Guillermo Rothschuh Villanueva
7 de enero 2018
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Editorialista, cronista, cuentista y novelista, toda su labor periodística y literaria transcurrió bajo la influencia decisiva de la política
Editorialista
… qué más da lo que crean de ti, qué más da el oropel, para los que sabemos quién eres tú”.
Héctor Abad Faciolince. El olvido que seremos
A Pedro Joaquín Chamorro Cardenal no se le ha hecho justicia como corresponde en el campo periodístico y literario. Los estudios alrededor de su persona se han centrado exclusivamente en una sola de sus aristas. Todavía está pendiente un análisis que integre en un solo texto, al menos tres de sus facetas más sobresalientes: como editorialista político, como cronista y novelista. Pedro Joaquín conjugó estos aspectos a lo largo de sus treinta años, como guía del diario La Prensa. La dimensión a la que más interés se ha puesto —aparte de su entrega al periodismo— ha sido valorar su participación política. Es el aspecto al que conceden mayor atención la mayoría de los nicaragüenses. Excepción hecha por Jorge Eduardo Arellano (Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, el escritor La Prensa, 23/9/04/), estudioso de la literatura e historial nacional.
Al vivir en una época signada por el somocismo, su enfrentamiento con los Somoza fue de forma constante. Siendo estudiante de la Universidad Central de Managua, participó en las protestas callejeras realizadas en 1944, contra el régimen. Durante esta marcha contra Anastasio Somoza García, recibió su bautismo de fuego. Al producirse el relevo del viejo Somoza por sus dos hijos —Luis y Anastasio Somoza Debayle—, no medió ningún cambio, más bien ocurrió una prolongación de su permanencia en el poder. Ante esta circunstancia decidió arreciar su lucha política y convirtió a La Prensa, en un diario de oposición contra la dinastía. Ambos aspectos resultan inescindibles. Pedro Joaquín y La Prensa eran uno solo. El martilleo cotidiano lo hacía a través de la política informativa de La Prensa y sus editoriales.
Es casi seguro que el ejercicio terminará por constatar, que la política constituye el hilo conductor para entender a cabalidad sus distintos compromisos sociales y políticos. Su más prolongado y consistente peregrinar por el periodismo estuvo orientado a develar las atrocidades, torturas, asesinatos, latrocinios, crueldades, conculcación de las libertades ciudadanas, sometimiento de los diferentes poderes del Estado, corrupción, falta de justicia, confiscaciones, exilios, encarcelamientos, apropiación indebida de los caudales públicos, licitaciones amañadas, elecciones fraudulentas, censuras recurrentes, etcétera. cometidas por el somocismo. Los editoriales manifiestan un carácter irreductible y la decisión de no dar tregua alguna a la dinastía. ¡Ilusos! ¡Creyeron que asesinándole podían conseguirlo! Se equivocaron de nuevo.
Desde que asumió la codirección de La Prensa (1948), inclinó la balanza a favor de los más sentidos intereses de Nicaragua. Imprimió al periódico una dinámica orientada a convertirlo —en el más corto plazo— en una tribuna solidaria con el destino inmediato de los nicaragüenses. Su amplia mirada le permitió denunciar toda forma de injusticia. En Diario de un preso (1961) —su libro de crónicas— confiesa que nunca hizo “diferencias entre quienes por alguna razón estaban conectados a mi persona o familia, y quienes no lo estaban”. Para convertirse en ejemplo tenía ser ejemplar. Sus críticas estuvieron dirigidas hacia los de arriba como a los de abajo. Las regalías a los funcionarios públicos para obtener favores del Estado, eran y siguen siendo actos de corrupción inexcusables. Corrupto era tanto él que ofrecía como él que recibía.
