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Una defensa de la mujer desde el antifeminismo

Soy antifeminista, porque defiendo a la mujer, no al feminismo de sofá. No defiendo las poses feminoides... no creo en el feminismo machista

Soy antifeminista

William Grigsby Vergara

3 de enero 2018

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Antes de lanzar una crítica feroz contra el “feminismo descafeinado” de las redes sociales donde se diluyen las ideologías de moda que predominan en la sociedad diabética de la actualidad, debo fijar mi postura frente al tema de género: soy antifeminista. ¿Por qué? Porque defiendo a la mujer, no al feminismo de sofá.

No defiendo las poses feminoides que ya ni siquiera son posturas críticas, ni creo en el feminismo posmo de café endulzado con responsabilidad social-corporativa del “capitalismo verde”, ni en el feminismo he-for-she donde todo es acoso, desde intercambiar sensibles miradas con una muchacha hasta invitar a una muchacha al cine; ni en el feminismo de tribuna cultural que pone a la mujer como un ser incapaz de producir conocimiento, ni en el feminismo políticamente correcto de las arrobas y el lenguaje inclusivo que señala con malos ojos el comportamiento de las pornógrafas que “no están a la altura de la lucha feminista” porque se ven orilladas a vender sus cuerpos al mejor postor.

No creo en las feministas bien portadas que van a misa todos los domingos y escogen el rosa para las niñas y el azul para los niños luego de postear dramas intragables en Facebook; ni creo en el feminismo tatuado de mi-cuerpo-sólo-es-mío cuando te lo dieron papá y mamá. No creo en el feminismo machista de todos-los-hombres-son-iguales, ni en el feminismo de libre mercado que te vende reivindicaciones sociales enlatadas, ni en el feminismo resentido social de las hijas de matrimonios divorciados que sólo culpan al padre por la debacle de su infancia, ni en el feminismo que deja a un lado las verdaderas patologías que afectan a la sociedad nicaragüense, como son la matanza de mujeres campesinas en el sector rural de Nicaragua, donde, lejos de sacar machetes para castrar a los hombres, lo que se debe hacer es educar a los niños con una visión integral de género. Y para hablar de visión integral de género, me remito a lo expresado por una especialista en el tema: la socióloga María Teresa Blandón, quien, en un artículo reciente de la Revista Envío, sostuvo lo siguiente:

“El femicidio ocurre en un contexto social y cultural en donde existen amplios márgenes de tolerancia y justificación de la violencia machista. En donde el Estado no hizo lo que tenía que hacer para proteger a las víctimas porque continúa actuando bajo la lógica de un pacto patriarcal en donde los hombres tienen derechos “naturales” sobre los cuerpos de las mujeres. Por eso es que el femicidio tiene las implicaciones que tiene, y por eso las organizaciones de mujeres exigimos que se creara un nuevo tipo penal que dejara claro que son crímenes del poder, en los que actúan hombres comunes y corrientes y en los que intervienen todos los poderes tutelares: las instituciones del Estado, los medios de comunicación, las redes criminales, los fundamentalismos religiosos… Todos contribuyen y participan, de distintas maneras, en la comisión de estos crímenes del poder.”


Este poder criminal no sólo viene de los hombres, seamos claros, viene también de las mujeres (con poder). Hay mujeres que son mucho más machistas que “sus hombres”, y es aquí donde debemos entender lo que uno realmente busca cuando habla de equidad de género, es decir: nos toca asumir que los culpables de estos horrendos crímenes son hombres y mujeres por igual (no hablo de las víctimas, hablo de los victimarios, por supuesto): si culpamos únicamente al agresor por-ser-hombre (sin tomar en cuenta que ese hombre tuvo una madre que no supo educarlo), estamos dejando de lado ese enorme sector de la población femenina que normaliza las prácticas patriarcales desde sus puestos de poder fálico.

Es por todo lo anterior que tengo profundas sospechas sobre el feminismo entendido en los términos en que se manifiesta hoy en día. Me parece sumamente peligroso que el feminismo, al igual que cualquier otra postura combativa que exija justicia para todo ser humano, no se justifique por medio de auténticos relevos generacionales. Regresar el insulto en la calle, por ejemplo, no es ser feminista, es ponerse al nivel del agresor. Creo, por lo tanto, en mujeres como Vilma Núñez de Escorcia o Dora María Téllez, quienes inciden directamente en la sociedad nicaragüense para hacer visible la lucha por los derechos humanos en un país ninguneado por su clase política (hombres y mujeres machistas). También creo que, si el feminismo se puede llevar a la praxis, será necesario encontrar su base fundamental en un pensamiento sólido que permita ejercer un diálogo continuo de revisionismo autocrítico.

Por ende, me parece igual de importante la postura histórica de Josefa Toledo de Aguerri, la primera educadora de Nicaragua, como la de Malala Yousafzai, premio Nobel de la Paz 2014; me parece igual de importante la postura de Virginia Woolf, quien reivindicó el espacio íntimo de creatividad personal de la mujer a través de su obra literaria, como el pensamiento místico de Simone Weil, tan elevado como el de Blaise Pascal; quien propuso que hombres y mujeres no sólo son animales políticos (aristotélicos), sino también bestias espirituales.

Creo en el legado de las mujeres del Cuá, Berta Cáceres, Francisca Ramírez e Hipatia de Alejandría, quien debatía de vos-a-vos con los sabios de su época; y en el concepto del amor que nos legó Diotima en la voz de Sócrates, citado por Platón; así como valoro el pensamiento irreductible de Hannah Arendt, quien defendió la lengua como trinchera cultural para denunciar la inequidad de género; y la postura iconoclasta de Marie Curie, quien enfrentó el machismo de la comunidad científica de principios del siglo XX cuando el feminismo sólo era un embrión (o menos que un embrión).

Será necesario, sin embargo, detenerse para subrayar que los hombres también sufren acoso sexual cuando los homosexuales, por ejemplo, son manoseados en los baños públicos de la homofobia (donde acuden hombres y mujeres, naturalmente); y, por ende, hay que repensar el feminismo para que las nuevas generaciones puedan entender de qué se trata la verdadera lucha por la equidad de género.

Finalmente, creo que la mujer, lo mismo que el hombre, son mamíferos sensibles con sed espiritual y apetito sexual, lo cual les permite complementarse de forma natural para mejorar la evolución de la especie. Y como he sido formado por mujeres, sobre todo, desde mi abuela paterna hasta todas las jefas que he tenido, pasando por mi abnegada madre, considero que es de suma importancia definir de manera objetiva, sin resentimientos de por medio, qué es lo que se defiende cuando se dice “feminismo”, porque si reducimos una lucha social histórica a una simple categoría gramatical donde lo que importa es poner una X en el mensaje de correo electrónico, entonces convertimos todo lo demás en poses, panfletos y muecas vacías frente a los rostros agónicos de las mujeres que son macheteadas en el campo.


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William Grigsby Vergara

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