18 de diciembre 2017
Hace días llegué con mi esposa a un restaurante que solemos visitar por lo sencillo, cómodo y discreto que es, hasta romántico diría yo. Ocupamos el mismo sitio de siempre, cuyo respaldar hace división con otro asiento dispuesto en sentido contrario, de tal manera que esa especie de biombito garantiza relativa privacidad. Pues bien, resulta que al rato llegaron cinco personas –la voz de una dama era inconfundible–, que a nuestras espaldas y en un ambiente de abierta camaradería iniciaron el acostumbrado juego navideño del “amigo secreto”. Al primero, por el título que mencionaron, le tocó un buen libro; al segundo, una colonia de reconocida marca francesa, que por lo dicho a voz en cuello le venía al cinco.
Y así, poco a poco desfilaron uno a uno entre chanzas y fanfarrias, aunque algo raro aconteció con el último del grupo, quien al romper el envoltorio de papel regalo con relucientes arbolitos de ocasión, enseñaba el sorpresivo presente: un folletón medio sucio y enrollado, que a juicio del destinatario, dicho con impublicables y divertidas palabrotas, era una tontería que no venía al caso. Los vecinos ocasionales jamás deseamos oír nada, pero la sana celebración no paraba y la alegría elevaba sus decibeles, por lo que intuimos que podía tratarse de algo serio. Señores, nuestras sospechas se confirmaron toda vez que el donante del regalito al amigo secreto, entre burlas y carcajadas de sus colegas, explicaba el porqué de su humilde aporte, palabras que sin pretensiones de absoluta fidelidad me atrevo a citar:
Compañeros, espetó, nunca será malo que estos momentos de confraternización los adornemos con advertencias de peligrosas locuras que en los próximos días acecharán, dijo. Todos callaron mientras el susodicho continuaba tiñendo el ambiente de inesperada solemnidad. ¿Ya olvidaron a los dos o tres señorones de la mal llamada “concertación tripartita”, cuando todavía hace pocas semanas nos urgieron elaborarles y entregarles aquellos datos y estadísticas confidenciales sobre recaudación tributaria del Ministerio, dizque para hacer algo urgente en beneficio de la nación? ¿O no recuerdan que de todo lo formulado por nosotros, nada se tomó en cuenta y más bien resultó un engendro amasado con inventos por aquí y “cortipegue” por allá? Como el Brindis del Bohemio, todos callaron en el restaurante mientras sus vecinos del otro lado perdíamos el apetito de solapada curiosidad.
Y si quieren escuchar detalles precisos de mi indignación –prosiguió–, aquí les va: ¿Cómo se explica en el caso de los Precios de Transferencia, el hecho de que en ese documento, se concederá a las transnacionales aplicar métodos especiales de valoración? ¿Dónde quedan entonces los artículos 27 y 104 de nuestra Constitución Política con el principio de igualdad ante la ley? ¿Por qué en este aparente proyecto de decreto ejecutivo no se dice una letra sobre la reglamentación de costos y gastos preceptuados en la LCT, que son precisamente regulaciones prioritarias y urgentes comprometidas desde hace cuatro años por las cúpulas del gobierno y del gran capital? ¿Será que la discrecionalidad conviene más? ¿Por qué la Ley de Concertación Tributaria al referirse a la Bolsa Agropecuaria –de por sí un régimen discriminatorio harto cuestionado– fija el 1% de retención por las ventas de leche cruda, y ahora este papelucho la sube al 2%? ¿Puede un reglamento ir más allá de la ley?
La cosa se ponía caliente y el indignado amigo secreto denostaba a sus anchas, ante la mirada, más atenta que atónita, de sus compañeros. Pero no se quedó ahí: ¿Supieron que esta reforma al Reglamento de la LCT, de un momento a otro le caerá al país, poco antes o poco después de Navidad y año nuevo? ¿También se dieron cuenta que trae además exoneraciones ocultas, o pretensiones de consolidar algunas existentes, siendo que solo por ley y jamás por reglamento pueden crearse o derogarse estos perversos gastos tributarios?
No paraba el hombrecito, aún faltaba más: ¿Por qué no aparece en ese texto de marras la imperativa reglamentación de la Cuota Fija y de las Pymes?, ¿por qué los chiquitos seguirán siendo los salados, ignorados y manipulados? El amigo secreto había “botado la gorra”, pero daba la impresión que lo hacía con todo gusto y sobrada razón.
Como por arte de magos fiscales, los cuatro jinetes acuerparon al quijote “antisistema”, a la vez que la compañera del grupo –justa y severa voz de mujer que sentenciaba con optimismo y seguridad: “Comprometámonos a reflexionar prudentemente sobre estas ideas que alguna conciencia crearán, aunque los autores clandestinos permanezcan ocultos a la sombra de la noche, a la vez que recemos para que un milagro evite el batacazo decembrino, de año nuevo o acaso de Reyes”.
Cobijados por el sabroso aquelarre de los amigos almuerceros, mi señora y yo levantábamos campo mientras con el travieso rabillo del ojo pude leer sobre la mesa de los amigos una suerte de sentencia mortal estampada en el documento raído y anotado, adornadito con un lazo rojo encendido en su parte superior: “Reformas y Actualización del Reglamento de la Ley No. 882, Ley de Concertación Tributaria” Ministerio del Corporativismo.