En más de un editorial dimensionó la estatura del General de Hombres Libres, sus luchas y aspiraciones. Su deseo que Nicaragua dejase de ser mancillada por fuerzas interventoras. Las reservas de la Embajada de Estados Unidos hacia Pedro Joaquín, tenían como base su evidente aprecio por el héroe de Las Segovias. Tenía en alto predicado su anti–intervencionismo y nacionalismo. Ante las paladas de lodo lanzadas contra Sandino, especificó: “Dígase lo que se quiera de él, Sandino es el más grande héroe de nuestra patria en los tiempos modernos y su memoria debe ser guardada con cariño en el corazón de los nicaragüenses”. Los editoriales resumen su inclinación a favor de las causas de los vejados y perseguidos. La dinastía representaba todo lo que había que cambiar. En cada uno de sus escritos arriesgaba y comprometía su vida.
Los editoriales sirven para pulsar la situación del país, su entorno precario y la falta de apertura política del somocismo. Son determinantes para entender su posicionamiento político–ideológico y su infatigable búsqueda de la unidad política de los nicaragüenses. En crear un frente amplio —sin exclusiones de ningún tipo— para hacer frente a la dinastía. Los editoriales permiten visualizar la forma que efectúa su decantamiento político, su defensa del sindicalismo y su conversión socialdemócrata. La selección de editoriales que aparecen el libro Pedro J. Chamorro El Periodista, (Fundación UNO, 2007), exponen los riesgos que corría por denunciar ante los nicaragüenses, la descomposición y arbitrariedad rampante del último representante de la dinastía. Su sueño por una Nicaragua libre de infamias y atropellos.
Dentro de las diferentes virtudes del editorialista, está su deseo de contribuir a poner fin a toda forma de corrupción y su deseo que La Prensa se convierta en un dispositivo orientado a enfrentar al somocismo. En más de una ocasión sostuvo —y el tiempo ha venido a darle la razón— que “quien implantara en Nicaragua la honestidad administrativa con el rigor que esta expresión tiene, haría en nuestro país la más elemental y necesaria, de todas las revoluciones”. Siempre cuidó que La Prensa no cediera ante los embates de la satrapía; el periódico debía representar “exactamente y en vivo el carácter de nuestro pueblo, de acuerdo con el pensamiento, la realidad y la esperanza del nicaragüense”. El periódico fuese el medio donde la ciudadanía acudiera para denunciar las tropelías del gobierno,con la certeza que sus reclamos encontrarían acogida. Un espacio abierto.
Los editoriales condensan —en sentido estricto— la visión que imprimió a La Prensa. Afrontó con valentía y coraje las embestidas del régimen: cierres, torturas y destierros. Torcerle el rumbo a La Prensa se convirtió en una tarea infructuosa. La rectitud y la honestidad, forman parte de los valores éticos más preciados por Pedro Joaquín. Los mismos que hoy en día valoran la mayoría de los nicaragüenses. Las acusaciones lanzadas por sus adversarios —de arrogante e individualista—solo resultan comprensibles a la luz de su carácter insumiso y antipactista. El somocismo elevó el prebendarismo a Política de Estado. Las veces que pusieron precio a su conducta, la respuesta estuvo a tono con su posición rectilínea. Su intransigencia estaba basada en principios innegociables. En este ámbito jamás transigió. Se mantuvo incólume.
Sigue siendo lamentable no reconocer ni ubicar a Pedro Joaquín como parte de los primeros periodistas en espigar dentro de la crónica moderna latinoamericana. Al hacerse el recuento aparecen como fundadores en esta parte del planeta, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh y Tomás Eloy Martínez. Un olvido injustificable. Pedro Joaquín publicó Estirpe sangrienta: los Somoza, el mismo año que apareció Operación masacre (1957), obra cumbre del argentino Walsh. La militancia política constituye el denominador común de ambos textos. Concebían el periodismo como forma de combate contra las dictaduras militares. Al momento de la aparición de Estirpe sangrienta… Pedro Joaquín tenía nueve años de hacer periodismo, cinco de los cuales como director de La Prensa.
