2 de enero 2018
El suceso político revolucionario más destacado en América Latina en los últimos 20 años, se desarrolla en Venezuela, y por este mismo hecho, ha venido gozando del odio agresivo de parte de los gobiernos de Estados Unidos, odio comparado con el que este país tiene contra la Revolución cubana, que no es muy diferente al odio con que atacan a todo movimiento revolucionario y progresista del mundo.
Venezuela conquistó su independencia casi 90 años antes que Cuba. Bolívar y el pueblo venezolano, no enfrentaron al imperialismo porque aún estaba en gestación, pero enfrentó al colonialismo español, que no estaba en la decadencia que tuvo a finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos le arrebató Cuba y Puerto Rico, sus últimas colonias americanas.
Sin embargo, Bolívar previó el peligro que para los pueblos latinoamericanos significaban los Estados Unidos, que a él le pareció estar destinados a plagarlos “de miserias en nombre de la libertad”. Bolívar no estuvo equivocado, menos que lo estuviera Martí, quien vivió “en las entrañas del monstruo y le conoció sus entrañas”.
Pero ahora, hay más similitudes que diferencias entre ambos procesos, porque enfrentan a un mismo imperialismo en la cúspide de su desarrollo y con evidencias de degeneración, cuando es más agresivo. En cuanto al comportamiento de sus clases dominantes y de sus partidos políticos que las han representado en el momento histórico de ser relevadas del poder en Cuba y en Venezuela, han sido totalmente distintos, aunque en ningún caso han variado su dependencia de la política norteamericana.
Por ejemplo, la burguesía venezolana no abandonó en masa ni abruptamente el su país al triunfo abrumador de Hugo Chávez en las elecciones de 1998, frente a los candidatos de sus partidos políticos. Siendo el sistema electoral una de sus principales armas y de su exclusivo uso en la historia venezolana, la burguesía confió en que, conservando el poder económico y la cadena de distribución, la cúpula del ejército, más el padrinazgo norteamericano, el triunfo de Chávez sería temporal y efímera su presidencia. Por eso inició la recuperación del poder con el método acostumbrado: atraerlo por medio de halagos y compra de la conciencia, como lo hizo con varios políticos de izquierda. Rómulo Betancourt, comenzó rebelde y terminó a su servicio. Teodoro Pekcoff, fue uno de los últimos comunistas ganados por la burguesía venezolana.
Con Chávez no lo pudieron hacer y aunque había triunfado por la vía electoral –que la burguesía dice amar tanto—, pronto se dedicó a las conspiraciones y las agresiones directas. Lo secuestraron, pero su golpe de Estado apenas les duró el tiempo necesario para derogar la Constitución, decretar el fin de su gobierno y repartirse los cargos públicos. Pero Chávez fue rescatado por el pueblo que lo había elegido, y lo volvió a la presidencia. Desde ese temprano y fallido acto contrarrevolucionario, la burguesía, sus políticos y sus padrinos yanquis no han dado descanso a su conspiración política, financiera, difamatoria y violenta.
Tantos años de fracasos los tiene desesperados, y quizás por eso son más peligrosas sus acciones contrarrevolucionarias. No son pocos los daños que les han causado a la economía en el tiempo que tienen de estar conspirando y mintiéndole al mundo sobre Venezuela y el papel que la burguesía está desempeñando como fiel servidora que siempre ha sido de las transnacionales petroleras estadounidenses.
No obstante, nada puede causar mayor malestar a sus adversarios, que en 20 años y casi igual número de elecciones, apenas han ganado un referendo y una parlamentaria. Pero no es todo: lo peor para ellos, es que les han derrotado con su preciada y supuestamente exclusiva arma… ¡las elecciones! Por eso optaron por la violencia y la demanda de la intervención extranjera.
Con su pretendida exclusividad electoral, que bien la conocemos en el vecindario regional y continental, hacen todo por ganar con engaños, con promesas electoreras sin contenido constructivo, solo pidiendo la cabeza del adversario, con políticas mafiosas, gastos multimillonarios en propaganda, y provocando el miedo con su terrorismo ideológico.
Hay hechos esenciales en el proceso bolivariano no admitidos por sus enemigos ni por sus escribanos profesionales que se deshacen en asuntos retóricos para ocultarlos. Uno, es que mientras el proceso cubano se ha desarrollado defendiéndose de las agresiones armadas con su pueblo en armas, el proceso venezolano se ha defendido hasta ahora con un pueblo armado de votos, aunque también podría hacerlo con las armas si lo obligaran.
El otro hecho, es un fenómeno ideológico: entre la violencia de la derecha, y tras de cada victoria o derrota electoral, se viene produciendo un avance en el desarrollo de la conciencia del pueblo, lo que le ha permitido ir conociendo a los verdaderos responsables de sus problemas económicos cotidianos. Eso le permite combatirlos y derrotarlos en las urnas.
No hay otra explicación al hecho de que pese a seguir sufriendo los problemas económicos y desabastecimientos provocados por los sabotajes internos y las sanciones yanquis; después de las elecciones parlamentarias del 2015, ha habido una mayor participación de votantes y una mayor votación en contra de la derecha. La conciencia del pueblo ha venido creciendo con cada elección, ¡y ese pueblo ya le dio tres derrotas electorales seguidas en solo seis meses!
No le han importado a ese pueblo las devanadas de cerebro que se dan los analistas internaciones para tratar esconder las causas verdaderas de esas derrotas de la derecha, y para disimular los motivos de la resquebrajada unidad política de su “Mesa de Unidad Democrática”. Ese avance ideológico popular, también ha obligado a una parte de la oposición a participar en el diálogo, mientras la otra parte trata de reavivar la violencia.
Por otro lado, voy a referirme a un hecho político casi ignorado. Los adversarios de Venezuela han creído burlarse de la consigna chavista del Socialismo del Siglo XXI. Esta consigna, que solo refleja el propósito de construir el socialismo en este siglo, la toman como si el chavismo hablara de un socialismo ya concluido como sistema socia. Tampoco quiere entender la derecha internacional que se trata de un proceso de lucha por el socialismo de acuerdo a la realidad y a la historia del país, para transformar el sistema capitalista que todavía existe en Venezuela.
Piensan con ese rezago, porque se niegan a reconocer que cada proceso revolucionario tiene sus particularidades que lo diferencian de los demás, ni reconocen las afinidades que los acercan. En lo único que los procesos son iguales –cualquiera sea su nivel de desarrollo— es en el objetivo histórico de lograr la independencia económica del país, liberar a hombres y mujeres de toda forma de explotación y alcanzar la máxima justicia social.
Un proceso revolucionario, bien puede optar por el nombre que le nace de sus particularidades y que les da su propia identidad. Hubo un socialismo soviético, como también socialismos conocidos como democracias populares; y en Nicaragua hubo una revolución sandinista con solo pretensiones socialistas.
Pero hay una revolución china; una revolución martiana en Cuba; un proceso bolivariano en Venezuela; otro en Bolivia, con sus matiz único de liberación indígena; y existe un proceso revolucionario –con altos y bajos— en América Latina, enfrentando una contrarrevolución conservadora, auspiciada por los Estados Unidos en Brasil, Argentina, Chile y Perú. Quien quiera omitir eso, está en su derecho de… equivocarse.