27 de diciembre 2017
En coyunturas políticas semejantes a la que estamos viviendo, se acostumbra decir que los hechos cabalgan, mientras las ideas trotan. Es una forma metafórica de afirmar que los acontecimientos se desenvuelven con un ritmo y una velocidad muy distintos a la de los análisis y reflexiones políticas. O sea, como generalmente sucede, que la vida va más rápido que nuestra interpretación de la misma.
Y en efecto, así es. Los hechos suelen suceder en medio de una dinámica turbulenta y laberíntica, cambiante, oscilante y confusa, que, con frecuencia, convierte a los mejores analistas en simples espectadores, a menos que quieran ejercer como atrevidos pitonisos o adivinos de feria. Es, en cierta manera, una forma risueña que tiene la vida para burlarse de aquellos que pretenden encajonarla en una bola de cristal o en una baraja de naipes de gitano.
La coyuntura actual obedece a una dialéctica tan cambiante y dispersa, tan variada y novedosa, que con frecuencia los actores clave del escenario cambian de lugar con sorprendente facilidad y modifican sus roles con súbita velocidad. El gran perdedor aparece de pronto, por arte de magia electrónica, como el único ganador. El verdadero ganador queda reducido a rebelde perdedor. Los que ayer eran parte de la solución, de pronto reaparecen como parte del problema. Las amplias avenidas se vuelven callejones sin salida. Las posibles y racionales soluciones se convierten poco a poco en complicados problemas, los problemas en conflictos y los conflictos en crisis, al parecer irresolubles. Los votos, ese formidable instrumento ciudadano para escoger a sus gobernantes, han quedado transformados en herramientas del fraude para la burla de la voluntad de los electores. La democracia en ciernes se vuelve dictadura de aprendices. El gobernante reafirma su ilegal condición de candidato, y la ley, esa suprema forma de regular la vida en sociedad, se muta en voluntad individual y autoritaria. ¡Vaya dialéctica tan complicada y confusa!
Pero, a pesar de la complejidad de los fenómenos, siempre hay un hilo rojo que atraviesa el ovillo, el hilo conductor que transmite coherencia y conectividad a las partes dentro del conjunto. El viejo método de la inducción o la deducción acude en auxilio y nos ayuda a desenredar el enjambre.
La crisis, como casi siempre sucede, necesita una salida, de la misma forma que el problema necesita una solución. Pero ambos momentos, salida y solución, suelen ser diferentes y no siempre coinciden ni en el tiempo ni en el espacio. Aunque, justo es decir, la salida debe tener a menudo algunos elementos de solución, si quiere ser viable y expedita.
La salida de la crisis, dice la Organización de Estados Americanos (OEA), puede ser la repetición de la votación electoral, aunque solo sea en el nivel presidencial. Si eso es así, ¿cuál sería, entonces, la solución del problema? No hay duda que esa solución sería la conformación de un gobierno de integración nacional, tal como ordena el artículo 5 de la Constitución de la República, y la inmediata reforma del Estado, comenzando por el sistema político- electoral. De esta forma, obedeciendo a una secuencia lógica, deberíamos primero buscar con urgencia la salida de la crisis, y después, con el sosiego del inicio pacífico y ordenado, encontrar la mejor solución al problema.
Pero, y he aquí uno de los elementos súbitos de la coyuntura, ha surgido la iniciativa oficial de convocar a un diálogo. El gobierno lo hace para legitimarse, no para concertar. La oposición que ganó, si asiste, lo hará para ratificar su innegable triunfo y desnudar el fraude. Dos objetivos radicalmente opuestos, que, de entrada, colocarán la iniciativa oficial en una encrucijada. O sea, se creará un nuevo conflicto, mientras se busca la salida de la crisis. ¡Vaya lío y disparate!
A mi juicio, una de las claves para obtener un diálogo fructífero consiste en la combinación de, al menos, tres elementos: una lista de actores reales concertada, una agenda pragmática consensuada y, especialmente, una firme y real voluntad de convertir los acuerdos en realidad. Si falta uno de estos elementos, las posibilidades de éxito se reducen sustancialmente. Si, por el contrario, se combinan los tres y se les acompaña con voluntad para sacar al país de la encrucijada, las posibilidades de superar la crisis y empezar a buscar la solución, se vuelven más concretas y realizables.
Así están las cosas. Ojalá que la cabalgata de los hechos no sea tan constante, ni el trote de las ideas sea tan desesperante. Ojalá.