Con prosa sugestiva, saltos en el tiempo, una descripción pormenorizada del ejercicio de la tortura, los vicios del sistema electoral y las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, Pedro Joaquín las expone sin ambages. Ofrece retrato de los torturadores y a la vez realiza un breve análisis de las maniobras realizadas por Anastasio Somoza García, en su intento de quedarse para siempre en el poder. Estirpe sangrienta… como testimonio de primera mano, expone las artimañas concebidas por sus herederos —Luis y Anastasio Somoza Debayle— para asegurar una transición que garantizase su estadía en el poder. No soltarlo jamás. Con diligencia optaron por una perfecta división del trabajo. El primero se quedó con la presidencia de la república y el otro en la jefatura de la Guardia Nacional. Uno cuidaba las espaldas al otro.
Nadie mejor que Pedro Joaquín para describir el tormento de los presos. Fue víctima de torturas en diferentes ocasiones. El martirio empieza cuando abren la celda. Las conversaciones a media voz —que suelen haber dentro— se apagan y la persona que va al suplicio es objeto de atenciones por sus compañeros. “El ritual parece ser siempre el mismo, a pesar de que los presos nunca hablan de él, ni hacen comentarios. Todos ayudan a vestirse al que tenido la mala suerte de ocupar el turno: uno le pasa la camisa, otro los zapatos, alguien le obsequia el último cigarrillo, y no falta quien le advierta que lleve una toalla para el frío, o simplemente le abotone con cariño la camisa”. Estos mismos pasos desanduvo Pedro Joaquín. No una varias veces. Subrayo lo anterior para que se comprenda cómo el hecho político subyace en su condición de cronista. Mantenía tenso el arco.
Los torturados comparecen ante sus esbirros, sin ocultar sus rostros, se sienten poderosos e inalcanzables. “Uno de ellos —advierte— el coronel Carlos Silva, bajito, achinado, cobrizo, retrato fiel de un japonés con la cabeza baja y un legajo de papeles en la mano, escuchaba al otro, alto, gordo, con el rostro reluciente de ira y los ojos negros sombreados de ojeras; era el que había gritado: se llamaba Anastasio Somoza Debayle. Se había puesto de pies, junto a la mesa, y su mirada fija por un instante en mí, dejó pasar una expresión de siniestra alegría, como de frenesí causado por el próximo placer de un encuentro que habían aplazado las circunstancias; de una venganza —remata— que desde hacía mucho tiempo estaba postergada… desde que olió mi persona —como olfatean los felinos— saltó en el interior de su ser el deseo de ultrajarme, de deshacerme…”. El precio pagado por oponerse a la dinastía.
Cuatro años después, Pedro Joaquín publicó Diario de un preso, un relato sobre las vicisitudes vividas después de haber caído prisionero, en mayo de 1959. Con el propósito de deponer al somocismo,aterrizó al frente de una expedición armada en las llanerías de Olama, Chontales. Su relato comienza el tres de septiembre. Una imprecación de tono elegíaco. Efectúa un contraste entre la visión de los derrotados y los vencedores. Deja claro que los derrotados fueron sus opresores. Con deje quejumbroso —para que se comprenda el drama— se ve ante una plazoleta donde le exigen ponerse de espaldas, mientras recibe una andanada de insultos. Siente que las palabras golpean su nuca, “daban en los cartílagos de tus orejas, y los insultos de los acompañantes del vencedor nacidos siempre a tus espaldas pasaban silbado junto a su cuerpo”.
A pesar de los reveses se impone su terquedad. Sufre al saberse acusado de traición a la patria. En vísperas de su cumpleaños 35, hace un recuento de sus años de lucha. “De esos he gastado tres en prisiones y dos en exilios”. Tiene experiencia. Ya ha sufrido dos Consejos de Guerra y “ha sido acusado varias veces por escribir en los periódicos, dos de rebelión, una de asesinato y ahora por traición a la patria”. Un diario se lleva —entre otros motivos— para confesarnos y dejar constancia de nuestra forma de sentir. Entre más fiel mayor será la aceptación entre los lectores. Pensemos en el Diario de Ana Frank (tres cuadernos en total) o en los Diarios de Che, (Diarios de Motocicleta y Diario del Che en Bolivia), y tendremos una idea justa de lo vivido. Igual que Julius Fucick, escribe a hurtadillas. Son páginas desgarradoras. Violeta, su mujer, las sacaba de la cárcel.
