cruz Porras

8 de enero 2018

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Este libro cubre los veinte años de poder absoluto de Anastasio Somoza­-García en todas las facetas del régimen dinástico que sus herederos prolongarían por casi un cuarto de siglo

Arturo Cruz Porras*
Foto: Portada Estirpe Sangrienta: Los Somoza (V Edición, 2001)

Esta nueva edición de la obra testimonial del Dr. Pedro Joaquín Chamorro-Cardenal —Estirpe sangrienta: Los Somoza— viene a ser propicia en nuestro debate público del tema cívico fundamental para institucionalizar una democracia funcional. Ella forma parte del rico legado del pensamiento de un periodista prócer.

Estirpe sangrienta es un libro extraordinario que 42 años después de su primera publicación (1957), siempre es de rigor consultarlo como fuente primaria para llegar a la síntesis en que debe concluir el análisis objetivo de la historia nacional. Y su lectura es absorbente. Los jóvenes que aman a Nicaragua, al leerlo, comprueban que el Doctor Chamorro- Cardenal ofrendó su vida por elevados principios. Con su máquina de escribir, Pedro Joaquín (así le llamaba su pueblo) fue avanzada generacional de los ciudadanos que hoy se sientan frente a una computadora para demandar dignidad nacional, libertades individuales, justicia social, pluralismo, transparencia. Un eco de vigencia imperecedera nos trae hasta el presente el grito de protesta de Pedro Joaquín: “¡Para que Nicaragua vuelva a ser República!”

El autor de Estirpe sangrienta era un joven patriota. Así fue: apenas salía de la adolescencia cuando ya era dirigente universitario en la generación del 44; y, acababa de entrar a la edad madura aquel terrible 10 de enero de 1978 en que balas asesinas segaron su existencia física.


A los 29 años de edad y recién casado, fue la rebelión de abril de 1954. Siendo un muchacho de 31 años sufrió, en 1956, tortura en la cárcel y una injusta, ridícula, condena “por no informar a las autoridades que él sabía que una rebelión contra el gobierno de Nicaragua estaba por ocurrir”. Un tribunal circense emitió ese adefesio jurídico, con el deliberado propósito de “comprometerlo” a como diera lugar en el magnicidio del General Anastasio Somoza-García. (Monstruosa injusticia porque nadie mejor que sus adversarios sabían que Pedro Joaquín, cristiano de convicción, era firmemente opuesto aún al tiranicidio). Tenía Pedro Joaquín 35 años de edad cuando encabezó la insurgencia de Olama y Mollejones, en 1959; y, un poco más de cuarenta al ser encarcelado, otra vez, por dirigir una protesta multitudinaria en enero de 1967.

Pedro Joaquín debía mucho de su hidalguía a la herencia de sus antepasados que en el siglo XIX, siendo patricios por cuna, fueron patriotas de vocación.

Uno de los “Grandes y Pequeños Dramas” que el escritor y periodista presenta en el capítulo XXX de Estirpe sangrienta es: La Niña de Tito. La inclusión de esta anécdota ­escrita con cariño y reflexión­ resultó ser, anticipadamente, digno prólogo de una conmovedora historia de sacrificio personal. En 1955, una muchachita de seis años, acompaña a su mamita a visitar a su papá que se encuentra detenido en el cuartel Campo de Marte. La pequeña rehúsa aceptar una pelota de hule rotulada con la propaganda “Viva Somoza” que le ofrece el comandante del presidio, expresando ella su repudio infantil: “No, no quiero a Somoza porque es malo”. Enfurecido, quien confunde servilismo por lealtad, le contesta: “el malo es tu papá”. Veinte años más tarde (1977), Claudia Chamorro, ahora una bella y noble rebelde, cae en la montaña combatiendo por sus ideales.

Doña Violeta Barrios de Chamorro, esposa y compañera de causa de Pedro Joaquín, dignificó su memoria poniendo en acción los principios democráticos de él, al darnos una Presidencia renovadora que reafirmó que Nicaragua es una república que debe estar siempre regida por un Estado de Derecho.