El propio día de su cumpleaños —el 23 de septiembre de 1959— reafirma su compromiso por ver a una Nicaragua liberada del somocismo. Al autocriticarse ratifica algo en lo que siempre persistió: no pensaba nunca cambiar de actitud. “No podría cambiar, estoy seguro que tampoco otros muchachos nicaragüenses que piensan como digo, podrán cambiar”. Una constante sobresaliente en la trayectoria de Pedro Joaquín, fue la manera que armonizó su prédica con su práctica. Al hacer el recuento de la intentona armada se muestra sumamente duro. El día once de octubre —apunta— que les faltó la paciencia indispensable del guerrillero. Insiste en burlarse del somocismo. Sueña que los jueces lo conminan: “Ciudadano Chamorro, se le condena a la búsqueda de una Patria”. Un castigo terrible. El peor de todos. Los Somoza eran implacables.
Un juez le instruye comprar en el mercado de baratillos la suya: “Patrias frescas, se pueden comprar a plazos. Un vejete se la ofrece con televisor, refrigeradora, automóviles, Patrias marca Somoza, modelo 1959, con amortiguadores, con Clero, y sin obligaciones de sufrir por el bienestar del pueblo. —Vea usted, agregó entusiasmado por su propaganda— En este modelo aerodinámico de Patria, se ha suprimido todo inconveniente que moleste al propietario, tiene un aislador electrónico que separa a su dueño del obrero, un swtich magnético que desconecta la conciencia, y un maravilloso código que ha cancelado toda idea de justicia, complejo molesto que padecían las generaciones pasadas. A cambio tienen que entregar su voluntad, eso que llaman libre albedrío, y unos cuantos centavos de honor… a cambio tendrá usted televisor, automóvil…Venderse al somocismo. Acogerse al toma y dame de la política nacional.
La censura de prensa impuesta por Anastasio Somoza Debayle, a raíz de la toma de la casa de José María Castillo (Diciembre, 1974), fue una de las respuestas ensayadas por el régimen, para enfrentar las acciones militares del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). La Prensa fue severamente mutilada. Cada vez que enfrentaban situaciones críticas, los Somoza recurrían a la censura. En vez de sentirse paralizado, Pedro Joaquín invierte su tiempo en la escritura de cuentos y novelas y en la fundación de la alianza política: Unión Democrática de Liberación (UDEL). Las obras de ficción son una continuación de su enfrentamiento al somocismo por otras vías. Están marcadas por la impronta política. Las licencias que permiten su escritura le sirven para develar conjuras y atrocidades cometidas por el somocismo.
Su primera novela —Jesús Marchena, 1975— como la segunda —Richter 7— tienen como marca de fábrica, su sello inconfundible: confrontar y cuestionar a la dinastía. Desean controlar y abortar toda forma de disidencia. La soplonería y la persecución de los confabulados, ofertas de campaña y suspensión del Estado de Sitio, forman un cuadro terrible. Manuel Cascante es la contracara de Marchena. Pedro Joaquín explota su vena de humor como chispa incandescente. “El día de la manifestación ocurrió una novedad. Los guardias despertaron vestidos de civil, los perros pintados de colorado, desparecieron las loras de los palos de mango, florecieron de papeles rojos los nancitales, y a todos los caballos de la vecindad, les nació un retrato del general en la frente”. Para mal disponerlos, Cascante aduce que Marchena, Manuel Salvador y el viejo no asistieron al evento.
En Richter 7 el salto es enorme, deja de imitar el habla vernácula, vieja reminiscencia de la narrativa costumbrista. Como en Jesús Marchena, no hace mención de los Somoza. Cada capítulo va proseguido por una especie de monólogo interior. Traza un paralelismo entre la Managua provinciana, destruida por el terremoto de 1931 y la otra, nacida con ínfulas de ciudad, unidas en la desgracia: los sismos las ponen de rodillas. Utiliza un lenguaje oblicuo. Describe los saqueos. “Pero quienes más saquearon fueron ellos”. ¿Quiénes son ellos? “Tal vez no se diga jamás —dice el hombre a su mujer—a pesar de tantos testigos de los robos de automóviles nuevos, de los forzamientos de las cajas de hierro, de las camionadas de ropas sacadas de las tiendas, de como quitaban las cosas a los otros saqueadores”. No hacía falta decirlo. Sabemos quiénes son ellos.
El novelista narra las vicisitudes de los habitantes capitalinos y el falso compromiso de quienes dirigen la reconstrucción, cambio de horario, la aparición de los adoquines para sustituir el pavimento, la pérdida de identidad, la imposición de un nuevo diseño arquitectónico; la imposibilidad de la reconversión moral del somocismo, la vida vegetativa de sus habitantes. Describe la limusina negra usada por el general. Inmensa, silenciosa, brillante, con sus enormes llantas a prueba de balas y sus vidrios negros a través de los cuales no se podía intentar una adivinanza. El dinasta aparece frente a la multitud, para dar la buena nueva: “—Ahora me place anunciarles… Ahora me place anunciarles… Que los obreros… En beneficio de la reconstrucción… … Estarán obligados a trabajar… Cien horas semanales… cien horas semanales…” ¡Empobrecer más al pobre!
El enigma de las alemanas —merecedor del primer lugar en el certamen literario Día de la Hispanidad, concedido por el Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica— constituye un reconocimiento a su carrera literaria. Se trata tal vez del único cuento donde se desprende de la carga política. Un coro de ángeles desnudas desafía la moral de los segovianos, recurre al suspense y despliega el humor, una constante en su producción narrativa. El reto de las alemanas despierta reacciones encontradas entre los provincianos. Su desnudez obnubila. Provoca espanto. La moral pueblerina se siente resentida. La única forma de enfrentar a las intrusas, es conminándolas a desalojar el pueblo. El canto de las alemanas quedó prendido en este cuento excepcional. Uno de los relatos mejor logrados dentro de la cuentística nacional.
Igual destino merece el cuento Tolentino Camacho. Devela el desasosiego sufrido por el viejo Somoza, al enterarse de la proclamación de Tolentino. La farsa montada alrededor del aspirante a ocupar la presidencia, viene saturada de humor. Tolentino reta al general. “¿Y por qué, por qué no, jodido, compadre, voy a merecer yo la oportunidad para ser presidente de la república…? Fíjese usted… yo no pertenezco a la oligarquía, soy hombre de hogar, maestro de escuela, intelectual, ilustrado, honesto y eso es lo que se busca para sustituir a la pandilla de ladrones apoderada del gobierno… ¿Por qué no …? Su candidatura fue proclamada en la cantina de la María Miquito”. Tacho no admite contrincantes. Envía a la cantina a su guardia pretoriana, a volar pija y rincón. Encarcelado, Tolentino, se ve obligado a renunciar a toda forma de participación política, regresa vencido a casa.
Por donde analicemos la labor periodística y literaria de Pedro Joaquín, percibimos la influencia decisiva de la política. Si revisamos sus reportajes —Los pies descalzos de Nicaragua (1970) y Nuestra frontera recortada (1970)— comprobamos que también estaba guiado por un solo propósito: convertir a Nicaragua en una auténtica y verdadera república. Sus cuentos y novelas están alentados por una misma intención: liberar al país de la opresión en que lo mantenían los Somoza. La totalidad de su obra está centrada en una sola dirección: únicamente deponiendo y sustituyendo al somocismo por un gobierno profundamente democrático, los nicaragüenses podrán reorientar su destino: un país con división de poderes, con una distribución de la riqueza más equitativa y que los asesinatos y prebendas solo sean referencia de una vieja historia.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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