Estirpe sangrienta está lleno de situaciones dolorosas y de pasajes tiernos. El autor imprime en su manuscrito el sello de sus destrezas de conversador ameno: narración cautivadora aderezada con humor punzante.

Desmenuza el proceder inhumano, combinación de brutalidad con sutileza, del torturador para arrancarle a su víctima la declaración que su amo le ha ordenado obtener. Pedro Joaquín, sin embargo, va más allá de una narración comentada de la grotesca violación de sus derechos humanos a que en 1956 son sometidos, él y sus compañeros de infortunio. Más bien, cubre los veinte años de poder absoluto de Anastasio Somoza­García en todas sus facetas. Esas dos décadas representaron la primera etapa del régimen dinástico que éste estableció y que sus herederos prolongarían por casi un cuarto de siglo. El escritor sigue un calendario que toma en cuenta el pasado y se adelanta al futuro.

Con este libro, Pedro Joaquín nos obliga a reflexionar en cómo civilizar nuestra primitiva cultura política. Expone para el juicio de la posteridad al hombre que asalta el poder para constituirse en dueño del país: corrompe las instituciones del Estado para mantenerse como tal; y, lo deja en herencia a sus hijos porque lo ha convertido en su finca.

Pedro Joaquín nunca se desconsoló, al contrario, murió confiando en una generación política impulsada por fuerzas republicanas siempre en marcha. En el capítulo XXXV “La Lucha del Futuro” plantea la importancia de la vida institucional, el imperio del derecho y las reformas pertinentes para alcanzar valores morales y un sentimiento social que reivindique a los humildes los derechos que les corresponden.

Pedro Joaquín fustiga la vileza de los esbirros. Pero, hombre cabal, agradece la compasión con los prisioneros mostrada por algunos oficiales y clases responsables de su custodia. Es más, absuelve de toda culpa a los soldados rasos, humildes nicaragüenses, que cuando están lejos de la vista y oído de sus superiores tienen frases de apoyo tácito para los cautivos:

-Lo siento doctor. Esto es demasiado.

Estirpe sangrienta es una pieza literaria y didáctica de condena a la injusticia. El texto de doscientas cincuenta páginas ha sido redactado en lenguaje simple en su elegancia; y, observando una secuencia ordenada, lo cual captura la atención del lector sobre un tema de profundo impacto. Los jóvenes estudiosos encontrarán provechoso el contenido, el estilo y la intención. El progreso político que hemos logrado a partir de 1990 es sustancial. El sistema político empieza a autodepurarse. Ahora los votos cuentan, no los yataganes. Todavía hay vivos, de aquellos que han arruinado a Nicaragua en el pasado, quienes se meten en la letra de la ley para violar su espíritu. Como contrapartida, tenemos a, quienes emulando a Pedro Joaquín Chamorro-Cardenal, son periodistas limpios. Ellos triunfarán: pondrán fin a la corrupción y harán prevalecer la justicia.

El drama de Estirpe sangrienta tiene el trasfondo de la confrontación de dos jóvenes, ambos poderosos. Ellos son los nicaragüenses más importantes de su tiempo. A uno de ellos le sobran armas, dinero y aduladores. Sin embargo, anhela tener algo de que él carece por las circunstancias a las que ha estado expuesto desde su infancia y que el otro posee en abundancia: autoridad moral.

Noviembre 16, 2000

*Texto introductorio a la quinta edición de Estirpe sangrienta, publicada en 2001 por la Fundación Violeta Barrios de Chamorro. Arturo Cruz Porras (1923 - 2013) fue un opositor a la dictadura de Somoza, amigo personal y compañero de Pedro Joaquín Chamorro. Economista y funcionario del BID, fue miembro del Grupo de los Doce, y después del triunfo de la revolución en 1979, fungió como presidente del Banco Central y miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. En 1984 formó parte del liderazgo de la oposición cívica y a mediados de los años 80 perteneció al directorio de la contrarrevolución.


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